Guardia de cine: reseña a «Naves misteriosas»
Título original: «Silent Running». 1972. 89 min. Estados Unidos de América. Dirección: Douglas Trumbull. Guión: Deric Washburn , Michael Cimino, Steven Bochco. Reparto: Bruce Dern, Cliff Potts, Ron Rifkin, Jesse Vint, Steven Brown, Larry Whisenhunt, Cheryl Sparks, Mark Persons
«Naves misteriosas», un bello título que un evidente mensaje ecologista, pero como entretenimiento dista mucho de cumplir con su función pues es una historia muy corta en sí, con escasas sorpresas o giros que cubran toda la duración de la cinta
Durante mis lecturas de ensayos dedicados a la ciencia-ficción y el cine, me crucé en bastantes ocasiones con este título de culto estrenado en 1972. Su argumento parte de un exposición conservacionista de nuestro planeta y de su flora y fauna, y nos traslada a un futuro indeterminado en el que la Tierra ha sufrido un drástico cambio climático (sin llegar a apostar por un motivo en concreto), alcanzándose una temperatura media global de 35º Celsius lo cual ha provocado la desaparición de los bosques y su fauna (es inquietante que este argumento pudiera haberse anticipado medio siglo a algo que es una realidad actual: los hot spots). Para preservar ese Pasado vivo terrestre, varias naves espaciales cargan con domos o cúpulas donde crecen todo tipo de árboles, plantas y animales, a la espera de que el proyecto se amplíe y, quizá algún día, se pueda devolver dicha vida a la Tierra.
Freeman Lowell es un hombre comprometido con la causa, razón por la que se solivianta ante la actitud irrespetuosa de sus compañeros de tripulación a bordo de la nave Valley Forge, tres hombres que se mofan de él a la más mínima ocasión: lo mismo les da que sea por reprenderles por hacer carreras de coches eléctricos atravesando huertos y bosques, que porque el protagonista renuncie a comer las provisiones sintéticas con las que los proveen y prefiere aquello que él mismo cultiva. Lowell se desespera por conservar la vida de la que es custodio y, tras ocho años de dedicación plena, no puede entender la orden que recibe la flota de destruir las cúpulas y que las naves regresen para cumplir con su cometido principal, que es el de transporte de mercancías (aquí es evidente la denuncia de los guionistas del choque entre la codicia humana y la conservación del planeta). Los compañeros de Lowell no pueden mostrarse más dichosos y se dedican con tesón a instalar cargas nucleares en las cúpulas, desanclarlas de la estructura principal y hacerlas explotar; es durante estos instantes cuando Lowell se enfrentará al destino de olvido reservado a sus queridos árboles, plantas y animales: asesinará a los tripulantes, acto por el que sufrirá grandes remordimientos (razón entre otras por las que tratará de humanizar a los robots de mantenimiento de la nave, dándoles nombre: Huey, Dewey y Louie), y desviará el ingenio espacial separándolo de la flota, dirigiéndolo a Saturno, con la esperanza de que se los dé por perdidos, sobre todo cuando Lowell se inventa un accidente que justifique la errática singladura y oculte el crimen, que es menor a aquel que se estaba cometido contra la Naturaleza. Sin embargo, Lowell no podrá escapar de sus congéneres en una nave que se adentra en el espacio profundo.
«Naves misteriosas», un bello título en castellano cuyo significado escapa al original. Posee un evidente mensaje ecologista, pero como entretenimiento dista mucho de cumplir con su función pues es una historia muy corta en sí, con escasas sorpresas o giros que cubran toda la duración de la cinta. Es lenta y el personaje protagonista no evoluciona, pues lo vemos desquiciado desde el instante en el que aparece; es como Jack Nicholson en «El resplandor», que no se vuelve loco por los fantasmas del Overlook, es que parece un demente desde el minuto uno.
El mensaje es bello y atroz, más aún con la voz de Joan Baez en la banda sonora original; otro anuncio con casi cincuenta años de almanaque sobre lo que nos deparará un futuro que ya quitaba el sueño a nuestros abuelos y padres. ¿Acaso seguimos sordos y ciegos ante lo que nos rodea? Temo que sí.
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