Guardia de cómic: reseña a «Océano negro», de Martin Quenehen y Bastien Vivés

Título original: Corto Maltese: Océan noir

Traducción: Eva Reyes de Uña

Norma Editorial, Barcelona

Primera edición: septiembre de 2021

ISBN: 978-84-679-4743-4

166 páginas

Corto Maltés despierta en pleno siglo XXI sin haber envejecido un día: Océano negro lo arrastra desde las aguas de Pratt hacia nuevas corrientes narrativas que demuestran que el mito es, en realidad, intemporal

Me tomo la libertad de reproducir aquí un fragmento —con el que coincido plenamente— de la sinopsis de contraportada de este álbum:

«Océano negro presenta una recreación insólita, aunque respetuosa, del célebre marino creado por Hugo Pratt. El guionista Martin Quenehen y el extraordinario dibujante Bastien Vivés (enfant terrible del cómic francés actual) son los artífices de una odisea que trae a Corto a las costas del siglo XXI.»

Conocía la existencia de esta obra, pero fue la reciente publicación de un segundo tomo, La reina de Babilonia, lo que me animó a enfrentarme, por fin, a este particular regreso de Corto Maltés.

Antes de que el tándem Quenehen-Vivés soñara con este proyecto —y de que Juan Díaz Canales hiciera lo propio—, leí otro intento de dar continuidad al personaje tras la muerte de Pratt. El resultado fue tan decepcionante que preferí esperar hasta encontrar una propuesta que realmente transmitiera seguridad y dominio del legado. Esa oportunidad ha llegado con esta nueva generación de aventureros.

Lo más sorprendente es ver a Corto en pleno año 2001. En la obra de Pratt, este pirata jamás pasó de la década de 1930, y su pista se pierde durante la Guerra Civil española (1936-1939), según sugiere una línea de diálogo de Cush, el forajido etíope, en Los escorpiones del desierto. Canales, en su Nocturno berlinés, fue escrupuloso con los marcos cronológicos y situó la acción en 1924. La audacia de Quenehen y Vivés consiste precisamente en romper ese límite y trasladar al personaje al siglo XXI, con la intención de demostrar que su espíritu es atemporal.

El respeto al original se percibe en la forma de construir la historia: ingredientes clásicos de Pratt como las acciones inesperadas, la búsqueda de un tesoro que quizá no exista, la aparición y desaparición de aliados y enemigos, y el fluir narrativo que avanza como una corriente marina aparentemente caprichosa pero nunca arbitraria.

En esta ocasión, Corto aparece en el Pacífico pilotando una embarcación pirata para facilitar el asalto a un yate. Lo que debía ser un robo sencillo acaba convertido en una matanza de la que Corto se desmarca. Pirata sí, pero con principios. Cuando se le presenta la oportunidad de salvar al objetivo de los sicarios, lo hace sin dudar. En el proceso se gana un enemigo mortal, pero también conoce al enigmático doctor Fukuda, guardián de un tesoro vinculado —según parece— a los relatos de Garcilaso de la Vega en Comentarios reales de los Incas.

De forma casi inevitable, Corto se ve envuelto en las intrigas de los servicios secretos japoneses (Naicho) y en la lucha contra Océano negro, una organización de ultraderecha formada por veteranos de la Segunda Guerra Mundial que sueñan con restaurar el poder imperial. Sin embargo, su obsesión personal se centra en una reliquia: una cabeza de oro descubierta siglos atrás en una mina peruana.

De Japón a Perú, de Panamá a España, el viaje de Corto reúne a viejos conocidos —como un Rasputín tan inestable como siempre—, presenta nuevos amigos y, por supuesto, le enfrenta a enemigos irritantes. Todo ello narrado con el paso lánguido y enigmático característico del personaje.

La originalidad de Océano negro no se limita a la trama. El formato formato tributario del manga japonés es harto interesante: planchas distribuidas en tres tiras y no más de seis viñetas por página. Además, el grueso del álbum es en monocromo, salvo las catorce páginas iniciales a color, ilustradas por Patrizia Zanotti, asistente personal de Pratt y colorista habitual de su obra. Ningún álbum de Corto Maltés había experimentado antes con esta disposición, aunque es una marca reconocible del estilo de Vivés.

El trazo del dibujante francés puede parecer descuidado, pero encierra una fuerza propia. Pratt también cultivó un aparente desaliño en ciertas etapas de su carrera —recordemos Fanfulla—, tendencia que se acentuó en sus últimos años. Muchos han intentado imitar su estilo, con resultados dispares; Vivés, en cambio, evita el calco y opta por un camino personal.

Ver a Corto dibujado por Vivés —incluso cambiando su gorra de marino por una de béisbol adquirida o robada a lo largo de la historia— resulta chocante, pero también refrescante. Su estilo, aunque minimalista, transmite una fuerza singular. Es como contemplar un esbozo de Picasso: puede parecer simple, pero encierra complejidad y magnetismo. Quizá ahí resida parte de la magia de este álbum: una reinterpretación diferente, arriesgada, pero que logra encajar con el espíritu eterno de Corto Maltés.

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