Guardia de literatura: reseña a «Harry Potter y el prisionero de Azkaban»


Título original: «Harry Potter
and the Prisoner of Azkaban»
Traducción: Adolfo Muñoz
García y Nieves Martín 
Azofra
Ediciones Salamandra, Barcelona
58ª edición: mayo de 2019
ISBN: 978-84-7888-519-0
352 páginas

Una tercera entrega en la que aquellos que primero disfrutamos de la saga cinematográfica encontraremos las respuestas a muchas preguntas

No llegó, ni por asomo, a ser una especie de promesa ni de señal que marcase un límite infranqueable. Pero lo cierto es que el haber terminado la reseña dedicada a «Harry Potter y la cámara secreta» de la forma en la que lo hice, me animó, a falta de unos cuantos días para que terminase aquel olvidable año 2020, a lanzarme a la lectura de este tercer volumen, bajo seria amenaza de empacho de la literatura de JK Rowling y visita a la enfermería de la señora Pomfrey.

Deciros que de entre todas las películas que forman la adaptación cinematográfica dedicada a las desventuras del joven mago con la cicatriz en forma de rayo en la frente, la que ahonda en los capítulos de esta entrega es la que más me gusta, pues no deja de tener cierto anclaje con el reciente e inocente inicio de la saga, pero adentrándose por corredores tenebrosos en los que el Pasado regresa no siempre con brilloes como un paso de Rubicón. Siempre que la ponemos en casa, me lo paso como un enano con el trabajo realizado y por cómo se van fusionando las escenas en una especie de intriga que va abriendo boca para dar la bienvenida definitiva a Lord Voldemort; aunque es cierto que el libro da respuestas a preguntas que la película obvia.

Antes de que se me olvide, me gustaría recomendaros que os vierais los extras de la edición de la película, donde Rowling habla de cómo surgieron los dementores y desvela otro retazo autobiográfico introducido en la obra. Me atrevería a decir que Rowling se sirve de sus libros como si de horrocruxes se tratasen.

Sin embargo, este contacto literario me ha dejado un regusto parecido al de la cámara secreta, pues Rowling sigue perdiendo por el camino esos ingredientes de la narrativa fantástica de la segunda mitad del s. XX de los que tanta gala hizo en la presentación de su primer libro, por no decir que en el cine se trazó una línea mucho más dinámica, atractiva y misteriosa, sobre todo con el asunto del giratiempo de Hermione y los avatares que se producen entre el acceso forzado a la Casa de los Gritos y la huida de Sirius Black a lomos de Buckbeack. Aún así, me lo he pasado muy bien, como siempre, hurtándome de la realidad, pudiendo ahondar en el mundo que Rowling va enriqueciendo con criaturas mágicas, otros locales que visitar en el callejón Diagón, las calles de Hogsmeade y, por supuesto, un pasado tangible para su héroe arquetípico, permitiendo al lector adentrarse en un pedacito de vida de James y Lily Potter a través de los recuerdos de Remus Lupin, Sirius Black y, muy a su pesar, Severus Snape, dándonos la raíz de su “odio” hacia Harry. Detalles (y otros tantos), que  fueron sacrificados en el guión y que son los que enriquecen la lectura sosegada de un libro con dos décadas a las espaldas desde su primera publicación: James Potter era un animago, el sauce boxeador se plantó para guardar la entrada a la casa donde un aún niño Lupin pasaba recluido los ciclos de luna llena, la que acabaría llamándose de los Gritos, se responde a preguntas del tipo: ¿por qué se escapa en ese momento Sirius Black de Azkaban? ¿Cómo se infiltra en Hogwarts? ¿Qué le empuja a plantarse ante la Dama Gorda y querer acceder a la sala común de los Gryffindor? U otras como las que siguen: ¿Cómo acabó Crookshanks en manos de Hermione?, etc. Por no decir que se adelanta mucho de la relación de odio de Snape hacia el grupito de James Potter y algunos personajes ya se presentan al lector, como son Cedric y Cho. Fabuloso.

También es de agradecer que la autora dejase de centrarse en exclusiva en los Gryffindor y los Slytherin (estos últimos parece que todos gilipollas de manual), y permita entrar en el terreno de juego a los Ravenclaw y los Hufflepuf, que parecen los patitos feos de la escena y no pintar más que una maceta.

Quizá aburra un poco el constante tira y afloja (también natural) de la relación de amistad entre Ron y Hermione, con constantes enfados que duran semanas y reconciliaciones entre lágrimas, que advierten un vinculo que acabará consolidándose al final de la saga, por mucho que Rowling juegue con sus declaraciones, pues dijo que le “hubiera gustado” que Harry y Hermione llegasen a más; pero no engaña a nadie, pues el triángulo ya se sabe cómo se resuelve desde que George Lucas lo tuvo claro con «El retorno del Jedi» (aunque tuvo que sacarse de la manga la relación fraternal entre Luke y Leia).

Y si esto me afectó de cierta manera, más lo hace mi ineptitud para separar los rostros de los actores de las descripciones físicas que hace Rowling de sus personajes, siendo que solo Alan Rickman nació para interpretar a Snape. No sé si a vosotros os pasa lo mismo, pero sufrirlo llega a ser un horror; es como si imaginara varias capas superpuestas, pero esto ya no es culpa ni de la autora, ni de nadie; tampoco algo que deba dejar huella en esta recensión.

Ahora sí, el cáliz de fuego lo dejo para dentro de diez u once meses. Lo juro.


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