Guardia de cine: reseña a «Quiero comerme tu pancreas»
Título original: Kimi no suizo wo tabetai. 2018. Japón. Animación, Drama. 108 min. Dirección: Shinichiro Ushijima. Guión: Shinichiro Ushijima (basándose en la novela de Yoru Sumino). Studio VOLN
En muchas webs de reseñas leeréis que «Quiero comerme tu páncreas» es una oda inmensa a la vida, pero yo diría más bien que, como tantas obras japonesas dirigidas a un público adolescente y adulto, es una espada dirigida contra esa enfermedad que mina a la sociedad de aquel país: la soledad
En muchas webs de reseñas leeréis que «Quiero comerme tu páncreas» es una oda inmensa a la vida, pero yo diría más bien que, como tantas obras japonesas dirigidas a un público adolescente y adulto, es una espada dirigida contra esa enfermedad que mina a la sociedad de aquel país: la soledad
¿Qué es vivir? Menuda pregunta, ¿verdad? Quizá debamos, para contestar, echar mano de aquellos sesudos autores que pasaron sin pena ni gloria por nuestras cabecitas en la aburrida asignatura de Filosofía, cuando cursábamos el Bachillerato. Es que no encuentro ni las palabras; ni tengo claro si podría responder aunque fuera con solo unos tontos balbuceos; más aún si me encontrara en una como la que experimenta Sakura Yamauchi, la protagonista femenina de esta historia, la cual está aquejada de una enfermedad pancreática terminal.
El relato, de estos que en ocasiones te sorprende con una sonrisa ante la vivacidad de Sakura y que en otros te aprieta por dentro a base de bien, nació bajo la fórmula de novela web (firmada por Yoru Yumino), obteniendo pronto el apoyo del público. De la novela pasó rápidamente al manga para terminar como el anime que estoy reseñando, tras un salto a la acción real en 2017. Es un sendero extraño el que ha seguido «Quiero comerme mi páncreas».
Lo primero que nos deja descolocados es el título. Eso de comerse el páncreas del vecino suena más bien a cine gore o a un carrusel de personajes un tanto anormales, pero todo se aclara bajo el prisma de la creencia popular de que alguien que sufriera una enfermedad en un órgano vital pudiera sanarse si comía justo una pieza cárnica sana de un animal. Es algo que yo he vivido y muchos recordaréis, de aquella época en la que nuestras madres creían a pies juntillas que si comías sesos ibas a ser más inteligente, etc. Así que tranquilos, pero tampoco os engañe la edulcorada cartelería del filme, pues aunque podamos estar tratando de una historia adolescente, todo es muy adulto.
Con una narración en off a cargo del protagonista masculino, cuyo nombre solamente sabremos al final (Haruki), se van desgranando los últimos meses de vida de Sakura, una chica jovial y despreocupada en apariencia. La relación entre Sakura y Haruki nace de una “casualidad” provocada por las decisiones de Haruki (y también de Sakura), pues en la sala de espera del hospital recoge un libro que alguien ha perdido y que resulta ser un diario titulado “Conviviendo con la enfermedad” (he advertido que en otras versiones, es “[…] con la muerte”). Un diario que pertenece a Sakura y que desvela parte de la verdad de su verdadero estado de salud que Haruki, compañero de clase que vive apartado de todos y de todo por voluntad propia, descubrirá aunque no fuera su intención.
Desde ese instante, Sakura “fuerza” a Haruki a tenerla siempre cerca. Coge la vacante en la biblioteca donde Haruki realiza sus tareas extraescolares, crea situaciones para encontrarse “casualmente”, etc., para, con su radiante simpatía, ganarse al taciturno chico, quien va desvelando su triste realidad. En ocasiones suena un tanto a acoso de baja intensidad y algo de manipulación, aún a un nivel infantil (ir a un buffet libre de pasteles). Ambos son polos opuestos y solo la enfermedad y el compromiso de cumplir unos deseos inocentes por parte de una enferma terminal parece mantener a Haruki en su puesto, hasta el cambio que una a ambos de forma irremediable. Sakura quiere vivir feliz y a tope sus últimos momentos; podría hacerlo con sus amigas en vez de con el chico raro de clase (esa persona que encontró su diario), pero es que ella quiere que Haruki sea también feliz, que sepa lo que es vivir.
Es de agradecer que el argumento no se “recree” en extremaunciones y estertores, aunque el punto de ruptura será del todo inesperado. Un jarro de agua fría, no solo para el espectador, que llega a impresionar.
En muchas webs de reseñas leeréis que «Quiero comerme tu páncreas» es una oda inmensa a la vida, pero yo diría más bien que, como tantas obras japonesas dirigidas a un público adolescente y adulto, es una espada dirigida contra esa enfermedad que mina a la sociedad de aquel país: la soledad. No es que niegue la realidad: en nuestra piel de toro no somos ajenos a este problema, sobre todo con esos miles de abuelos que son poco más que fantasmas y por los que no se preocupa nadie; sino que me refiero a ese paradigma de la persona solitaria, sin contacto físico, sin calor, aislada en un mundo rebosante de congéneres que apenas respetan el espacio vital de uno. Haruki concentra en su seno todo ese aspecto moderno nihilista, llegando a afirmar que nunca ha tenido amigos y que tampoco le importa; incluso su relación con sus padres (que apenas aparecen por casa) dista de considerarse normal. Y Sakura es justo lo contrario.
Haruki ni se preocupa por los demás; incluso no le importa mucho que Sakura se esté muriendo y se deja manipular por ella por mera cortesía. Hasta que llega el instante en el que ha de hacer caer sus escudos y reconocer que le duele y mucho que Sakura esté agotando sus días.
«Quiero comerme tu páncreas» trata sobre la vida, entendiéndola como contacto y relaciones con nuestros semejantes, eso que a Haruki le cuesta tanto, alejando de sí la soledad estigmatizante y defendiendo la necesidad de apoyos familiares y de amigos. Haruki los necesita y Sakura lo sabe bien, de ahí su mensaje póstumo deseando que el protagonista y la temperamental Kyoko, la mejor amiga de Sakura, puedan alcanzar cierta armonía.
El espectáculo visual que ofrece la cinta es innegable (aunque chirría el cambio del 2D al 3D, como casi siempre), destacando la escena en la que Sakura y Haruki están en la playa o en una calle rebosante de cerezos en flor. Sin embargo, creo que le sobra metraje hacia la última parte, aún cuando sirve para hacer un homenaje sui generis a «El principito», de Saint Exupery, libro que tiene su especial importancia en determinado punto de la trama. Los minutos finales (últimos 15-20 minutos), a pesar de que son clave, establecen líneas demasiado largas y descompensadas con el resto de la cinta. Es un cambio de prisma y no me estoy refiriendo al punto de ruptura que ya he comentado, sino a cómo se trata, tan solo encauzándose cuando Haruki va a visitar a la madre de Sakura y durante el transcurso del nada pacífico encuentro con Kyoko, que será la última escena.
Es una historia de esas que te provocan cierta saturación en el conducto lacrimal, pues la enfermedad, una como la que sufre Sakura, por su terrible diagnóstico y la juventud de la afectada, no es plato fácil de digerir, por muy de piedra que te hagas. Creo que es un título de los que perdurarán en la memoria.
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