Guardia de televisión: reseña a la segunda temporada de «Motherland: Fort Salem» (2021)
A la segunda temporada de «Motherland: Fort Salem» se le encuentran las mismas y escasas virtudes y los abultados y engorrosos defectos de su antecesora
Mi opinión general no se ha movido una sola casilla con respecto a la que dejé aquí impresa en referencia a la primera temporada de esta serie de tinte sobrenatural y militar. Sin embargo, vaya Vd. a saber, me ha sucedido también lo mismo que entonces: me he dejado los ojos en el empeño de catar todos los capítulos de un tirón, a un ritmo de uno por noche. Y me resulta extraordinario pues tengo apuntadas otras producciones que me parecen mucho más atractivas y mejor hechas («Vigil», por ejemplo), y las voy dejando atrás o las visito de una forma desesperadamente lenta y con demasiada pausa.
Como iba diciendo, a la segunda temporada de «Motherland: Fort Salem» se le encuentran las mismas y escasas virtudes y los abultados y engorrosos defectos de su antecesora, con la salvedad de que nos liberan de un exceso de momentos dados a la vergüenza ajena. Los guionistas se han frenado en esto, pero, bueno…
La mayor pega que le puedo sacar a la temporada es la velocidad que se imprime a la locomotora que tira de los vagones que podríamos identificar con las subtramas. Por ejemplo, la cadete Tally Craven, quien se convirtió en provecta de la general Sarah Alder en el S1-E10, deja de serlo nada más arrancar. Por culpa de ese vínculo, nuestra pelirroja experimentará unas pesadillas muy lúcidas que son los recuerdos de la jerarca, pero este problema se lo extirpa químicamente la oficial Izadora sin dejar pasar otros cuarenta minutos de metraje. Ya sabemos que Tally, con lo pesada y éticamente mojigata que es, no soltará el hueso, aunque sea por culpa de su visión inmadura, como cadete, de lo que ha tenido que tragar Alder, que no siempre habrá acertado, pero el secreto de la general, que dará explicación al surgimiento y leitmotiv del grupo terrorista La Espiral, es una trama con derecho a más espacio, pero que se queda en nada en comparación a la alianza creada (en cuanto a interés), entre la sargento Anacostia Quatermain y la exterrorista Scylla Ramshorn, quienes van tras los pasos de La Camarilla, esa logia antibrujas que da muy mal rollo, o el retorno fugaz de la madre de Raelle Collar.
Se corre, corre y corre con unos argumentos que podrían haber valido para una segunda y, también, una tercera temporada, incluso dando hueco para el asunto de la continuidad del linaje de las Bellweather, que es muy curioso y que muestra una sociedad mágica donde reina la eugenesia. Y por mucho correr no se coge a nadie con el paso de baile mal hecho, pues no se profundiza. Un chasquido de dedos y todo solucionado. Y es una pena pues creo, lo reconozco, que la serie tiene su potencial, pero se aísla y todos sus ganchos se tuercen y ceden al ser mordidos con un poco de fuerza: se quiere meter todo a un precio muy alto, haciendo decaer la calidad. Ejemplos de esto último han llevado a la guionización y filmación de capítulos como el S2-E9, en el que vemos a Alder desenmascarada y perdiendo el poder sobre el Ejército (tras casi 300 años), aunque en realidad solo nos atraerán los últimos diez segundos de metraje. Con respecto al S2-E10, a pesar de su acción, es predecible, no digamos ya su rúbrica final (es que lo del padre de esa chica estaba cantado).
La serie sigue sin estar bien planteada. Desconozco quién estará detrás de la mesa de producción ejecutiva (¿algún miembro de La Camarilla, quizá? Jejeje, qué chiste más malo), y qué interés tendrá en todo esto, pero la superficialidad sobre la historia y sus personajes, por mucho que se meta la ambición de la general Petra Bellweather, la siempre turbadora presencia de Scylla (ambas son los dos mejores personajes de la serie), una mayor autonomía del trío protagonista principal, el cambio de actitud de Adil y su hermana Khadila, el origen del Mycellium, o el apretón de manos entre el Ejército y La Espiral en su lucha conjunta contra La Camarilla, termina materializando otro producto que apenas dejará huella a pesar de que mantenga su impacto visual.
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