Guardia de literatura: reseña a la novela «Tigres de verdad», de Mick Herron
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Título original: Real Tigers Traducción: Antonio Padilla Esteban Penguin Random House, Barcelona 2021 Salamandra Black 978-8418107894 416 páginas |
Con Tigres de verdad, Mick Herron confirma que incluso en sus entregas menos vibrantes mantiene intacta su maestría narrativa
La tercera entrega de la saga de La Casa de la Ciénaga —o de Jackson Lamb— ofrece una trama menos sugerente que las de las dos primeras novelas. Sin embargo, la capacidad narrativa de Mick Herron consigue superar el bache de laxitud que supuso Leones muertos, recuperando el pulso firme que ya había demostrado en Caballos lentos.
Como es habitual en Herron, la Casa de la Ciénaga —ese apéndice ulceroso del MI5— vuelve a funcionar como vertedero de espías caídos en desgracia y, a la vez, como instrumento perfecto para misiones incómodas, aquellas que conviene mantener en la sombra. Los “caballos lentos” son, al fin y al cabo, piezas prescindibles, peones inconscientes y aparentemente obedientes en un brutal tablero de intereses políticos.
En esta ocasión, Catherine Standish, la secretaria de Lamb, es secuestrada. River Cartwright, presionado por los secuestradores, se ve obligado a infiltrarse en el MI5 para robar un expediente muy concreto: el del primer ministro. El movimiento de secuestrar a Standish activa la siguiente jugada: un Cartwright excesivamente impulsivo y nada reflexivo, lo que confirma —una vez más— su carácter poco confiable como agente. Todo parece encajar: los habitantes de la Casa de la Ciénaga colaboran, sin saberlo del todo, en una operación de un “equipo tigre” contra el propio MI5. El resultado pone en evidencia, para bochorno de las mesas superiores, las debilidades estructurales de un servicio que, en teoría, existe para garantizar la seguridad de los ciudadanos británicos.
Detrás de la maniobra se encuentra el ambicioso y arrogante Peter Judd, entonces ministro del Interior. Pero este envite político contra la cúpula del MI5 encierra mucho más que lo que deja entrever su planteamiento inicial: intereses personales, rivalidades soterradas y un exceso de puntos de conexión entre los implicados, hasta el punto de que el “equipo tigre” acaba desmandándose y actuando por cuenta propia.
La trama, sin embargo, carece de verdadera “electricidad”. Es un buen thriller, pero resulta tibio si se compara con su sobresaliente adaptación televisiva, que apostó fuerte y no escatimó en dramatismo ni tensión. Herron, en cambio, parece conformarse en demasiadas ocasiones con un “puedo y no quiero”: escenas que pedían más intensidad se quedan marchitas por culpa de una narración menos ambiciosa. La serie televisiva revalorizó la novela hasta el extremo, multiplicando su impacto narrativo. Aun así, la prosa de Herron mantiene intacta su capacidad descriptiva y su estilo narrativo cautivador, lo que permite que Tigres de verdad atrape al lector, incluso si Leones muertos resulta, de entrada, más atractivo en su planteamiento.
Conviene destacar también el tratamiento del secuestro. Aunque Herron recurre aquí a un recurso ya utilizado en Caballos lentos, la lucha interna de Standish por no recaer en el alcoholismo —resistiendo la tentación de la botella que sus captores le ofrecen— resulta mucho más intensa a nivel psicológico que la que se narra en el caso del secuestrado por un grupo radical en la primera entrega. Y merecen un sobresaliente, sin paliativos, los duelos dialécticos entre Peter Judd y Diana Taverner, que brillan cada vez que sus caminos se cruzan.
Leer Tigres de verdad nunca llega a aburrir. Es un placer silencioso, casi hipnótico: los minutos se consumen en el reloj de pulsera sin que el lector se dé cuenta, sin que importe cuántas páginas lleva ya devoradas.
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