Guardia de cine: reseña a la película «Yo me encargo de la cerveza» (2022)

Título original: «The Greatest Beer Run Ever». 2022. 126 min. EEUU. Dirección: Peter Farrelly. Guión: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Pete Jones. Reparto: Zac Efron, Russell Crowe, Bill Murray, Kyle Allen, Archie Renaux, Jake Picking, Will Ropp, Christopher Reed Brown, Joe Adler, MacGregor Arney, Hal Cumpston, Kristin Carey, Paul Adelstein

La película, como es natural, acelera los hechos, pues Chickie necesitó de cuatro meses para recorrer Vietnam y dar con el paradero de sus cuatro amigos, pero está muy bien rodada, es sólida, divertida, impactante y tocada de gracia con una excepcional banda sonora

La realidad supera a la ficción, eso es lo que siempre se ha dicho, ¿verdad? Incluso que la imaginación más alocada se queda prácticamente en nada en comparación. Son historias protagonizadas por personas que no estaban llamadas a hacer algo en especial si no fuera porque les tocó vivir una etapa histórica muy concreta. Y esto es lo que le sucedió a John Chick/Chickie Donahue, un chaval de los barrios católico-irlandeses de Nueva York que llegó a ser más bien conocido por su papel como sindicalista de los túneles de la ciudad, pero que, con veintipocos años, llevó a cabo una hazaña o una locura sin parangón. 

Chickie era marino mercante y ex marine, y poco más. Tenía fama, eso sí, si atendemos a la película, de ser un poco vago, dado a la bebida y alguien que siempre se echaba para atrás en sus compromisos y proyecto. Pero durante el año 1967, en plena efervescencia de las manifestaciones contra la guerra del Vietnam, de las que llegaba a participar su hermana, Chickie, como patriota que se sentía, decidió hacer algo que solo se puede tildar de estupidez: plantarse en Saigón con una mochila llena de latas de cerveza a repartir entre los amigos del barrio que estaban sirviendo en el Ejército. En un comienzo, su plan se dibuja como la típica bravata durante una conversación en la barra de un bar, una noche de noviembre de 1967, pero Chickie, por amor propio, acabó rebuscando los arrestos necesarios y, tras obtener un puesto en la sala de máquinas de un carguero que transportaba munición, se plantó en la capital de Vietnam del Sur, tras un viaje de diez mil millas náuticas, comenzando una odisea que distaba mucho de lo que había imaginado.

A través de los ojos de Chickie vemos la transformación de un hombre que se expresaba a favor de la guerra contra el Comunismo en el país del Sudeste asiático y que creía a pies juntillas a los políticos y los oficiales de alta graduación decían a través de sus intervenciones televisadas, así como a criticar abiertamente el pesimismo que la prensa trasladaba desde los campos de arroz a las calles de Nueva York y otras ciudades del país, alimentando las posturas contrarias a la presencia de los EEUU en Vietnam. Y el cándido Chickie va recorriendo buena parte del país de los viets, confundido por un agente de la CIA y metiéndose de buena gana en un agujero del que el más idiota quiere salir corriendo, y todo por llevar unas cervezas y algo de calor desde el barrio a los muchachos. Tras cada día que pasa, irá asimilando el horror de una guerra que es distinta a como se la pintaban: un caos incontrolable, más si cabe cuando su regreso a The World se ve cancelado por la Ofensiva del Tet, escenas estas que el protagonista comparte con un fotoreportero (personaje inventado pues no se menciona en su autobiografía «The Greatest Beer Run Ever», coescrita junto a J. T. Molloy), y que diría que es de lo mejor de toda la película.

Una historia real que Chickie terminó por trasladar a un libro autobiográfico del que se toman apuntes para esta adaptación encabezada por Zac Efron, Russell Crowe y Bill Murray. La película, como es natural, acelera los hechos, pues Chickie necesitó de cuatro meses para recorrer Vietnam y dar con el paradero de sus cuatro amigos, pero está muy bien rodada, es sólida, divertida, impactante y tocada de gracia con una excepcional banda sonora (siendo que es 1967-68, la buena música está asegurada). Eso sí, durante sus primeros quince minutos es un tanto aburrida, se ve sin ganas; luego la tienes que mirar de un tirón, porque es lo que te pide el cuerpo.


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