Guardia de literatura: reseña a «El planeta de los simios», de Pierre Boulle


Título original: «La planète
des singes»
Traducción: Enrique Folch 
González
Suma de Letras, Madrid
Septiembre de 2001
ISBN: 84-663-0373-1
302 páginas

Una alerta temprana, otra más, daba a comienzos de los años 1960 sobre un pronóstico de la incipiente decadencia de la civilización humana

Más conocido por ser el autor de la obra literaria en la que se inspira la mítica «El puente sobre el río Kwai», Pierre Boulle también hizo sus pinitos en el género de la ciencia ficción y nos legó un argumento que copó buena parte de nuestro imaginario cuando Charlton Heston se postró ante los restos de la Estatua de la Libertad. Pero esta novela queda muy alejada de la mitología cinematográfica y su lectura es más cercana a la literatura del s. XIX.

La narración, en primera persona y conservada en legajos dentro de una botella que viaja a la deriva por el cosmos, es descubierta por una ociosa pareja de amantes que también se dejan arrastrar por el viento solar de una punta a otra del sistema solar. Recogen el aparente desecho espacial y comienzan a leer las notas del periodista Ulysse Merou, quien viajó hasta la estrella Aldebarán a bordo de una nave espacial junto al profesor Landelle y su asistente, un tal Levain, sus únicos tripulantes, y un pequeño y simpático chimpancé. Merou describe cómo llegaron a la órbita del planeta al que llamarán Soror y cómo descienden a la superficie, maravillándose por los signos de vida inteligente que detectabaan en pleno vuelo: campos cultivados, carreteras, ciudades… Un calco exacto a lo que recordaban haber visto en la Tierra que habían dejado atrás

Por una de tantas razones que quedan sin explicar en el texto, el trío explorador aterrizó en un claro de la selva, a varios kilómetros de los grandes núcleos poblados. Y es allí, en medio de la floresta de árboles de treinta metros de altura, donde tomaron un primer contacto con algo del todo inesperado: humanos en estado salvaje y primitivo, sin consciencia. Pero las sorpresas no acabaron allí, pues pronto acabarían conociendo a la especie dominante en Soror: los simios.

Al contrario de lo que se filtró a nuestras retinas por medio de las películas originales, este mundo símico imaginado por Boulle no es medieval y con casas de adobe, sino exactamente igual al del Occidente terrestre de comienzos de la década de 1960. Los simios visten ropa a la moda, residen en bloques de apartamentos, poseen automóviles de combustión interna, pilotan aviones a reacción y comienzan a dar los primeros pasos de un programa espacial mediante el lanzamiento de satélites artificiales, pero los simios, divididos en tres grupos (chimpancés, gorilas y orangutanes), viven en paz y bajo una sola bandera.

Merou, como sus dos compañeros, serán primero reducidos a un estado salvaje tras ser capturados por los humanos; luego, serán piezas a cobrar en una cacería organizada para el deleite de las nobles familias gorilas. El protagonista tendrá la suerte de terminar como espécimen para experimentos sobre la inteligencia humana, no pudiendo decir lo mismo Landelle, que acabará en un zoo, o Levain, muerto y quién sabe si disecado para lucir en un salón como trofeo de caza.

Durante su nueva vida de animal de laboratorio, Merou se esforzará por aparentar ser diferente, pero sin pasarse de listo, por ello se sentirá siempre humillado y degradado por la condición a la que se ve sometido. Nunca será capaz de asimilar que en otro planeta el ser humano pueda estar menos evolucionado que un chimpancé; aunque esto no será escollo para sentir una afinidad intelectual con la profesora Zira y su prometido, el genial Cornelius, así como una repulsa mutua con el orangután Zaius.

Con el tiempo, Merou sabrá hacerse entender y hasta aprenderá a hablar simio y acceder al misterio que esconden las ciudades enterradas bajo las arenas de los desiertos de Soror.

La novela resulta una lectura interesante de apenas trescientas palabras divididas en tres partes descompensadas que se limitan a detallar la llegada y captura, la restitución de la dignidad como ser humano del protagonista, y su fuga del planeta de los simios. Pero echa para atrás el recurso de unas memorias custodiadas en una botella, recuperadas en medio del espacio. Igual sentimiento despierta el exceso de descripciones sobre la propia acción, llegando a cansar referencias como las del atractivo físico de Merou hacia Nova (una auténtica Brigitte Bardot en cueros), las quejas del humano herido en su orgullo por ser tratado como un animal o su imposibilidad de entender que en Soror, u otro cualquier planeta, pueda haber otras especies igual de inteligentes a la humana terrestre. Tanto es así que Boulle, a través de Merou, afirma que la inteligencia de los simios de Soror únicamente podría deberse a una suerte de imitación (algo de lo que no quedamos ajenos la mayoría de los humanos más mediocres).

Pero sobre lo que nos quiere alertar Boulle, como buen autor que se sirve de la ciencia ficción para lanzar una advertencia capaz de sortear la censura y el tiempo, es que, ya en 1963, observaba con pavor la decadencia de la especie humana, enferma y entregada a la molicie y la apatía más cobardes. Si Boulle nos viera ahora, su rostro de espanto sería idéntico al de Merou al descubrir a aquellos gorilas con sombrero, chaqueta y escopeta de caza. Sin duda, se daría cuenta de que estamos más cerca de Nova y su tribu que de los chimpancés de Soror.

Los acontecimientos narrados se precipitan para alcanzar un punto final que está bien rubricado en la forma, pero no en el contenido, cuando la pareja que ha recuperado la botella y las memorias de Merou, que navega por el espacio como si lo hicieran en un yate por la Costa Azul, se muestra como es en realidad. Esto en cuanto a la forma, pues, respecto al contenido, a la última nota de Merou nos ofrece una visión idéntica a la que trasladó Tim Burton como cierre de su película de 2001, muy discutido y criticado.

La primera adaptación cinematográfica eliminó ciertos elementos terroríficos con la excusa de la pobre financiación, pero sentando una cátedra inamovible: la evolución tecnológica símica par a la humana a la fecha de estreno en salas de cine (cosa que se revierte en la serie de animación «Regreso al planeta de los simios»). Mas fue fiel a su manera y supo adaptar el texto a su tiempo. El resto de películas (y la serie de televisión), siguió la estela de éxito de la original, aun cayendo en calidad, y fue haciendo suyos pedacitos mordisqueados de los capítulos que conforman la imagen del ascenso símico con respecto al deterioro de la especie humana y que sirvieron de chispa para los argumentos de aquellos inolvidables títulos de los años 1970, destacando «Escape del planeta de los simios» (con respecto a la segunda parte de la novela), o «La conquista del planeta de los simios» (cuando se explica la razón de la decadencia humana en Soror).


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