Guardia de cine: reseña a «El balcón de las mujeres»
Título original: «Ismach Hatani». 2016. 96 min. Israel. Tragicomedia. Dirección: Emil Ben-Shimon. Guión: Shlomit Nehama. Reparto: Avraham Aviv Alush, Yafit Asulin, Orna Banai, Itzik Cohen, Sharon Elimelech, Evelin Hagoel, Igal Naor, Einat Saruf, Herzl Tobey, Haim Zanati
Aunque la película se presente como una comedia, dista mucho de provocar carcajadas, un combate feraz entre la tradicionalidad castrante y la libertad personal
Un círculo siempre es perfecto aunque se prescinda del compás para marcarlo sobre el papel. Su trazo podrá ser titubeante, torcido, descompensado, demasiado fino o grueso, pero siempre perfecto, pues es una unión de dos puntos. Los círculos son de muchos tipos, considerándose siempre el más fuerte el familiar (un aserto bastante discutible), siguiéndole la zaga el de una pequeña comunidad que es una familia en sí aunque la sangre no una a sus miembros.
En ciertas e insospechadas ocasiones, el lápiz vuelve a pasar sobre el círculo, un acto extraño que desestabiliza el equilibrio cuasimatemático entre humanos, pues quien lo empuña no quiere formar parte, sino hacerse con el control; no quiere ser uno más, solo romper la armonía para imponer un única visión de túnel en unas relaciones personales cuya génesis no conoce.
Esta es la lectura que se puede hacer de «El balcón de las mujeres» más allá de la de levantar ampollas en las comunidades judías ortodoxas y ultraortodoxas, denunciando la misoginia imperante en sus senos.
El film da comienzo durante la celebración de un bar mitzvah en una ínfima sinagoga de barrio. En el piso superior, donde está situado el balcón en el que las mujeres de la comunidad siguen la ceremonia, el forjado cede y buena parte de la estructura cae provocando heridos de diversa consideración. La peor parte se la lleva la mujer del rabino, que queda en estado de coma. Por su parte, el rabino, como respuesta del inconsciente, se sumerge en un estado catatónico y psicótico.
Las familias se quedan sin sinagoga de forma temporal, pues hay que restaurarla como sea, en la medida que lo permita sus humildes economías, y sin la guía espiritual de su rabino. Es entonces cuando, estando los hombres necesitados de más fieles para el rezo de la mañana, conocen a David, un joven y arrebatador rabino quien, con su ladina elocuencia, se hará con el control, tanto de las obras como de las vidas de los congregados, que poco pueden hacer, vencidos por las palabras y la timidez. Su discurso de escorpión religioso, perfectamente dirigido, hunde a las familias en un lodazal de ultraconservadurismo misógino, siendo que lo primero que hace es privar a las mujeres de su balcón, confinándolas a una especie de jaula con una ridícula ventana por la que podrán asomar los ojos al piso inferior.
El elemento distorsionador rompe el círculo, enfrentando a las mujeres entre sí, creando dos bandos bien diferenciados: uno de pureza y sometimiento, de violencia verbal hacia quienes no se quieran doblegar, y otro que solo pretende que las cosas vuelvan a ser como antes, mientras los hombres son poco menos que marionetas en manos del rabino David.
En un momento determinando, la constatación de la misoginia del rabino usurpador unirá a todas las mujeres de la sinagoga, con y sin cabeza cubierta, siendo que sus lazos de amistad y fraternidad son mucho más fuertes que las palabras supuestamente amparadas en la Biblia. Juntas reclamarán no solo ese balcón que les pertenece por derecho propio, sino que la comunidad recupere el control de la sinagoga que está siendo vampirizada por el joven rabino.
Aunque la película se presente como una comedia, dista mucho de provocar carcajadas. Se centra en esa pequeña y, de pronto, desamparada congregación y en la visión de Ety, una judía ortodoxa pero de visión práctica y nada conservadora, que se niega a creer que lo bueno y lo malo de la vida se deba a un cúmulo de acciones propias que merezcan la bendición o la maldición del Altísimo. Como bien dice, Dios nos se preocupa por minucias y prueba de ello es que nos haya dotado de cerebro y manos para valernos por nosotros mismos.
Film coral en el que el lado femenino carga con todo el peso, dejando al masculino pecar de pusilanimidad, salvo por contadas excepciones, en un combate feraz entre la tradicionalidad castrante y la libertad personal; un film que tenía que terminar bien para los implicados.
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