Guardia de cine: reseña a «Sin tiempo para morir» (2021)

Título original: «No Time to Die». 2021. 163 min. RU. Dirección: Cary Joji Fukunaga. Guión: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga, Phoebe Waller-Bridge. Personajes: Ian Fleming. Historia: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga. Reparto: Daniel Craig, Léa Seydoux, Rami Malek, Lashana Lynch, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Christoph Waltz, Ben Whishaw, Ana de Armas, Jeffrey Wright, Rory Kinnear, Dali Benssalah, Billy Magnussen, David Dencik, Julian Ferro, Toby Sauerback, Ty Hurley, Paul O'Kelly, Lampros Kalfuntzos, Ahmed Bakare, Pio Amato

No me parece una buena película, pero es que, desde «Casino Royale», ninguna nos parece buena

Acercarse a los foros de opinión es como hacerlo a un campo de minas. Esta reseña puede que acabe siendo una mina en sí, pero todos somos ya mayorcitos.

Cuando llegué al visionado de esta «Sin tiempo para morir» lo hice bien tocado de babor por las malas críticas que se cebaban con ella, tachando a Bond de flojo, débil y políticamente correcto. Y mi ánimo amenazaba con no mejorar, pero soy fan de la saga y me expongo a lo que sea y, si es necesario, en taparrabos.

Y una vez superado el trance, no he encontrado base ni fundamento para tan feroces críticas. La historia puede ser mala, no lo niego (aunque en IMDB la película tenga una nota de 7,3), así como que los archienemigos hayan sido cruelmente desaprovechados y que el final te deje con el gesto congestionado. Incluso la productora podría haber sido más piadosa con el público y habernos ahorrado escuchar los ronquidos de Billie Eilish en el tema principal, quien, como siempre que se lleva algo a la boca, lo canta con el mismo espíritu que un walkman con las pilas a punto de desfallecer. Pero, lo reitero, no he encontrado esa debilidad ni ese cariz políticamente correcto; no hay nada que sustente una etiqueta tan simplista.

Para empezar, lo de flojo y débil, cuando Bond, en menos de cinco minutos, se mete tres whiskys seguidos y en la base del malo debe haber batido su récord personal de enemigos abatidos… No, no es flojo. ¿Acaso es flojo porque se muestra amable con una niña? Y, hablando de niñas, el arranque con una menor siendo testigo del asesinato de su madre (la cual no es la dulzura personificada), y vaciando un cargador de automática sobre el asesino, así como el que otra acabe como escudo humano no lo veo yo de película “blanca”.

Si lo de políticamente correcto es porque se ha introducido al personaje de Nomi, una mujer negra y, probablemente, homosexual, a quien se la asigna el numeral de 007, creo que los tiros van errados de narices. El programa de comandos asesinos Doble Cero lleva su tiempo en marcha y no parece contar con más diez efectivos a la vez; efectivos que, a la fuerza, deben heredar los números de sus antecesores cuando son dados de baja. Y esto es polemizar por polemizar, pues Nomi me parece un buen aporte y una compañera de acción fantástica para Bond. 

Si seguimos por la senda de lo políticamente correcto por el rollo feminista, el divertidísimo personaje al que pone piel y palmito Ana de Armas, parece ser la típica Goodnight que acaba secuestrada y rescatada por Bond para luego descubrir sus secretos de alcoba o, primero es instruida sexualmente para acabar ocupando plaza en el cementerio más cercano; pero esta Paloma reparte puñetazos y patadas, maneja armamento y, lo más destacable, sobrevive para ver otro día. Justo lo contrario que le sucede a Félix Leiter, a quien se lo cepillan y esto es algo que no lo perdonaré.

No hay base. Insisto.

Volviendo a lo que nos interesa, en esta entrega encontramos a un Bond que parecía haber rehecho su vida junto a Madeleine, tanto como para dejar atrás el recuerdo de Vesper Lynd, pero Blofeld echa sal en la herida para que podamos asistir a una de las rupturas sentimentales más brutales y desasosegantes del cine. Tras cinco años apartado, el comando vuelve al servicio activo para recuperar Heracles, un arma nanobótica desarrollada por el MI6 que es capaz de matar por programación genética y que ha sido robada. 

Quizá en tiempos de pandemia, la particular revisión de las notas argumentales apocalípticas de «Moonraker» no nos pizca de gracia, aunque lo más evidente del autoplagio Bond (en esta ocasión nada disimulado), sea la vinculación matricial de «Sin tiempo para morir» con «Al servicio de su graciosa Majestad», la película más desconocida, menos valorada pero que, para el que suscribe, es una de las mejores de la saga. Más allá del precioso Aston Martin, en cuyas líneas más rectas se advertía el cambio hacia los 70, y la magnífica composición de Louis Armstrong, está el intento de estos guionistas del s. XXI por darles una segunda oportunidad a Bond y a Madeleine. Podrían ser felices juntos, tener todo el tiempo del mundo para ellos solos, pero parece que no.

En mi ánimo no está el extenderme más. No me parece una buena película (puede que la menos interesante de la etapa Craig, a pesar de su indiscutible fondo emocional para un personaje que con el rostro del británico ha adquirido un plano robótico y nada glamuroso), pero es que, desde «Casino Royale», ninguna nos parece buena.

Lo que es indiscutible es que «Sin tiempo para morir» para nada mereció el desprecio generalizado y superfluo de la masa.


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