Guardia de cine: reseña a «Wonder Woman» (2017)
Título original: «Wonder Woman». 2017. 141 min. EEUU. Acción, Aventuras, Bélico, Fantástico, Superhéroes. Dirección: Patty Jenkins. Guión: Allan Heinberg (sobre una historia de Zack Snyder, Allan Heinberg y Jason Fuchs). Reparto: Gal Gadot, Chris Pine, David Thewlis, Danny Huston, Elena Anaya
Si este título es considerado como de lo “mejorcito” de 2017, debió ser un año terriblemente famélico para un Hollywood instruido para regurgitar refritos y sofritos con contumacia matemática
La película en cuestión no es otra cosa que un nuevo intento por seguirle la zaga a la Marvel, formando un universo superheroico de firma DC rentable más allá de las grapas. De hacer pasta a golpe de cinta cinematográfica y, tarde o temprano, le iba a tocar el turno a la Mujer Maravilla, personaje nacido al albur de la segunda guerra mundial como otros tantos ilustres y como otros tantos olvidados de la Historia del cómic norteamericano; divertidos personajes de papel y colores chillones con el cometido de elevar el ardor patriótico de todos los estratos sociales y de edad hacia una unidad y lucha contra la amenaza materializada en las potencias del Eje Berlín-Roma-Tokio.
Sobre el cuerpo fibroso de una semidiosa se ajustaron unas barras y estrellas y salió al mundo a repartir mamporros a diestro y siniestro, pues no solo los hombres tenían que sacrificarse por el bien común. Pero trasladar a Diana, ahora, a la gran pantalla con un guión que la enfrentase a los nazis sería un plagio bochornoso de Capitán América, por lo que, al menos, se ha acertado al llevarla a un escenario anterior y que encaja más con esa función de protección de la Humanidad, pues la Gran Guerra se suponía que sería la que acabaría con todas las guerras (idea un tanto necia, pero inoculada por cierto destello de esperanza ante tanta destrucción). Igualmente, el guión recoge el concepto de que no necesitamos la intervención demiúrgica alguna para lanzarnos a la aniquilación como especie, al más horroroso y rápido holocausto, pues en nuestro regazo arde el mal pero también el bien: solo es nuestra la responsabilidad de aquello que hagamos.
Aparte de entonar el mea culpa como especie guerrera, se acusa a los espectadores, adormecidos y cómodos en nuestras butacas, entre vistosos combates en los que se mata o se deja tetrapléjicos a decenas de soldados alemanes: ¿por qué no participamos activamente en un conflicto bélico y luchamos para ponerle fin? ¿Por qué somos tan egoístas como para seguir habitando en nuestra placentera isla, apartada de las tormentas que asolan tierras no tan lejanas, al otro lado de una cúpula mágica de invisibilidad? Preguntas que ya se lanzaban a la ciudadanía estadounidense antes del 7 de diciembre de 1941 y que hoy nos susurran a los oídos, mas estamos sordos y ciegos como piedras de granito.
Loable es la labor de ambientación, que me retuerce el brazo hasta el punto de obligarme a perdonar el pésimo guión por el que se conduce para dejar de sentir dolor, plagado de escenas vistas y revistas y de escasísima tensión, pues no hay que ser un lince para saber qué ocurrirá tras la siguiente esquina, quién se esconde tras la máscara de Ares (por supuesto, no iba a ser Elena Anaya, quien solo parece hacerse las Américas para vestirse de monstruo) o que el piloto yanki pasará a mejor vida en un sacrificio personal por ese ya mentado bien común. Y como viene siendo costumbre desde mucho antes de «Rogue One», lo políticamente correcto vuelve a hacer estragos y a reunir un equipo multicultural para que la semidiosa alcance el frente y se luzca con una coreografía a lo «Matrix» que ya aburre.
Aunque tenía ganas de ver esta película, filmada más que nada por el qué dirán de los últimos tiempos, me ha parecido pobre, vacua, predecible y prescindible, sin que haya en sus dos horas pasadas de duración nada que la haga merecedora de distinción o recuerdo positivo alguno.
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