Guardia de cine: reseña a «El teléfono del señor Harrigan» (2022)
Título original: «Mr. Harrigan´s Phone». 2022. 105 min. EEUU. Dirección: John Lee Hancock. Guion: John Lee Hancock (historia de Stephen King). Reparto: Jaeden Martell, Donald Sutherland, Joe Tippett, Kirby Howell-Baptiste, Cyrus Arnold, Colin O'Brien, Thomas Francis Murphy, Peggy J. Scott, Alexa Shae Niziak, Polly Kreisman
Película lenta y aburrida que sólo tiene dos alicientes: 1) es la adaptación de un relato de Stephen King y 2) ver a Donald Sutherland
Relato de Stephen King que, como otros tantos, ha terminado adaptado a la pantalla, esta vez, bajo el paraguas del gigante con pies de barro llamado Netflix. Una historia firmada por el de Bangor que no he leído, algo que, por otro lado, no es tan extraño, pues este hombre publica a un ritmo mayor que el que yo soy capaz de seguir como lector. Incluso desconozco ahora en qué recopilatorio se encontrará este título, pero tiene pinta de ser en uno reciente. Sin embargo, nada de esto importa a la hora de redactar esta reseña para una película que es capaz de conservar mucho del espíritu íntimo del King más personal.
Como no podría ser de otro modo, la trama se desarrolla en un pueblecito de Maine, con su iglesia de torre puntiaguda, con su supermercado cutre donde comprar alcohol, latas de judías y rascas de lotería, con sus casitas unifamiliares a ambos lados de la carretera… El típico villorrio de Nueva Inglaterra donde teóricamente no pasa ni el virus de la gripe, y que sirve de hogar a un protagonista anodino, con trauma personal que lo marca a fuego; hablo de Craig, un chaval que perdió de niño a su madre y que vive con su padre, un buen hombre con el que los silencios son más comunes que las animadas conversaciones en la mesa de la cocina. Un día, tras la lectura de la Biblia en la misa dominical, Craig es contratado por el señor Harrigan, un multimillonario jubilado y afincado en el pueblo, lejos de todos aquellos que lo puedan molestar. Harrigan tiene problemas de visión y Craig puede suplir esa falta leyéndole las novelas que atestan los anaqueles de su biblioteca personal, tres días a la semana.
Y lo que pudo ser cuestión de meses se convirtió en una relación de varios años en los que adolescente y anciano alcanzan un nivel de confianza mutua, a pesar de la distancia de edad, social, cultural y personal que los separa, pues el señor Halloran es un hombre temible pero, a la vez, atractivo, que se forjó a sí mismo en el mundo de las finanzas haciendo gala de una crueldad inusitada aunque con fuertes notas de equidad. Una suerte de mentor.
Y todo habría seguido su normal y aburrido curso si Craig no hubiera llegado a la edad de matricularse en el instituto. Entre las paredes del nuevo centro, el chaval dará con dos novedades: la necesidad de tener un Iphone para poder acceder al círculo de los populares y el desequilibrado matón que le amarga la existencia. Novedades de las que participará el señor Halloran, sobre todo de la primera, cuando Craig regala al anciano un Iphone con parte del dinero que gana a la lotería, para estar en contacto y que éste pueda acceder al nuevo mundo de oportunidades que esa maquinita ofrece sin exigir “nada a cambio.” El señor Halloran se engancha al móvil, tanto como para dejar de prestar atención a Craig durante sus lecturas, pero acaba siendo consciente y prevé los peligros que hoy nos estrangulan desde estas pantallitas.
Por supuesto, esto no tiene nada del otro mundo. La cosa se pone peliaguda cuando el señor Halloran fallece y Craig, en un impulso sin explicación, guarda el móvil del anciano en la chaqueta que porta el difunto en el ataúd. Un móvil que debería quedarse pronto sin batería y desde el que nadie podría contactar… ¿Podría ser al revés?
En ocasiones, Craig sentirá la necesidad de dejar mensajes en el buzón de voz del móvil del señor Halloran al sentirse perdido y necesitado de su consejo, pero el terror llegará cuando reciba respuesta, incluso de forma violenta. El móvil, en la mente del genial King, convertido en una suerte de tabla de ouija del s. XXI que, como elemento cotidiano, le sirve para provocar el escalofrío y la intranquilidad en el protagonista. Broma, casualidad, sugestión, imaginación… ¿realidad? Y todo ello con una reflexión profunda sobre nuestro mundo actual.
La película en sí, para mí, solo tiene de sugestiva el poder gozar de la presencia e interpretación de Donald Sutherland en el papel del señor Halloran. Su desarrollo es lento y hasta aburrido, siendo que el relato, lo cual es una crítica también para la obra en papel, no es muy original. No sería la primera vez en la que King se autoplagia sin disimulo y remodela una receta anterior, añadiéndole o quitándole un solo ingrediente, o fusionando dos o más historias para crear un monstruo de Frankenstein. No es que tenga relación, pero no dejo de ver aquí tintes de la malsana relación entre el adolescente y el anciano de «Verano de corrupción», por empezar.
Está bien, no lo discuto, pero no sé si los de Netflix han hecho más ruido que nueces. Diría que es una película apta para grandes apasionados de King, al que le perdonamos de todo.
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