Guardia de cine: reseña a «La casa de las dagas voladoras»

Título original: Shi mian mai fu. 2004. 119 min. China. Acción, Romance, Fantástico, Artes marciales. Dirección: Zhang Yimou. Guión: Zhang Yimou, Li Feng, Wang Bin. Reparto: Zhang Ziyi, Takeshi Kaneshiro, Andy Lau, Song Dandan, Hao Baijie, Liu Ying, Li Quiang, Wang Kun, Chen Lang, Yang Wen

Aceptar la invitación y entrar en «La casa de las dagas voladoras» es hacerlo a riesgo de que la saturación policromática agote el aire en nuestros pulmones, mientras se presencia una lucha entre un amor verdadero y generoso y otro egoísta y posesivo; también entre el dictado del corazón y el de la cabeza

La rica y escabrosa Historia medieval china y su Mitología siempre ha dado pie para más de una película de acción en la que una sucesión sin fin de golpes de puño y sable, de saltos imposibles y dudosos de acometer, se funde con nítidas y delicadas imágenes de rubor otoñal o de níveos campos invernales, con el juego del viento con las ramas de los árboles o con un rayo de sol impacta contra un recuadro de sedosa tela. «La casa de las dagas voladoras» es una de esas, una de tantas, que se filtran en la cartelera occidental y que permiten una evasión exótica y explosiva.

Durante sus iniciales compases sabremos de la lucha gubernamental contra una secta o sociedad que da título al filme; de la investigación policial que se centra en una primera dama de una casa de entretenimiento recién abierta, en una joven bailarina ciega que se sospecha sea la hija del líder de las dagas voladoras, quien huye con la ayuda de uno de los oficiales encargados del caso, como infiltrado. El muchacho, zalamero y de palabras dulces, posee un corazón leal a su deber, pero que se ablandará con el paso de los días y las noches compartidas con la misteriosa y combativa bailarina, transformando el argumento y conduciéndolo hasta un triángulo amoroso y de desenlace shakespeariano.

Los primeros quince minutos son fastuosos en cuanto al color de los ropajes y el escenario no naturalpero se abusa de la paciencia del espectador con una exagerada y desafiante coreografía. Si el baile que presenta a Yu Mei es exquisito, su posterior exhibición acrobática y de combate a espada es tediosa y enemiga de los estómagos menos aficionados al vértigo prolongado. El resto del minutaje, mientras se revela el verdadero núcleo de la historia, está destinado a que admiremos el cambio paulatino de estaciones que corre junto con la pareja a la fuga hasta unir el destino de los tres personajes principales, con un invierno sorpresivo tras el cálido bosque a las puertas del otoño; un invierno de lucha desesperada, dolorosa y teñido de sangre que se traslada sin mucho acierto a la pantalla, con algunos planos en los que la artificiosidad creada en un entorno vivo es evidente.

«La casa de las dagas voladoras» es una triste historia de lucha entre un amor verdadero y generoso y otro egoísta y posesivo; también entre el dictado del corazón y el de la cabeza. Una historia de entrega y traición que exhala el revuelto más lúgubre de sentimientos, que nacen puros y que se corrompen entre las oscuras y oleosas entrañas del odio.

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