Guardia de literatura: reseña a «Solaris», de Stanislav Lem

Título original: «Solaris»
Impedimenta, Madrid
Primera edición: abril de 2011
Traducción: Joanna Ozchowska
Introducción: Jesús Palacios
ISBN: 978-84-15130-09-3
292 páginas

«Solaris» relata la incapacidad del ser humano de comunicarse con un ente no humano o un alien que no esté humanizado, así como la necedad de una conquista espacial cuando no hemos terminado de entender la mente humana.

Título recurrente donde los haya entre las monografías más sesudas de la ciencia-ficción, «Solaris» es considerada como la obra culmen del autor polaco Stanislav Lem, la cual se posiciona como eje del género por su línea divergente y por haberse publicado “al otro lado”. No obstante, su argumento sirvió, tras pasar por las manos de Andrei Tartovsky, de respuesta soviética a «2001: Una odisea del espacio».

«Solaris» son los pensamientos y la narración de unos hechos de los que es testigo Kris Kelvin, quien aterriza en la estación de investigación del planeta Solaris en un momento dado. Uno de los integrantes de la estación, Gibarian, se acaba de suicidar y los otros dos miembros de la tripulación, Snaut y Sartorius, se comportan de un modo muy extraño. Kelvin llega a la estación y la encuentra en aparente abandono y prácticamente vacía: los androides han sido desactivados y el silencio es total, pero se encuentran por los pasillos personas que no deberían estar ahí. 

Solaris es un planeta que se descubrió y se estudia sobre el terreno desde hace un siglo. Poco se ha avanzado desde entonces, salvo el aceptar la teoría de que su océano protoplasmático es un ser o cerebro inteligente con el que generaciones de investigadores se afanan en contactar. El océano se manifiesta de forma que se escapa a todo entendimiento, reproduciendo escenas de la Tierra y formaciones, hasta que, tras un experimento con rayos X, es capaz de crear, tras extraerlos del subconsciente de los tripulantes de la estación, seres humanos reales, replicándolos en carne, hueso y recuerdos; reales e inmortales. Kelvin recibirá la visita de Harey, la novia que tuvo y que se suicidó diez años atrás, con la que retoma su romance a pesar de la imposibilidad, pero no es el quid de «Solaris» (al contrario de lo que sucede en las dos adaptaciones cinematográficas, de las que Lem renegó, no es el amor), que no es otro que la incapacidad del ser humano de comunicarse con un ente no humano o un alien que no esté humanizado, así como la necedad de una conquista espacial cuando no hemos terminado de entender la mente humana.

En su día traté de ver la «Solaris» del poético Tartovsky, pero la dejé por imposible al estar en VOSE y a una lentitud para la que no estaba preparado. Sí llegué al final de la de estadounidense dirigida por Soderbergh (muy criticada), y siempre me quedó la espina de leer la novela original para enterarme de mucho más de lo que era capaz de asimilar. Y, una vez cumplido el propósito, esta obra de Lem me ha causado emociones encontradas. Por un lado me parece magnífica la propuesta de un ente alienígena totalmente diferente a los creados por el común de los escritores del género, así como la mezcla de ciencia-ficción y tensión gracias a esas escenas con Harey y los pocos intercambios dialécticos con Snaut y Sartorius, pero también es una narrativa harto aburrida cuando Lem adopta el cariz netamente científico, desarrollando de forma estéril y apabullante la historia de las investigaciones de Solaris, su bibliografía y la explicación de los fenómenos que acontecen sobre la superficie del océano mucoso, con sus mimoides, simetriadas y asimetriadas, con sus monstruos, como titula el capítulo. Os parecerá una barbaridad, una traición, pero acabé saltándome páginas y páginas de descripciones por puro hastío. Perdía la concentración en la lectura y los párrafos iban cayendo inertes a mi paso. Simplemente no los veía, lo cual aceleró la lectura de una novela no muy larga, en la que el planeta, con sus nieblas bermejas, su noche de una hora y sus dos soles, es el único protagonista.


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