Guardia de cine: reseña a la película «Érase una vez en Hollywood»
Título original: «Once Upon A Time In... Hollywood». 2019. 165 min. EEUU. Dirección: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Reparto: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Al Pacino, Kurt Russell, Bruce Dern, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Damian Lewis, Luke Perry, Lorenza Izzo, Michael Madsen, Zoe Bell, Clifton Collins Jr., Scoot McNairy, Damon Herriman, Nicholas Hammond, Keith Jefferson, Spencer Garrett, Mike Moh, Clu Gulager, Martin Kove, James Remar, Lena Dunham, Austin Butler, Leslie Bega, Maya Hawke, Brenda Vaccaro, Penelope Kapudija, Rumer Willis, Dreama Walker, Madisen Beaty, Sydney Sweeney, Costa Ronin, Rafal Zawierucha, Julia Butters, Bridie Latona, HaleyRae Christian Cannell
Tarantino homenajea a ese periodo del Cine que le chifla, a los westerns y las producciones italianas, también al instante histórico-social, y lo hace con un cariño que el espectador agradece y degusta con deleite; aunque he de reconocer que aburre a veces
Dicen que el brutal asesinato de Sharon Tate, la esposa del director Roman Polanski, embarazada de ocho meses, junto a Voytek Frykowski, Abigail Folger, Jay Sebring y Steven Parent (este último, sin relación con los otros), en su casa del 10050 de Cielo drive, Beverly Hills, —crimen instigado por el perturbado Charles Manson y perpetrado por varios de sus no menos desequilibrados integrantes de su “Familia”—, supuso el comienzo del fin de la Era dorada de Hollywood, así como del movimiento Hippie. Un “minúsculo” hecho traumático sucedido un 9 de agosto de 1969 fue el punto de inflexión para unos tiempos tan interesantes como los que se vivían en la segunda mitad de la década de las libertades, los mismos que Quentin Tarantino admiró con ojos infantiles y trasladó, mucho después, a la gran pantalla a través de este cuento en el que juega con la realidad histórica, alterándola a su gusto, tal y como ya hizo en «Malditos bastardos», haciendo que la noche de autos diera pie a un desenlace radicalmente distinto de aquel que acabó copando las portadas de los periódicos y los archivos policiales.
Tarantino homenajea a ese periodo del Cine que le chifla, a los westerns y las producciones italianas, también al instante histórico-social, y lo hace con un cariño que el espectador agradece y degusta con deleite. Para ello se sirve de un par de rostros conocidos de su filmografía personal: Leonardo Dicaprio, quien interpreta a Rick Dalton, una estrella de capa caída al no remontar en el cine la popularidad que alcanzó en la televisión gracias a la serie “Bounty Law”; y Brad Pitt, quien encarna a Cliff Booth, el doble de acción de Dalton y un tipo bastante original. Estos dos hombres forman una particular e inseparable pareja de amigos y profesionales del Séptimo Arte, como si ambos aceptaran, de buen grado, que sus destinos tuvieran que seguir el mismo derrotero, importando poco los baches y las bifurcaciones inesperadas a los que tuvieran que hacer frente. Cliff incluso ejerce de chófer y, hasta diría yo, de guardaespaldas de Rick a medida que éste va tragándose el orgullo de estrella moribunda y asume el control de su persona, volviendo a brillar, aunque sea en Roma o Almería.
Mientras todo esto ocurre y Cliff tiene un primer contacto con la “Familia” Manson que pudo acabar mal, muy mal, Margot Robbie se pasea ante el espectador haciendo suya la piel de Sharon Tate, mostrándonos a una chica jovial y despreocupada, divertida y adorable, que acaba de casarse con el director de cine del momento. Ella atrae todas las miradas para que, a modo de ojo de la cerradura, veamos este Hollywood ya desaparecido de glamur, desenfreno y fiestas en la mansión Playboy. Sharon es una actriz de éxito y hace de contrapeso, en principio, de Dalton, su patético vecino, quien no deja de lamentar la pérdida de papeles y notoriedad.
Son casi dos horas y media de película narrada con el particular estilo desestructurado y ecléctico de Tarantino, introduciendo muchos ingredientes y formas de presentación, aunque dejando la violencia marca de la casa para los últimos cinco minutos de metraje, desplegándose un exceso de saña que solo confirma el odio desmedido del cineasta hacia los reales asesinos de Sharon Tate, los mismos que, según todo apunta, tenían el encargo de asesinar a los anteriores habitantes de la casa: fracturas, mordeduras de pit bull… hasta un lanzallamas.
Los diálogos son soberbios, al igual que la ambientación; incluso su momento “pollo”, marca también de la casa. La banda sonora original es fantástica y está elegantemente engarzada a través de las radios personales y de coche que conducen los protagonistas, siendo de agradecer que la pieza de Los Bravos sea la que más suene (o de las que más); simplemente me encanta. Sin embargo, esta película tiene un “pero” monumental: crea en la opinión del que la visiona (recordemos la duración del metraje) que no está sucediendo nada de nada. La sensación es, lejos de estar navegando en un bote por los rápidos de un río bravo, la de estar flotando en una tranquila balsa de aceite. Aburre a veces.
Por supuesto, Tarantino ha llegado a un punto (hace tiempo que lo hizo) en el que puede escribir y filmar lo que se le antoje, lo que le salga de las mismas narices, pues siempre dará con el dinero suficiente para sus proyectos y producir las películas que a él le gustan; punto pelota.
Considero que no sucede nada en general, que hay líneas que merecían mayor presencia, como las del personaje de Al Pacino, la “Familia” Manson, etc.; incluso la de Sharon Tate, que no parece tener relevancia alguna en el argumento principal. Tenía muchas ganas de verla, por todo lo que contiene, por esa época que me habría encantado vivir de primera mano, pero no es menos cierto que el nivel de Tarantino está bajando desde «Malditos bastardos» o «Django desencadenado»… A saber qué nos espera con la décima y, proféticamente anunciada, última película de tan irreverente y genial cineasta.
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