Guardia de cine: reseña a «Nicky, la aprendiz de bruja» (1989)

Título original: «Majo no takkyûbin». 1989. 101 min. Japón. Dirección: Hayao Miyazaki. Guión: Hayao Miyazaki (libro de Eiko Kadono)

Siempre es complicado abandonar el nido y echar a volar en solitario, pero más lo debe ser si tienes trece años, por mucho que seas una bruja

Cuando llega el momento indicado, Nicky (en realidad, Kiki, pero ya sabemos cómo somos por estos lares), anuncia a su familia que partirá en busca de un nuevo hogar para seguir con sus estudios de brujería (cosa de la que nada veremos a continuación), y sale volando a “lomos” de la escoba de su madre. Ahí es nada. Acompañará a Nicky su gato Jiji, a quien entiende a la perfección, adentrándose juntos en la necesidad de encontrar un nuevo lugar en el mundo cuanto antes. Sin proponérselo, la extraña pareja llega a una ciudad portuaria donde la cosa no empieza del todo bien, aunque lo único que le sucede a Nicky en realidad es que es amonestada verbalmente por un policía por causar un accidente que pudo llegar a mayores, y sentirse ofendida por Tombo, un chico que solo quiere saber de ella.

A Jiji no le convence la ciudad y Nicky entra en un estado de apatía aunque solo ha encontrado a su paso gente amable, sobre todo a Osono, la panadera, quien le cede gustosamente una habitación mientras se adapta a cambio de ayuda en su negocio. Pronto Nicky ideará un modo de ganarse la vida, que es utilizando sus dotes de vuelo para la mensajería, lo cual enlaza con el título original y correcto de la cinta: «El servicio de correos de la bruja».

Durante sus entregas, Nicky irá conociendo a distintas personas de la ciudad y de la zona rural, como la pintora Úrsula o una adorable pareja de ancianas, así como va venciendo sus reticencias a tratar con Tombo.

Es curioso que este cuento, original de la novelista Eiko Kadono publicado en 1985, carezca de malvado o de un enfrentamiento con magia de por medio. Es la historia de una niña que se asoma por primera vez al mundo de la madurez (experiencia que se repite en otros títulos de Studio Ghibli), siendo el elemento extraño la naturaleza de la protagonista: es una joven bruja.  Una historia que defiende la bondad de aquellas personas con las que nos cruzamos en nuestro día a día y que, en muchas ocasiones, no somos capaces de apreciar por simple orgullo o rutina.

El final resulta ser obvio: la victoria de Nicky sobre sus inseguridades y el abandono de la etapa infantil, perdiendo para siempre la posibilidad de hablar con Jiji, quien representa la niñez, por ejemplo.

Siendo que siempre me causa pasmo la facilidad con la que los adolescentes abandonan el hogar familiar en los animes, esta cuarta película de la productora de Hayao Miyazaki no cuenta con una  historia muy profunda ni dramática, pero su sello personal es claramente identificable, además de provocarme algo que hasta hoy no me había pasado nunca: es un filme que te transmite felicidad todo el rato. No sé cómo explicarlo más profusamente, pero la veía y sentía ganas de sonreír todo el rato. Es todo tan bello, aunque sea una mezcla imposible de épocas y lugares; incluso me gustaría vivir en alguna de las casas que aparecen, dando lo mismo si es la de los padres de Nicky, la panadería o la de las ancianas; incluso en una vivienda cualquiera de esas calles empedradas. Me gustaría vivir dentro de la película.

En fin, solo lamento lo mucho que he tardado en dejarme acompañar por Nicky. 


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