Guardia de ensayo: reseña a «Mi OVNI de la Perestroika. Un viaje al corazón de Rusia tras la noticia más extraterrestre de la Historia», de Daniel Utrilla


Editorial Libros del K.O.
Primera edición: enero de 2021
ISBN: 978-84-17678-58-8
644 páginas

Utrilla es periodista español en Rusia y un gran curioso del alma rusa, que es lo mejor que se puede extraer de este libro que de ufológico termina teniendo poco

Escuchar la entrevista a un autor en un programa seleccionado al azar en Youtube del canal Milenio Live, que te resulte interesantísimo su trabajo y encontrar su libro disponible y sin compromiso en la biblioteca pública es una suerte de señal cósmica que no se puede ignorar. Fui a la carrera por las calles de mi ciudad hasta la pequeña y oculta catedral local del Conocimiento y me perdí en la segunda planta por un lineal de estanterías del que no tenía noticia. Tardé unos instantes de pavor en dar con el volumen en cuestión, gigantesco, rojo, editado hacía unos pocos meses (enero de 2021), pero terriblemente maltratado por un desconocido usuario anterior. Superé el trámite de poner mi carné y el libro bajo la luz del lector de códigos y el control de radiofrecuencia, y me embarqué en lo que creía yo que sería una investigación pionera y en castellano del caso del aterrizaje OVNI en la industriosa ciudad rusa de Vorónezh, sucedido en octubre de 1989. Lo creía.

Soy aficionado al fenómeno y, como el autor, también fui un niño abducido, fascinado por ese país enorme que emergía tras el muro que se descomponía desde Berlín oriental. Tanto fue así que hasta convencí a mis padres de que me adelantaran unas pesetas para poder comprar el primer número de uno de aquellos cursos de idiomas por fascículos, con diccionario y un casete, tan en boga durante las décadas de 1980 y 1990, que, por primera vez, incorporaban el exótico y hermético ruso, ganando puntos de interés pues siempre estuvieron dando la badila con el inglés, el francés, el alemán y el italiano. Sin embargo, no pasé de la segunda entrega y a duras penas entró en mi mollera el alfabeto cirílico en toda su extensión.

Y creía, insisto, que iba a leer una investigación ufológica, pero Daniel Utrilla, aunque se autodenomina como ufólogo para la ocasión, termina firmando un mostrenco de libro, disperso y dado a la divagación en el que lo mejor que hace ofrecer un viaje sui generis al corazón de la Rusia actual.

Escrito entre 2017 y 2019, a caballo entre Moscú, San José de Valderas y Vorónezh, Utrilla —tras plantar en el comienzo de su libro una cantidad ingente de extractos (dicen que trescientos), de novelas, entrevistas, tuits, etc., de todo tipo de nombres propios de los que ha estado acompañado mientras estaba combatiendo contra el procesador de texto—, comienza muy bien con la transcripción del teletipo original de la agencia TASS traducido por Miguel Bas, descendiente de exiliados españoles en Rusia, y quien fue de los primeros periodistas que se desplazaron hasta Vorónezh en 1989, ante la noticia de que un objeto volante había aterrizado en el Parque Sur de la ciudad y del que habían salido hasta tres seres que en nada guardan similitud con el resto de los humanoides registrados por la literatura del fenómeno. Y sigue muy bien con la biografía familiar del propio Bas y la ambientación de aquel octubre de 1989 en la agencia EFE en un edificio moscovita.

Y Utrilla pronto nos desvelará la urgencia que le empuja a tratar de este tema. Creció en San José de Valderas, barrio de Alcorcón conocido por haber cedido sus cielos para una fotografía que inmortalizó un sospechoso OVNI vinculado al más sospechoso caso UMMO, el mismo que trajo de cabeza a no pocos en nuestro país durante las década de 1960 y 1970 (incluso hasta nuestros días hay quien habla de ello). Ante los mismos torreones del castillo que Utrilla admiraba de niño cada día desde el balcón de su casa, en un edificio de estos del desarrollismo, supuestamente un OVNI se dejó ver el 1 de junio de 1967. Un OVNI que tenía una marca parecida a una H en su “panza”, aunque más similar al dibujo de un cambio de marchas, que parece que también se vio en 1989 en Vorónezh.

Utrilla es periodista español en Rusia y un gran curioso del alma rusa, que es lo mejor que se puede extraer de este libro. Lo mejor, porque del tema de investigación ufológica, aunque llega a entrevistarse con algunos de los científicos rusos que estuvieron sobre el terreno aquellos días, registrando “la visita” con distinto aparataje, y hasta con una de los testigos, entonces una niña, poco o nada se nos ofrece.

Es cierto que Utrilla camina entre las aguas de la personalidad periodística y de la literaria. Es difícil e interesante saber con cuál quedarse. También resultan muy interesantes algunos aportes de los libros que va leyendo e introduciendo en los capítulos, como sus pensamientos. Es un hombre que escribe este ensayo/diario aquejado de un mal de corazón y no solo por abusar del café. Es un adulto que se aferra a su infancia en Valderas, a ese niño con bata marrón, que jugaba al tenis con su padre en una cancha semiabandonada; el mismo que trató de colar a Interviú una foto falsa de tres OVNIS (tres pegotes de plastilina en el cristal del balcón), durante una alerta radiofónica organizada a comienzos de los años 1990. Sin embargo, divaga y divaga y divaga hasta el infinito, así como se agarra con uñas y dientes a recursos que llegan a aburrir, como la película E.T, el universo de Star Wars o en nombrado mil veces barco de Čapek. Tanto es así que existen párrafos que me saltaba porque sabía perfectamente de qué acabaría hablando. Por no decir que del índice sobra el capítulo Homo Hemerotecus (páginas 211-276), prácticamente por entero, y los, diría que, esperpénticos Fake (Fairy) News y Coronavi-rus que cierran el libro.

Homo Hemerotecus tan solo sirve de excusa para retratar el día que se tira el autor en el cuartel, ahora hemeroteca, pasando microfilms con los números de octubre de 1989 de toda la prensa española disponible. Sirve para emular a Fox Mulder, aunque sin pipas, y para ir saltando de hito en hito, aportando de vez en cuando algún dato curioso, pero que uno se lo puede saltar entero y, así, hacer más liviano el inmenso trabajo que acaba suponiendo leerse este «Mi OVNI de la Perestroika».

Donde el lector disfruta y se nota que es aquello en lo que Utrilla debería haber profundizado, en vez de “compensar” con sus recuerdos infantiles, es en los viajes en tren y al corazón de la ciudad de Vorónezh y de aquellos a los que entrevista en sus calles y plazas: el catedrático Stanislav Kadmenski, el científico Alexéi Mosólov, la testigo Yulia Shólojova, el montañero y vecino del desaparecido testigo Korchaguin, de nombre Alexei, que le ayuda desinteresadamente en la tarea de dar con las personas que avistaron el OVNI, incluso Ira, la chica de Vorónezh que conoce por Tinder y con la que pasa varias jornadas que describe a la perfección. Lo que me acabó interesando es lo que esa gente dice y hace, porque cuando se lleva medio millar de páginas de libro, ya damos con la pista de que Utrilla no va a esforzarse por encontrar al resto de niños testigos del acontecimiento, a pesar de que lo que le relata Yulia Shólojova da pie a que hubo, al menos, dos incidentes en dos días diferentes y que ella no era la niña que fue retratada en las noticias (en realidad, y según Yulia, era Lena Sorókina). Es como haber plantado una bandera y darse la vuelta, pasando del tema ufológico, a pesar de estar machacando al lector todo el rato con infinidad de datos y nombres como Valleé, Sierra, Jiménez del Oso…

Uno sí disfruta de la inmersión en el pueblo ruso a través de sus propias palabras y de lo que Utrilla, en su faceta literaria, es capaz de aportar. Ahí están las descripciones de un país casi extraterrestre o, al menos, pictóricamente anclado en el pasado soviético, una etapa que no pocos de los entrevistados que la conocieron añoran en cierto modo, más que nada ante el desbarajuste noventero que sufrieron en sus carnes y almas tras el colapso. Es curioso cómo se puede encontrar cierta similitud con lo que escuchamos en boca de nuestros padres y abuelos, a miles de kilómetros de distancia: se ha perdido buena parte de la humanidad innata. Los rusos con los que trata Utrilla hablan de una sociedad extinta en la que la gente se preocupaba por las personas que había al lado y, a pesar de todo el aspecto político, era más feliz en su ingenuidad. Otro tanto sucede en España. Todos los que nacieron antes de 1989 se confiesan que antes eran más felices. Incluso está ese detalle de Utrilla ascendiendo hasta el centro de la ciudad de Vorónezh y una anciana le sale al paso para preguntarle por qué está todo el mundo tan triste. Sin duda, un ejemplo de literatura suprema es aquel en el que Utrilla se desvive sobre el teclado, en una cara y media, para describir de forma magistral lo que ojea en un supermercado, cuando un indigente en la cincuentena, algo confundido, trata de entrar en el establecimiento y es prácticamente bloqueado por un guarda de seguridad y en la caja, ante el autor, está una pijorra veinteañera comprando tres marcas distintas de tabaco, como si fueran la personificación de la URSS colapsada y la nueva Rusia hiperconsumista.

Uno disfruta enormemente con Utrilla haciendo turismo, como cuando comparte con la corresponsal de RTVE Erika Reija un viaje hasta la granja de Tolstoi o los trayectos en tren, quinientos kilómetros ida y otros tantos de vuelta, entre Moscú y Vorónezh, con sus entretenimientos literarios o la gente que observa. Incluso cuando lleva a una amiga rusa un par de décadas más joven a visitar el mausoleo de Lenin y ésta estalla en carcajadas a la salida porque le parece grotesco el acto de admirar un cadáver.

Al final, una de cal y otra de arena, pues he tenido entre las manos unas seiscientas y pico de páginas de un relato bastante disperso, en el que parecía caber de todo, y que con la mitad de celulosa habría bastando. Decepcionado porque Utrilla, a pesar del esfuerzo de hacer hasta cuatro desplazamientos hasta Vorónezh, apenas aporta luz al asunto OVNI, habiéndole merecido la pena haber buscado a los niños, ya adultos, cuyos nombres habían sido mencionados en su día por la prensa. Yulia aporta datos diferentes, pero Utrilla se niega a continuar. Incluso podría, junto a Alexéi, haber dado con los testigos adultos, muchos de los cuales aún residirían en la zona del Parque Sur, pero nada. Cansancio, un libro que se le iba de las manos, mensajes subliminales de sus amos en el periódico… Muchas podrían ser las respuestas de este abandono.

He vivido momentos de disfrute y otros de tremendo tedio, en los que me han despertado, eso sí, la necesidad de leer alguna de las obras literarias que Utrilla menciona constantemente, como son «Chevengur» y «Días Malditos».

«Mi OVNI de la Perestroika. Un viaje al corazón de Rusia tras la noticia más extraterrestre de la Historia» es una exposición a corazón abierto de los rusos y del propio autor, muy mellado sentimentalmente.


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