Guardia de cine: reseña a «Shogun Mayeda»

Título original: «Kabuto». 1991. 107 min. Japón. Acción. Dirección: Gordon Hessler. Guión: Shô Kosugi y Nelson Gidding. Reparto: Shô Kosugi, David Essex, Kane Kosugi, Christopher Lee, Norma Lloyd, Ronald Pickup, John Rhys-Davies, Polly Walker, Dylan Kussman, Toshirô Mifune

Un planteamiento a priori interesante que degenera en lo grotesco y absurdo. Aquellos que sepáis de la Historia del Japón entre los s. XVI y XVII huid de este título como alma que lleva el diablo 

En un momento indeterminado de mi adolescencia, la imagen se quedó marcado en mi imaginación, como tatuado tal era su fuerza: un samurai luchando contra un caballero español en una rocosa playa, en un combate a muerte. Era, de lo poco que capté, una película en la que los japoneses habían viajado hasta la España de Felipe II en busca de armas de fuego modernas. 

No me negaréis que la cosa no tenía su aquel.

Pasado el tiempo, demasiado, tanto como para haberme permitido escribir un ensayo histórico acerca de las relaciones entre Europa y Japón durante los s. XVI y XIX, acerté a dar con este film del año 1991. El recuerdo de aquel épico combate se abrió ante mis ojos o detrás de los mismos; por supuesto, tenía que verla, más aún cuando supe que en el reparto aparecían Christopher Lee, John Rhys-Davies y Toshiro Mifune. Se pintaba como un peliculón… Pero es una cascada de errores interesados.

La acción da inicio recordando un momento álgido de la batalla definitiva de la llanura de Sekigahara entre los Ejércitos del Oeste y del Este, cuyo vencedor instauraría un reinado militar durante siglos; un choque en el que tuvo un valor estratégico el empleo de armas de fuego, bastante denigradas por la clase samurai. El Shogun Tokugawa Ieyasu (Toshiro Mifune), sintiendo aún débiles los cimientos de su trono, necesita modernizarse con la tecnología puntera armamentística europea (nuestra capacidad artillera era lo único que interesaba en Japón) y para ello manda a España a su hijo Noriyune y al samurai Mayeda en misión especial. En torno a dicha expedición girará la historia de conspiración en la que a los españoles nos ponen a caer de un guindo, como siempre, con momentos absurdos a remarcar a lo largo de la cinta.

Acertada es la descripción de la lucha entre órdenes religiosas ante la exclusividad que disfrutaban los jesuitas en el Japón, pero la traición del padre Vasco no tiene ni pies ni cabeza a la hora de aliarse con los rescoldos del poder del bando occidental, sobre todo cuando el difunto Toyotomi Hideyoshi fue quien inició la persecución contra los cristianos y provocó no pocos enfrentamientos con las autoridades españolas de Filipinas. Y todo lo demás resulta harto espinoso, lo cual no me resultará freno para ir detallándolo con ánimo y escrúpulo.

Para empezar, a España solo le interesaba Japón como puerto seguro para el Galeón de Manila, algo por lo que Tokugawa Ieyasu, antes de alcanzar el poder, contactó con Luzón. Ese reino, el Cipango de Marco Polo, era para Portugal por disposición de Felipe II, siendo que el resto de las coronas de la península no podían echar las manos encima. Por tanto, ahí tenemos un error político en el guión.

Respecto a las armas que quieren los japoneses, las de mecanismo de chispa, no eran tan fáciles de encontrar y eran de origen francés y no español. Además, para tratar de semejante transacción no hacía falta viajar hasta Cádiz (la población que sirve de exterior para nuestra Gadez que para ilustrar el norte de Marruecos), ni entrevistarse con el soberano de las Españas; bastaba con negociar en Manila, siendo una ingenuidad intolerable mandar a semejante misión a un adolescente como Noriyune, una misión que, si atendemos a lo que dice el capitán, dura un mes (¡¿?!) en un navío de bandera holandesa y nombrada como Príncipe de Orange; ¡¿cómo?! ¿Qué narices es esta tontería? Y, ¿a qué viene la costumbre de plantar la enseña rojigualda ciento y pico de años antes de que SMC Carlos III encargara al ministro de Marina Antonio Valdés y Fernández Bazán bocetos de enseñas con colores vivos para sus navíos de guerra y mercantes?

Como toda buena película participada por anglosajones, los españoles somos de lo peor: mezquinos, traicioneros, etc., etc.; y aunque quiere comenzar con brillo, se va desinflando. Su última media hora es insufrible y predecible, aquejada, encima, de una presurosa y absurda necesidad por darle punto final.

Y, claro, para atraer miradas y espectadores se decidió titular en castellano (y otros idiomas europeos), del signo de incluir la palabra shogun para que nos acordemos de aquella mítica serie. Un juego un tanto sucio.

El relato no es creíble, cubierto de baches cavados por la negligencia de los guionistas. La producción entra en barrena hasta conseguir un film prescindible, de diálogos risibles e interpretaciones pésimas.

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