Guardia de ensayo: reseña de «Diario de un pistolero anarquista», de Miquel Mir (2007)
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Ediciones Destino, Barcelona Imago Mundi 2007 ISBN: 978-84-233-3976-1 304 páginas |
Un cuaderno perdido y hallado por azar abre una ventana única a las sombras de la Guerra Civil española
De la Guerra Civil española (1936-1939) sé únicamente lo que asimilé en las clases de Historia del bachillerato. Es decir, bien poco. Tampoco ayudó el ferviente maniqueísmo, el mito y la nostalgia que, tras la muerte del dictador Franco, envolvieron tanto al conflicto como a la II República, alimentando mi tendencia a apartarme lo más posible de esa herida aún supurante.
Sin embargo, anoté en mi agenda este Diario de un pistolero anarquista porque intuía algo distinto: la posibilidad de acercarme a ese periodo convulso desde una óptica singular.
Miquel Mir Serra, documentalista, investigador y escritor especializado en el anarquismo y en la represión de retaguardia durante la Guerra Civil en Cataluña, se topó por casualidad, en el curso de sus investigaciones, con las pertenencias de un tal Julio S. Este, miembro en su momento de la CNT-FAI y de las Patrullas de Control que aterrorizaron Barcelona entre 1936 y 1937, había dejado un cuaderno manuscrito con su autobiografía comprendida entre 1914 y finales de la década de 1940. Ese testimonio —de un valor incalculable como fuente histórica de primera mano— sirvió de base a Mir para escribir un libro que logra asombrar y aterrar a partes iguales.
El ensayo se estructura en tres bloques:
1. La autobiografía de Julio completada con la investigación y las entrevistas de Mir, entre ellas las aportaciones de Mauricio, ahijado y ayudante del protagonista durante las Patrullas de Control.
2. La transcripción íntegra de la autobiografía manuscrita de Julio.
3. Un apéndice documental con materiales de la CNT-FAI, especialmente reveladores los anteriores a la sublevación de julio de 1936 y los posteriores a la pérdida de poder anarquista frente a los comunistas estalinistas.
La principal debilidad del libro es que Mir se apoya en exceso en el relato de Julio, hasta el punto de que, al llegar a la segunda parte, el lector comprueba que está releyendo pasajes reproducidos palabra por palabra.
Julio sitúa el inicio de su narración en 1914, cuando es enviado al Rif para cumplir tres años de servicio militar. De esa experiencia regresa transformado: abiertamente antimonárquico, antigubernamental, antimilitarista, anticlerical y anticapitalista. Traumatizado y movido por el odio y el deseo de venganza, vuelve convertido en un rebelde, aún cuando en su pueblo ya lo consideraban una oveja negra. Su resentimiento contra burgueses y clérigos era evidente de chico; más de adulto.
Uno de los aciertos del libro, gracias a la pluma de Mir, es la reconstrucción de la Barcelona de las décadas de 1910 y 1920. Mucho se ha mitificado en el cine la mafia de Chicago o, en televisión, los Peaky Blinders, pero lo que ocurría en el Barrio Chino, el Paralelo y otros rincones de la Ciudad Condal no tenía nada que envidiarles: violencia, tensiones sociales y laborales, asesinatos, corrupción policial, prostitución, tráfico de armas, espionaje… Una guerra soterrada entre la policía corrupta y el hampa barcelonesa y los sindicatos laborales, a la que no eran ajenos los anarquistas de la CNT, sindicato al que Julio se afilió nada más instalarse en la ciudad. El pistolerismo estaba a la orden del día.
La caída de la monarquía llenó de júbilo a Julio, pero el entusiasmo fue breve: los anarquistas no eran del agrado de las nuevas autoridades republicanas. Como bien muestra el libro, los republicanos temían a la CNT y la FAI tanto o más que a los fascistas, pues ambas organizaciones no creían en la República y aspiraban a la revolución libertaria armada. No en vano, Buenaventura Durruti proclamó que, tras las elecciones de 1936, ganara quien ganara, había que tomar las armas para imponer un régimen revolucionario que eliminara a quienes no compartieran su utopía.
Julio alcanzó un lugar de confianza en la CNT gracias a sus habilidades como conductor y mecánico, así como a su disposición para la violencia. Aunque en ocasiones admite ciertos excesos, nunca —o al menos esa es la impresión que transmite— expresa verdadero arrepentimiento.
El golpe de Estado de julio de 1936 fracasó en Barcelona gracias, sobre todo, a los anarquistas, que se enfrentaron con las armas a los militares sublevados. Sin embargo, aquel triunfo no fue capitalizado por el Gobierno de la República ni por la Generalitat —instituciones totalmente anuladas por los anarquistas—, sino que abrió paso a un auténtico terror revolucionario al estilo de Robespierre. A través del relato de Julio, complementado con las aportaciones de Mir y los recuerdos de Mauricio, asistimos a una larga lista de atrocidades: asesinatos, violaciones, torturas, pillajes, incendios, extorsiones, profanaciones de cadáveres… actos cometidos supuestamente en nombre de la revolución libertaria, pero en los que abundaban delincuentes comunes y asesinos disfrazados de milicianos.
Si la propaganda franquista no necesitaba inventar demasiado para agitar el miedo al “demonio rojo”, fue en gran medida porque las propias acciones de la CNT-FAI alimentaban ese discurso. Cuando los anarquistas cayeron en desgracia, republicanos y comunistas no dudaron en darles la puntilla mediante procesos judiciales y campañas de desprestigio, pese a haber sido cómplices o testigos complacientes de sus crímenes.
La represión contra los anarquistas estuvo encabezada por los comunistas, en quienes la II República se apoyó a partir de 1937. Con ello se sustituyó un terror por otro, quizá más sofisticado, pero igualmente brutal.
Algunos episodios relatados resultan especialmente estremecedores: asesinatos por motivos tan banales como un apellido —un hombre ejecutado por llamarse Rico— o los abusos sexuales cometidos contra mujeres que acudían a pedir por la vida de sus familiares detenidos. Mir rescata, por ejemplo, el caso de un dirigente anarquista que se aprovechó de la novia de un prisionero a cambio de su liberación, aun sabiendo que este ya había sido ejecutado. Tras conocer la verdad, la joven se suicidó.
La autobiografía concluye primero con los preparativos de Julio y su amigo Tomás para huir de España ante el avance de las tropas franquistas sobre Barcelona. Solo Julio logró cruzar a Francia y, más tarde, asentarse en Inglaterra, donde se sintió traicionado tras comprobar que los Aliados no moverían un dedo contra Franco después de la Segunda Guerra Mundial.
Pese a lo que pueda parecer, no he revelado todo lo que contiene este libro. Está lleno de detalles y documentos de enorme interés sobre la represión en la retaguardia. Se lee con rapidez gracias al estilo ágil de Mir y a la vivacidad del relato de Julio, y aunque la extensión no alcanza las 200 páginas (si descontamos la transcripción y el apéndice), su contenido resulta sobrecogedor.
Gracias a esta obra, he decidido adentrarme en nuestra guerra civil más traumática y de alpargata, con la convicción de que aún queda mucho por descubrir en sus pliegues más oscuros.
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