Guardia de literatura: reseña a «Cuentos del reino secreto», de José María Merino

 

Ediciones Alfaguara SA,
Madrid
ISBN; 84-204-8007-X
Segunda edición: febrero de
1986
203 páginas

Lo extraordinario actúa como una tabla de salvación, un patio de juegos o una pesadilla

El nombre del académico de la RAE José María Merino (La Coruña, 5 de marzo de 1941), ha sido como un guijarro contra el que ha golpeado mi pie durante un deambular meditabundo y por las nubes. Bajo esa piedra se escondía un tesoro. Tanto es así que he adoptado al Sr. Merino como mi nuevo profesor en esto de la narrativa, aunque de él solo haya tenido la oportunidad, por el momento, de leer este añejo recopilatorio de relatos que me ha hecho disfrutar como hacía mucho que no lo hacía, con esa mezcla de tradición del noroeste español con costumbrismo y realismo mágico, donde abundan las ánimas en pena y los encuentros insólitos; donde se traspasa la delgada línea entre realidades y se accede a ese reino secreto. Como expresa Ana Sofía Pérez-Bustamante: «El «reino secreto» es una metáfora que alude a una realidad oculta y misteriosa, de carácter íntimo y privado, que se identifica con un espacio concreto: el reino de León, en donde transcurrió la infancia y mocedad de Merino. Todos los cuentos se ubican en el espacio leonés y todos desarrollan historias extraordinarias que se inscriben en el género fantástico-maravilloso. […] Merino siempre se ha manifestado partidario de una literatura abierta a lo fantástico […]».

¿Y por qué lo he adoptado como maestro? La respuesta es sencilla: he aprendido mucho con él y me sorprende no haber conocido su bibliografía antes, dada su prolijidad. La utilización del lenguaje, así como el tener que volver a echar manos del diccionario en busca del significado de las palabras con las que denominamos los objetos; palabras que hemos olvidado. El uso de expresiones como “opaco como el esbozo de una pintura” o “el miedo se le hizo como una segunda respiración”, son botón de muestra para mí.

Los cuentos en sí son relatos breves que apenas superan las diez páginas en el mejor de los supuestos y que, en esta compilación, suman un total de veintiún títulos que se dividen, según la aquí mencionada Ana Sofía Pérez-Bustamante, en los siguientes subgrupos que me he tomado la libertad de concretar y relacionar:

- Objetos inanimados que cobran vida de forma pavorosa.

- Seres humanos que se confunden con lo inanimado.

- Seres humanos que tienen una secreta naturaleza animal.

- Interferencias espaciotemporales (hasta trece cuentos se contabilizan con dicha base).

- Interferencias en la realidad de seres que pertenecen a otra dimensión.

- Interferencia en otro plano de seres de nuestra realidad.

- Interferencia entre la realidad y el sueño.

- Interferencia entre la realidad y la ficción.

En los textos de Merino se oculta a duras penas la necesidad de establecer una distorsión entre la realidad que vive y lo fantástico. Aunque hay lugar también para el humor, también lo hay para la crudeza, colándose hasta los terroristas de ETA. Lo extraordinario actúa como una tabla de salvación, un patio de juegos o una pesadilla. Idea argumentos que habrían casado muy bien entre los temas tratados por Narciso Ibáñez Serrador en su serie «Historias para no dormir».

Creo adecuado prestar unas palabras a cada cuento y dar mi opinión al respecto:

«El nacimiento en el desván» nos lleva hasta un pueblecillo donde un anciano recupera su pasión de juventud por las maquetas, para asombrar a sus nietos. Está en su empeño el tallar un belén tomando por modelo la localidad donde reside. Así irá componiendo casas, iglesia, calles y prados, incluso el caserón donde vive. Sin embargo, cuando está todo terminado, sucede una serie de imposibles actos de violencia contra la propiedad y la vida de los que le rodean, siendo que todo tiene que ver con el belén que guarda en el desván. 

«La prima Rosa» es un relato narrado en primera persona y que es el recuerdo de un hombre que fue seminarista de niño. Durante un verano fue enviado con el rostro caliente por los bofetones del padre, hasta una casa familiar donde quedaría a cargo de la prima Rosa, quien haría todo lo posible y necesario para que el chaval encauzase sus estudios. Durante las tardes, Rosa se iba a bañar a un río donde aparecía una enorme trucha que el protagonista y narrador se desafiará a capturar. El tinte de realismo mágico sirve para esbozar el abandono de la etapa infantil y la entrada en la pubertad.

«La noche más larga» es otro ejemplo de una forma narrativa que Merino empleará con asiduidad a lo largo del recopilatorio: el recuerdo de un hecho de la adolescencia. En esta ocasión, un viajero que llevaba años ausente de León, regresa a la ciudad y ahí se reencuentra con sus viejos amigos, con quienes rememora, entre copa y copa, la figura de un borracho que, según la rumorología popular, había emigrado a América, tras abandonar a su familia y que, al regreso, fue repudiado por ésta, entregándose a los lánguidos y vidriosos brazos de la bebida. Sin embargo, según el propio borracho, nunca estuvo en América, sino en un sueño largo y profundo del que despertó años después, ya viejo y con enormes barbas y melenas. 

El argumento de desfase temporal es muy común entre la literatura fantástica, recordándome a uno en concreto que leí y cuyo origen se remonta al Japón más antiguo.

«Los de allá arriba» retrata una singular comedia cuando unos traviesos seres invisibles quedan libres tras una reclusión de cientos de años en lo más alto de la catedral; cuando su presencia es detectada y se les trata de exorcizar. Un relato harto divertido en el que Merino juega con lo que no debe ser molestado y se mofa de la obcecación clerical.

«Buscador de prodigios» es otro relato en primera persona. Un muchacho recuerda cuando llegó al pueblo un etnólogo que estudiaba fenómenos paranormales y que quería investigar las historias vivas de la vecindad. Acompañado de su humilde mujer, el buscador, con su arrogancia urbanita, acabará siendo, junto al narrador, de un avistamiento OVNI de lo más peculiar.

«Valle del silencio» retrasa el reloj hasta la presencia romana en Iberia, con un legionario que relata a su nuevo compañero la suerte de un amigo al que nunca más volverá a ver. Ese amigo era también un soldado que se sentía atraído por las cuevas circundantes y que acabó fusionándose con la roca sagrada.

«La casa de los dos portales» es un cuento que me recordó a la fuerza a la serie «Stranger Things», no solo porque los personajes principales sean niños, sino porque ese mundo al que se accede por el segundo portal es similar (a mi entender) y anterior al creado por los hermanos Duffer.

«El desertor» nos traslada a la España en guerra, con un soldado que huye del frente para poder vivir, aunque sea, unos instantes con su esposa, quien añora desesperadamente al hombre con el que apenas compartió matrimonio. Sin embargo, la nota fantasmal acabará impregnando al texto.

«El enemigo embotellado» trata de un hecho insólito, presenciado por un hombre que en su día estuvo entregado a los estudios de teología. Por una casualidad, el Demonio queda atrapado en el interior de una botella de orujo que se guardará bien, por lo que la paz y la concordia sumirán a la Tierra en un periodo de próspera displicencia.

«El acompañante» posee unos ingredientes espeluznantes bajo la mascarada de un arrebato de celos. El protagonista cree reconocer al hombre con el que una antigua novia suya inició una relación y que, a los pocos meses, acabó muriendo. Ese mismo hombre sale con una compañera del trabajo, sospechando que el destino de la chica no será muy diferente del de aquella otra.

«Los valedores» es un cuento de terror absoluto que denuncia el abandono negligente de nuestra riqueza artística entre los montes perdidos de la geografía española. Un buen día, tres personajes se presentan en un convento en el que solo hay un clérigo (ausente para la ocasión), y una pequeña familia para custodiarlo. Esos tres individuos pronto se desenmascaran como violentos ladrones de arte sacro, pero las figuras y óleos que pretenden robar adquirirán vida ante la ofensa.

«Genarín y el Gobernador» es una historia de fantasmas con tintes humorísticos y con la advertencia de que no debe soslayarse y anularse las tradiciones que el pueblo se ha dado. Genarín era un borrachuzo que murió atropellado por un camión en plena noche, a comienzos de la década de 1920. Siendo tan conocido en el pueblo, se inició la costumbre romera de hacerle homenaje cada aniversario en el punto exacto de su óbito. Las décadas fueron pasando y, ya en plena democracia, el gobernador civil se ve en un brete inaudito: la romería de Genarín coincide con una procesión nocturna de Semana santa, cosa que nunca había sucedido en tanto tiempo. El encontronazo es algo que hay que impedir a toda costa, debiendo decidirse si prohibir que beodos y prostitutas veneren a su santo patrón. Sin embargo, Genarín no está por la labor de que le arrebaten su tributo. 

La parábola aquí es como un guantazo.

«El museo» es narrado por un arqueólogo que heredó haciendas y rentas de un tío, así como un museo que había creado en las salas del caserío. Merino transforma aquí el argumento del barquero y el rey por medio de una casa dotada de una extraña vida y maldición que expelen los miles de objetos que atesora.

«El niño lobo del Cine Mari» es un homenaje a esas puertas que se abren tras los telones de los cines. Con el derribo de un antiguo cine, aparece un niño entre las ruinas. Un niño que no habla ni responde a estímulo alguno y cuya descripción física coincide con la de otro que desapareció años atrás, pero, ¿cómo podría ser? La madre de aquel desaparecido acoge al chaval y es sometido a pruebas por una joven doctora, quien, a la desesperada, tratará de que reaccioné llevándolo a una sesión de «La guerra de las galaxias».

«El anillo judío» guarda un paralelismo con «El museo». Esta vez es un único objeto el que está dotado de una sobrenatural fuerza de atracción, tanto como para empujar a profanar tumbas.

«Expiación» trata de un noble exiliado que vagabundea de santuario en santuario para expiar la culpa de haber asesinado a su hermano. Este relato termina con esa distorsión espaciotemporal, quizá en bucle, sobre la culpa y la posibilidad de otros desenlaces.

«Zarasia, la maga» es un relato protagonizado por una joven doctorando que estudia un periodo de tiempo muy concreto en una remota zona de León, entre los legajos y los volúmenes olvidados de un monasterio. Durante sus pesquisas dará con un dato novedoso con la que ampliar su aún corta tesis de trescientas páginas: con Zarasia, la maga, una monja de la Edad media que realizaba profecías al estilo del Apocalipsis de San Juan, pero sin advenimiento del Reino de los Cielos, solo la destrucción absoluta. En un momento dado, Zarasia se confundirá con la protagonista, quien solo ve, durante la cena, un telediario lleno de dolor y de guerra.

«Madre del ánima» se sirve de los elementos clásicos de los aparecidos en la carretera. Filín era un muchacho de una localidad vecina que murió en un accidente de tráfico, al caerse de la moto en una zona de umbría. Desde entonces, varios testigos se cruzaron con la fantasmagórica presencia, que actúa como si buscase algo, siendo que el ánima podrá al fin descansar cuando un amigo del narrador, de quién se acuerda al saber que acababa de ser asesinado por la banda ETA, da con la clave.

«La tropa perdida» representa un campo en el que el presente y el pasado dejan de estar separados para coexistir de forma turbadora. En la Colegiata se observa que en el sótano hay una pared que parece recién construida. Aquel hecho insólito será el preludio de lo imposible: un regimiento napoleónico irrumpe en las sagradas dependencias a fecha de 1980. A pesar de que Merino pudo haber sacado más jugo al texto, sobre todo cuando involucra a las autoridades civiles y militares de la plaza, es un relato muy interesante.

«La torre del alemán» es otro cuento clásico de aparecidos, pero en esta ocasión en una torre medieval que emerge del fango cuando las aguas del embalse reculan, como las ruinas de tantas poblaciones que fueron condenadas por la construcción de presas. Sin detenernos en la extraña figura del alemán y su supuesto tesoro, Merino hace hincapié en el trauma que el desarrollo de los embalses provocó en distintos puntos de nuestra geografía, sepultando tierras y recuerdos, más aún cuando ciertas obras de ingeniería distaban mucho de cumplir su cometido de servir de suministro y de generación hidroeléctrica. 

«El soñador» cierra el recopilatorio. Está en el punto donde debe estar. Sin renunciar a la onírica y a la fantasía, Merino transporta al lector al duermevela y, luego, a la realidad.

No me cabe duda que es un libro sobre el que volveré mis pasos más de una vez.


No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.