Guardia de televisión: reseña a «Deutschland 86»

Título original: «Deutschland 86». 2018. Capítulos de 60 minutos. Alemania. Dirección: Anna Thomson (Creador), Jörg Winger (Creador), Florian Micoud Cossen, Arne Feldhusen. Guión: Anna Thomson, Will Bentley, Joy C. Mitchell, Jörg Winger, Steve Bailie, Ulf Tschauder. Reparto: Maria Schrader, Emilia Pieske, Helena Pieske, Sylvester Groth, Florence Kasumba, Uwe Preuss, Emma Fischer, Knut Berger, Alexander Beyer, Vladimir Burlakov, Chris Veres, Lavinia Wilson, Sonja Gerhardt, Michaela Caspar, Raul Casso, Anke Engelke, Atheer Adel, Amira El Sayed, Fritzi Haberlandt, Jonas Nay, Jonathan Pienaar, Laura Beckner, Hope Thangata, Kirsten Block, Mehdi Nebbou, Gudrun Ritter, Seyneb Saleh, Athena Strates, David Brückner, Michael Bundred, Niels Bormann, Harvey Friedman, Jan Krauter, Jared Lorenzo, Peer Martiny, Benike Palfi, Sabine Palfi, Zak Rowlands, Ludwig Trepte, Carina Wiese

Una telaraña de Guerra fría más amplia que la dibujada para las peripecias del joven Kolibrí en 1983

Han transcurrido tres años desde que Martin Rauch, alias Kolibrí, un agente de la HVA infiltrado en las Fuerzas Armadas de la RFA, detuviera una escalada de confusiones que podría haber conducido a una tercera guerra mundial.

Desde entonces, el niño bonito de la RDA ha sido recluido, exiliado y castigado en Angola (lo más lejos posible de los servicios secretos de Occidente, que se lo rifarían si lo tuvieran a tiro), colaborando en un orfanato financiado por Berlín para asentar en las jóvenes mentes africanas las bondades del socialismo marxista. Martín está lejos de su mundo y apartado de un hijo que duda si algún día conocerá. Sin embargo, los tejemanejes de su tía Lenora en Sudáfrica, donde trata de llevar a buen término un lucrativo negocio de tráfico de armas, y la crisis económica en la que sumerge la Alemania del Este, llevarán a Martin de nuevo al tempestuoso terreno de juego del espionaje internacional, dándose un salto de altura con respecto a la primera temporada. Si en 1983 Kolibrí debía espiar a la OTAN desde el mismo despacho de uno de sus generales, en el Berlín Occidental, ahora volará hasta Ciudad del Cabo y se le verá en la Libia de Gadafi y también en París, en un contexto político y geoestratégico más rico. Es pincelado de forma más profunda y otro tanto sucede con los secundarios, aunque con respecto a Walter Schweppenstette parece que se le dota de una vis cómica demasiado acentuada (sobre todo con la operación Barco de los Sueños), pero que no llega a empachar porque “madura” como espía y como padre. 

Sí. Madurez sería la palabra justa. La trama es mucho más elaborada, aún cuando recurre a elementos del pasado y hasta a giros que no terminan de encajar, como que la dulce Annett se convierta en miembro del círculo de confianza de la HVA y haga pagar a otros sus propios pecados de su noviazgo con Martin, a modo de pataleta infantil. Por su lado, Tischbier y Alex Edel (cuyo papel en la primera temporada era ya discutible más allá del de rebelde hijo homosexual), se rebajan aún más, siendo que uno acaba siendo una sombra de lo que fue y el otro un sordo grito en plena noche contra el SIDA (deja de ser un cafre, pero no le dan espacio).

Eso sí, hay cierto secundario que me ha sorprendido y gratamente y cuyo cambio de importancia, muy a lo Annett, es más ajustado. También está muy bien la pequeña tragedia familiar de los Fischer, quienes pagan un alto precio por ser leales a unos principios de honestidad.

No solo hablo del sabor de Guerra fría que destila esta «Deutschland 86» más internacional, reconociéndose que el contexto histórico le permite esa profundidad. Son los años de plomo y cuando comienza a hacerse notar la enfermedad del SIDA; incluso lo del accidente de Chernóbil y la desintegración del bloque comunista. Estos condimentos permiten dar un giro desde la posición inicial sudafricana de apoyo, al movimiento más radical dentro de las filas de Nelson Mandela, a una excitante novela clásica de espionaje.

Kolibrí correrá como nunca lo ha hecho entre aliados y enemigos, terroristas, guerrilleros y mercenarios; entre personas que pueden cambiar de parecer y de convicciones en un juego en el que solo gana quien consiga sobrevivir y en el que las banderas nada tienen que decir al respecto. Martin se enfrentará al compromiso con su país y con aquello que quiere y ama, con todo y todos; será incluso capaz de sacrificar una reina que daría todo por él; será incluso capaz de sacrificar su vida por ayudar a personas inocentes, pues Martin, en eso, no ha cambiado: es un hombre honesto e íntegro.

Si os gustó «Deutschland 83» debería gustaros esta segunda parte. Muchos recitarán el aforismo de que segundas partes nunca fueron buenas (salvo en el caso de «Terminator»), y puede que la intensidad y tensión (y el mío a la guerra termonuclear), que acompañaban al novato Kolibrí hayan desaparecido ante la experiencia, pero nadie puede negar el precioso marco (quizá mejorable, sí, pero tampoco seamos tan recalcitrantes), cargado de datos y personajes, que se ha trazado para este 86.

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