Guardia de cine: «Spiderman: Un nuevo universo» (2018)
Sin ñoñerías ni amores primerizos entre adolescentes (Dios, gracias), se plantea un multiuniverso (algo tan Marvel), con el mensaje de que todos podemos estar tras la máscara de Spiderman
En su momento se habló mucho y muy bien de esta película de animación en 3D que gira en torno a una forma diferente de retratar a nuestro querido Spidey, ese superhéroe con el que tantos hemos sentido cierta afinidad, aunque la fuente de su poder sea un bichejo que provoca bastante asco (todo un órdago por parte del gran Stan Lee, quien, por supuesto, cuenta con su cameo).
Y visionadas sus casi dos horas de duración, tan elevadas opiniones se han visto confirmadas.
El argumento se centra en un muchacho afrohispano de nombre Miles Morales, cuyos padres son un policía y una sanitario, beneficiario de una beca de estudios para cursar en un elitista instituto neoyorkino como premio a sus amplios conocimientos e inteligencia. Pero Miles en un chico normal, con sus problemas típicos de adolescente, incluso viéndose en medio del distanciamiento existente entre su padre y su tío, un hombre, éste último, menos encorsetado por las reglas y que entiende mejor a un chaval con necesidad de espacio; mas, para rematar, cierta araña radiactiva pica a nuestro protagonista, haciéndole adquirir los poderes ya conocidos y un par más.
El universo de Miles se parece al “nuestro” (cosa que no es así), con un Spiderman que bebe sin disimulo de las películas protagonizadas por Tobey Maguire (el mejor Cabeza de red que ha existido, aunque no tengo nada en contra de Tom Holland, ese Spidey tutelado por Tony Stark), pero es uno en el que Parker acaba asesinado por Kingpin, crimen del que el protagonista es testigo mientras se desvela parte del plan del adiposo hampón de hacer funcionar una enorme máquina capaz de abrir fisuras en el espacio tiempo, accediendo a otros planos, con la intención de poder recuperar a una familia que perdió hace tiempo por, según él, culpa del Trepamuros.
Nueva York cae en la consternación ante la noticia de la muerte violenta de Peter Parker y permanece ajena en apariencia a los extraños cambios que suceden en sus calles; mientras, Miles, con toda su inexperiencia, ha de cumplir la promesa hecha de frustrar los planes de Kingpin, momento en el que conoce a Peter B. Parker, un Spiderman de una realidad alternativa, más mayor, fondón y frustrado al haberse divorciado de Mary Jane, quien asumirá el rol de mentor del joven; pero no será el único Spiderman que se “cuele” en la dimensión de Miles: también habrá una Gwen Stacey que fue picada por una araña radiactiva y que no pudo evitar la muerte del Peter Parker de su plano y otros tres que aportan visiones de la animación de la pre-segunda guerra mundial, del cartoon al estilo de la Warner (muy bueno lo de Peter Porker) y del diseño manga/anime (un trío que poco aire insufla a una cinta de por sí magnífica). Peter B. Parker y Gwen serán dos personajes claves y fundamentales, con más cuerpo y detalle.
Lo que más me ha maravillado es la composición de las escenas, con aportaciones del comic tradicional a una acción trepidante donde hay cabida para un humor inteligente y hasta un poco troll, así como un mensaje sincero sobre el amor y las relaciones dentro del seno familiar; también sobre la amistad, sin olvidarse de esa sentencia tan contundente como es la de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Sin ñoñerías ni amores primerizos entre adolescentes (Dios, gracias), se plantea un multiuniverso (algo tan Marvel), con el mensaje de que todos podemos estar tras la máscara de Spiderman, todos podemos cambiar el mundo, aunque nos tiren muchas veces al suelo, aunque debamos superar la dura prueba de saber que siempre habrá alguien que se escurra y caiga entre los huecos de nuestra tela de araña.
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