Guardia de cine: reseña a «El pueblo de los malditos»

Título original: «Village of the Damned». 1960. 78 min. Reino Unido. Dirección: Wolf Rilla. Guión: Stirling Silliphant, Wolf Rilla, George Barclay (Novela: John Wyndham), Reparto: George Sanders, Barbara Shelley, Martin Stephens, Michael Gwynne, Laurence Naismith, John Phillips, Richard Vernon

Un argumento de invasión alienígena muy diferente al tópico de la ciencia ficción

Un argumento que forma parte de nuestro imaginario popular por culpa de cierto capítulo de Los Simpsons, en el que los niños de Springfield reaccionan de una forma muy particular al imponérseles un toque de queda del todo injusto y que “rompen” justo para ver una película titulada, para la ocasión, como «El sanguinariamiento» (¡toma ya!), inspirándose luego en la cinta para una más que divertidísima venganza contra los adultos.

También porque, en mi recuerdo, su remake a cargo de John Carpenter (1995), fue lo último en lo que trabajó el añorado y malogrado Christopher Reeve antes de sufrir el accidente de caballo y quedar tetrapléjico.

«El pueblo de los malditos», que es la adaptación de la novela «Midwich Cuckoos», de John Wyndham (en España, «Los cucos de Midwich»), parte de una premisa bastante inquietante y que recuerda mucho a ciertos futuros trabajos de Stephen King en el que mezcla el terror con la ciencia ficción. Es lógico, pues esta fue una película recién estrenada (1960) cuando él era un niño e iba al cine junto con su hermano y sus amigos, convirtiéndose en un fanático de la Serie B.

Me explico: un pequeño pueblo de la campiña inglesa, el ficticio Midwich, cercano a una base de la RAF, queda incomunicado durante unas horas. Todo aquel que esté dentro de cierto radio de acción de una especie de campana invisible que rodea la localidad y que se eleva hasta una altura de doscientos metros, cae inconsciente.

Siendo una perentoria urgencia para la RAF y el Ministerio del ramo desentrañar el misterio, se despliegan fuerzas por la zona, más si cabe cuando la cúpula “desaparece” y los habitantes vuelven en sí. ¿Un ataque terrorista con arma química? No lo parece, pues penetra las máscaras antigás. ¿Qué puede ser? El misterio aumenta de forma exponencial cuando todas las mujeres en edad fértil afectadas por la “suspensión” quedan embarazadas aún sin haber mantenido contacto sexual con hombre alguno, gestando en su interior unas criaturas que crecen a un ritmo inusual. Las féminas, que se enfrentan a distintos escenarios sociales, desde la aceptación al rechazo familiar, van dando a luz prácticamente el mismo día hasta un total de doce niños sanos en apariencia (en la novela la cifra asciende hasta treinta y un varones y treinta hembras), más allá de un rasgo físico común en los ojos y otro que se descubriría después, que es su pelo albino.

Los doce de Midwich manifiestan un desarrollo físico y mental descomunal, a la par que una total ausencia de sentimientos, emociones y moralidad hacia los que lo rodean, lo cual provoca miedo y repulsión. Inquietante no es que compartan un especie de mente colmena, en el que lo que sabe uno lo saben los demás, sino su apariencia uniforme y sus poderes de control mental que emplean sin pudor como mecanismo de autoconservación, provocando la muerte de varias personas que consciente o involuntariamente podrían lastimarlos. Aunque sea con un fotograma fijo con los ojos clareados, un efecto especial muy primitivo, no deja de ser una imagen muy turbadora.

Uno de los supuestos padres, el científico Gordon Zellaby, es el único hacia el que los chicos muestran cierto respeto, pues saben que éste no los teme y porque de él pueden obtener un valioso tesoro: conocimiento y colaboración.

El avance de los minutos ya da a entender que la cosa va a acabar mal, pero no sabemos cómo, si quiera si Zellaby será capaz de penetrar en la mente, como ellos hacen con él, de los doce niños que forman  una incipiente colonia que puede ser extraterrestre. Se deja ahí la pregunta de si serán parte de una semilla alienígena, pero cuando Zellaby lanza la pregunta de si hay vida en el espacio exterior, los inquiridos callan. Parece que en la novela la cosa está más clara y no deja duda: unos extraterrestres llegan a la Tierra y, como cucos, dejan sus huevos en los nidos de otros “pájaros” para que los críen hasta que llegue el momento, interviniendo incluso un objeto volante no identificado sobrevolando la localidad. Es un argumento de invasión alienígena muy diferente al tópico de la ciencia ficción.

Aunque no tengo la novela a mano para leerla, me imagino que, como todo en la ciencia ficción, trata de dar un mensaje y, vista la época de su publicación (1957), no logro extraer otro mensaje que el peligro de un Comunismo destructor; o eso creo. Que me corrija el más erudito del lugar, si eso.

Esta película objeto de recensión es de pocos medios y tiene un metraje muy corto que apenas supera la hora, lo cual, en el último inciso, nos deja un regusto de aceleración en la resolución del terrorífico drama. A las generaciones más jóvenes y a las no tan jóvenes, pero más avezadas en el mundo del terror que yo mismo, les podrá parecer, como mucho, una curiosidad prehistórica, pero a mí me ha impresionado y mucho algo tan simple como el pobre efecto especial sobre el rostro de esos pequeños Sheldon Cooper de pelo blanco; quizá la fuerza de todo la concentre el propio relato y no la forma de exponerlo en pantalla, razón que explicaría secuelas y readaptaciones en el cine y la radio que llegan hasta fechas tan recientes como la de la Graecae Theatre Company, para la BBC Radio 4, entre los días 31 de diciembre de 2017 y 7 de enero de 2018.

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