Guardia de literatura: reseña a la novela «La calle de los espías», de Mick Herron

Título original: Spook Street

PENGUIEN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORIAL SAU, Barcelona

Traducción: Antonio Padilla Esteban

Primera edición: mayo de 2022

ISBN: 978-84-18681-20-2

412 páginas

Pocas series literarias actuales consiguen sostener el pulso adictivo que mantiene Mick Herron novela tras novela, y esta cuarta entrega confirma que aún le queda gasolina de sobra en el depósito

Por una vez en la vida conseguí leer una novela antes de ver su adaptación: todo un hito histórico —aunque su serialización televisiva ya tiene un año—. En este caso, hablo de la que sirve de argumento para la cuarta temporada de la serie de televisión Slow Horses.

Un enorme pájaro negro planea sobre los pensamientos de River Cartwright, uno de los caballos lentos; quien sería el protagonista de la serie de novelas si no existiera el grandísimo (en muchos aspectos) Jackson Lamb. River está tremendamente preocupado —y con razón— por la mermada salud mental de su abuelo, David Cartwright, una vieja gloria del MI5. Teme que, debido a su senilidad, esté divulgando secretos que atesora desde sus tiempos de gobernante en la sombra del servicio de inteligencia interior. Y teme, también, que el propio MI5 tome cartas en el asunto… y no precisamente buscándole una residencia para espías ancianos y dementes, sino con una solución expeditiva.

River comparte sus temores con Louisa Guy en un pub, la más locuaz y equilibrada entre los caballos lentos. Entre cervezas y cosas más potentes, deja caer el miedo a que un día su abuelo lo confunda a él —o a algún vecino— con un enemigo del pasado y lo mate de un disparo.

Y la cosa parece confirmarse cuando el Viejo Cabrón, como cariñosamente llama River a su abuelo, se carga en su casa a un hombre que, a simple vista, es idéntico a River.

Esto, junto con la trama que explicaré en el siguiente párrafo, nos va revelando episodios oscuros y ocultos de la familia Cartwright y de David, íntimamente relacionados con Isobel, su hija, y con su nieto River.

Eso en el plano subatómico que supone la Casa de la Ciénaga y las cuitas de sus ocupantes. Porque, a nivel nacional y mundial, siguen los ecos del terrible atentado suicida perpetrado dos días antes en el centro comercial de Westacres, en Londres; atentado que pondrá a prueba al nuevo dirigente del MI5, Claude Whelan, que tendrá que vérselas con la araña que es Diana Taverner. Nuestra Lady Di del servicio no pierde un segundo en enredar a su superior e introducirlo en una conspiración engañosa: el terrorista se esconde bajo una identidad falsa creada por el MI5 décadas atrás y los explosivos provienen de un alijo robado a la policía en los años 90 atribuido al IRA.

Se inicia así una caza trepidante del grupo terrorista y de su cabecilla, en un Londres sobre el que no deja de llover a cántaros (al contrario que en Tigres de verdad, que transcurría en plena ola de calor y sequía).

Al contrario que con las tres entregas anteriores, me costó encontrar acomodo en esta novela: me parecía una reiteración sin sentido de escenas ya leídas. No me sentí cómodo hasta llegar al punto en el que aparece un cadáver en el caserón de David Cartwright. Hasta entonces, la presentación habitual suena trillada y desubicada. No parecía que Herron estuviera inspirado. Pero después sí: la incursión de River sobre el terreno y las discusiones de Lamb con su equipo de perdedores y con sus superiores jerárquicos son absolutamente disfrutables.

Y hablando de perdedores: contamos con dos nuevos miembros en la Casa. J. K. Coe, nuevo compañero de River, siempre lleva la capucha de la sudadera puesta, no deja de golpear la mesa con una melodía y parece un psicópata de manual, aunque carga con un trauma potentísimo. Y Moira Tregorian, que ocupa el puesto vacante de Catherine Standish: una mujer que no debería estar en la Casa y que ha sido desterrada por el propio Claude Whelan, hecho que levanta sospechas en el viejo y gordo Lamb.

Entre los habituales, el que menos peso tiene en estas cuatrocientas y pico páginas es Ho, quien no sale de la Casa y apenas hace nada más allá de aquello que se le da a las mil maravillas: ser un capullo. La novedad es que tiene novia, una tal Kim, que seguro dará que hablar en próximos libros.

Louisa, Marcus y Shirley siguen pegando fuerte, cada cual con sus fortalezas y debilidades, esta vez sin saber qué ha sido de River y obstaculizando con su carne y huesos el camino de un asesino implacable que no solo va tras David Cartwright.

Como sabéis, estas novelas son 30% pura acción y 70% enfrentamientos dialécticos. Sin embargo, aquí hay más acción que en entregas anteriores: atentados, intentos de asesinato, disparos, sirenas y personas demasiado propensas a la irritabilidad letal. Pero lo realmente disfrutable sigue siendo Lamb y sus comentarios jocosos, soeces y no siempre erráticos, en un libro que te da pena acabar, porque no eres capaz de soltarlo y pasas página tras página sin darte cuenta.

Ha sido toda una gozada.


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