Guardia de cine: reseña a «Cuentos de la luna pálida»

Título original: «Ugetsu monogatari». 1953. Japón. 96 min. B/N. Drama. Dirección: Kenki Mizoguchi. Guión: Matsutaro Kawaguchi, Yoshitaka Yoda. Reparto: Machico Kyo, Mitsuko Mito, Minuyo Tanaka, Masayuki Mori, Eitaro Ozawa

Película para sesudos a lo Garci, aunque la obra de Ueda siempre prescindió de la carga intelectual de las historias chinas en las que se basa, absorbiendo solo su moralidad y revistiéndolas de la especial sensibilidad nipona. Un cuento con moraleja ante las consecuencias de una ambición desmedida y  egocéntrica

Las películas japonesas en blanco y negro tienen algo especial; una fuerza que comparten con otras de la época, pero con otro agrado, aunque esa misma ausencia de color nos prive de recrearnos con la vistosidad del vestuario y la Naturaleza que siempre alcanzan la categoría de coprotagonistas, dando pistas de lo que sucede o está por pasar.

Esta película nos traslada a un momento indeterminado del s. XVI, durante el Sengoku, periodo de guerras civiles que duraría más de cien años y que asoló el archipiélago con una violencia constante. En un pueblecito a orillas del lago Biwa cohabitan los protagonistas de este drama con moraleja (por algo es un cuento): Genjuro y Tobei, ambos picados por la ambición de poder abandonar su pobre y esforzado estilo de vida y saborear las mieles de la riqueza y el reconocimiento. El primero, que se alza como principal hilo, es un alfarero obsesionado con amasar una fortuna y colmar a su familia, compuesta por su esposa Miyagi y su hijo Kenichi, de ricos ropajes y lujos. Por otro lado está Tobei, un tipo un tanto errático e incontrolable, que ansía convertirse en samurái y hacer así de su nombre algo inspirador.

La aldea pronto quedará rodeada por las garras de la guerra, justo cuando Genjuro está esperando que su horno termine de cocer una remesa por la que ha trabajado como una mula. Su desespero por huir de la pobreza llega a tal punto que arriesgará su propia existencia por comprobar el estado de la cocción de la vajilla. Al comprobar que, aunque se haya apagado el fuego, el producto está acabado y en perfectas condiciones para su venta, Genjuro convence a su esposa Miyagi, así como a Tobei y a la mujer de éste, Ohama, de partir esa misma noche hasta la ciudad evitando a las patrullas. Los hados, entonces, no cejarán en su empeño por advertirles que es muy mala idea dejarse cegar por la ambición y la avaricia, provocando terribles situaciones, que pasan desde encontrar a un moribundo atacado por ladrones hasta fantasmas de terribles intenciones.

La desgracia marca a Genjuro y a sus familiares. La historia de éste es la más extraña, pues se relacionará directamente con un espectro muy corpóreo, el de Lady Wakasa, con quien llegará incluso a tener relaciones sexuales ante la promesa de que su vajilla será famosa. Por su parte, Tobei hará realidad su sueño, aunque sea con mentiras y con su coste. Curiosamente, en ambos supuestos, quien lleva la peor parte son las mujeres, una de ellas resultando asesinada por un ashigaru ebrio y la otra violada y obligada a vivir de su cuerpo.

El final de la cinta consigue corregir a ambos protagonistas: acaban siendo conocedores del mal que puede causar una ambición desmedida y fuertemente egocéntrica. No se conformarán con sus vidas de pobres sometidos a las fuerzas de la naturaleza y la guerra, sino que lucharán por sus tierras y por sus familias; prosperarán dentro de una línea coherente y justa.

Esta película recoge parte de la colección de cuentos que escribió Ueda Akinari durante el s. XVIII, siendo que estos forman parte troncal de la Literatura japonesa. Ueda fue hijo de una prostituta y sobrevivió a la viruela, creyéndose protegido por los kami; estos hechos marcaron su línea artística, siendo que formarán parte de sus textos, sobre todo en su vertiente sobrenatural.

La narración de la película puede ser considerada como lenta, llegando al punto de aburrirnos. Incluso es probable que nos parezca que no hacía falta tanto metraje para lo que termina sucediendo. Otro aspecto que será más pronunciado en aquellos neófitos en el cine japonés será el encajar las dos líneas: una sobrenatural y otra mucho más apegada a lo real. La historia de Genjuro comenzará a estar plagada de fantasmas desde que se cruza con Lady Wakasa, hasta el mismo final; sin embargo, la de Tobei y Ohama es patética como la desgracia misma, con un mayor peso dramático, verdaderos sacos de arena de los golpes que atenuarán sus ánimos, y que bien podrían haber tenido más brillo ante la cámara.

Película para sesudos a lo Garci, aunque la obra de Ueda siempre prescindió de la carga intelectual de las historias chinas en las que se basa, absorbiendo solo su moralidad y revistiéndolas de la especial sensibilidad nipona.

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