Guardia de cine: reseña de «La última explosión» (1970)
Una película sin mucho sentido y totalmente desaprovechada
He estado cavilando acerca de si merece la pena escribir una reseña de esta película, pues cuenta con una dirección, un guión y un montaje francamente mejorables. Aún así, he terminado sucumbiendo y, diría yo, perdiendo el tiempo al teclear mis impresiones.
La última explosión es la adaptación de la novela The Ordeal of Major Grigsby, escrita por John Sherlock, quien a su vez es uno de los guionistas de la cinta. Nos narra otra historia de venganza llevada hasta sus últimas consecuencias, protagonizada por un hombre rudo y sin modales que, no obstante, logra enamorar a la mujer más bella del elenco, como “no podrá ser de otro modo”. Ella caerá entonces en un infierno de dudas al cometer adulterio en un amor correspondido que, como siempre, será cruelmente arrebatado para encender la cólera apaciguada del héroe y guiarle hasta su destino predeterminado.
¿Cuántas veces hemos sido testigos de historias ficticias cortadas por este patrón? Demasiadas, diría yo.
La película arranca en el Congo, donde la unidad de mercenarios del mayor Harry Grigsby espera ser evacuada en helicóptero tras quedar embolsada. Sin embargo, el teniente Kip Thompson, a bordo de un Sikorsky, en vez de salvar a sus compañeros los masacra con fuego de ametralladora. Thompson, cuya lealtad depende del peso de su cartera, ha alcanzado un trato mucho más lucrativo con su anterior enemigo.
Por suerte, Grigsby y cuatro de sus hombres salvan el pellejo. Grigsby es internado en un sanatorio, aquejado de tuberculosis, pero con una sola idea fija en su mente: matar a Thompson. La oportunidad de hacer realidad sus anhelos se la brinda Whitehall en bandeja: Thompson lidera una guerrilla terrorista con base en la China continental cuyas acciones incomodan los intereses económicos de Hong Kong y Pekín. La solución extraoficial de infiltrar un equipo mercenario en China y acabar con Thompson beneficiaría a todos, y Grigsby es el hombre indicado para hacer el trabajo sucio.
Pero todo lo que acontece en pantalla no tiene ni pies ni cabeza, con un sinfín de incoherencias y pifias sobre todo a nivel operativo bélico, con Grigsby y sus muchachos dando la nota allá por donde pasan (que Rafer Johnson haga de mercenario que se lanza al espesura (malagueña) en vaqueros y tocado con una gorra de béisbol roja no ayuda; tampoco la alarmante dejadez del equipo al no cargar con provisiones, entre otros errores e inconsistencias).
La operación de búsqueda y destrucción no es creíble. Cinco hombres solos, con armamento ligero y a pleno sol, se adentran en territorio enemigo sin preparación ni conocimiento del medio, para enfrentarse a un líder guerrillero que controla el terreno en China y en los bajos fondos en Hong Kong, con su propio ejército de soldados y espías. Lo más lógico habría sido que Grigsby y los suyos se infiltrasen en la organización de Thompson como los veteranos soldados de fortuna que son, en lugar de embarcarse en una "partida de caza" sin sentido.
A todo ello, desconcierta el papel de la señora del general Whiteley. Al principio crees que podría estar confabulada con Thompson, lo que habría sido una línea narrativa mucho más interesante; sin embargo, su rol se limita a ser uno de los vértices de un triángulo amoroso formado junto con su marido —el gobernador militar de Hong Kong y un auténtico pusilánime de puertas de su casa para dentro—, y por el novedoso, fornido y duro mercenario que irrumpe en su vida para suplir las carencias afectivas que sufre. Al menos, tenemos la oportunidad de deleitarnos con la belleza de Honor Blackman quien, si os suena de algo y no sabéis de dónde, deciros que interpretó a Pussy Galore en 007 contra Goldfinger.
Es una película plana y desaprovechada. Hasta resulta extraño que Richard Attenborough se prestara a poner piel al general Whiteley, a no ser que estuviera necesitado de dinero.
En definitiva, esta cinta tiene poco que ofrecer.

Post a Comment