Guardia de literatura: reseña de «Antoloxía da novela curta»

EDITORIAL GALAXIA SA, Vigo

Introducción y selección: Carlos Casares

Segunda edición: septiembre de 1992

ISBN: 978-84-7154-746-5

128 páginas (incluyendo introducción y relación de variantes)

Con sus luces y sus sombras, el esfuerzo de Galaxia por recuperar estos relatos fue loable.

A comienzos de la década de 1990, la editorial Galaxia encargó a Carlos Casares una antología de novela corta. Se quería recuperar para el público a autores que hubieran publicado prosa en gallego durante los años 1920, ensombrecidos por aquellos otros que escribieron poesía, un género más rico y conocido.

Casares nos explica esto mismo con más detenimiento a lo largo de la introducción a la antología de los cuatro relatos breves seleccionados, publicados en su día en la colección Lar (1924-1928). Insiste en que trató de alejarse de los ambientes típicos y tópicos de las letras gallegas —el rural—, pero, a la hora de la verdad, no lo consigue del todo. Y, por si fuera poco, dos de los cuatro textos no los considero, en realidad, relatos.

Arranca la colección con «O anarquista», del político, periodista y escritor coruñés Leandro Pita Romero, que se desarrolla en la parroquia de San Xián de Lanzós (¿tendrá alguna relación con la parroquia de San Martiño de Lanzós, Villalba?). Mariano es un labriego que quiere que su hija acaricie una mejor vida que no sea la de agostarse esperando los frutos de la tierra. Para ello, se empeña en que prolongue sus estudios, en que se convierta en lo que su esposa llama “una señorita”. Y ¿qué mejor forma de garantizarlo que vendiendo tierras y ganado para comprar una tienda, aun cuando el cacique local ya se dedica desde tiempo atrás a surtir de alimentos y ultramarinos a los parroquianos?

La historia sigue los derroteros que se pueden esperar: la venganza callada y traicionera del cacique, quien no soporta la “sana competencia”, y la asegurada ruina de Mariano y su hija. Tal es la desesperación del viejo que tratará de devolvérsela al cacique de la forma más violenta posible (de ahí el apodo que se gana), sin éxito, claro está. Por supuesto, el miedo del pueblo a enfrentarse al cacique obligará a todos a apartarse de la pobre chica.

Se puede afirmar que, de los cuatro títulos, es el más redondo.

«O filósofo de Tamarica», del intelectual, abogado y escritor coruñés Xulián M. Magariños Negreira, es un texto menos rural que se abandona al humor y la burla. Sin embargo, el título es equívoco, por cuanto don Pedancio Casanova (ojito con el nombre), el filósofo de Tamarica, no es ni mucho menos el protagonista de la historia, aunque sí un eje o excusa para que la trama avance.

Tamarica es un pueblo dividido entre conservadores y liberales, que se reúnen en dos barberías que sirven de sede de facto de sus partidos y que se insultan entre sí a través del único periódico de la localidad. El más ilustre de sus empadronados es el ya mencionado don Pedancio, un filósofo muy instruido que nunca ha escrito un libro y que es respetado por todos por la sencilla razón de que es calvo y no necesita acudir a la barbería de los conservadores ni a la de los liberales.

El pueblo se revoluciona cuando corre la noticia de que don Pedancio es nombrado sabio de número de la Sociedad Internacional de Filósofos y Profundadores. Es como si hubieran puesto a Tamarica en el mapa, por lo que sus convecinos quieren homenajear al prohombre, sin ponerse de acuerdo en el cómo. Mientras no dejan de sucederse las estupideces, se apea en Tamarica un joven novelista de nombre Galo Penedo, que al instante encandila a la rancia alta sociedad local con sus maneras, sus historias de gallego emigrado en Madrid y su aura romántica de literato. Tanto es así que es bienvenido en los contubernios conservadores y en las casas de nobles que le pagan por aparecer en la próxima novela de Penedo.

Había que ser muy necio para no verle el plumero a Penedo, pero todos en Tamarica están tan ciegos que el crimen se perpetra sin oposición. Después de la vergüenza, llega el silencio, y don Pedancio fallece sin siquiera haber escrito una sola palabra del libro de Filosofía que prometió.

Es una lectura muy divertida, pero el hilo del relato no es consistente, y no logro averiguar por qué nombra al pueblo como Tamarica, la capital de la etnia precéltica cántabra de los tamáricos.

Superado el ecuador de la antología, considerar «Ladaíña», del profesor y escritor orensano Álvaro María de las Casas, como un relato es ser, creo yo, muy generoso. Un hombre narra cómo visita a un amigo en un viejo pazo, y allí va recopilando anécdotas del anterior propietario, un noble y recalcitrante carlista, de boca de una anciana sirvienta.

Prácticamente sin interés.

Y si es difícil considerar como relato «Ladaíña», más lo es hacerlo con «O vigario», de Xosé Filgueira Valverde, ilustre pontevedrés.

«O vigario» se me antoja más como una chuchería para Filgueira, con la que escribir una semblanza de la Pontevedra anterior a la destrucción de su fachada medieval y marinera. Es más bien un artículo en el que se nos describen sus barrios, sus soportales, el puerto pesquero, sus procesiones religiosas, el Gremio de Mareantes, la basílica de Santa María, las tradiciones, las supersticiones, etc., y la figura del vicario termina siendo un mástil donde anudar todos los cabos.

Ciertamente, si uno no conoce a fondo Pontevedra o no vive en ella, se pierde con facilidad en «O vigario», más allá de que es el texto más complejo de leer de esta antología, dada la profusión de palabras que ni muchos gallegoparlantes habrán oído en su vida, menos aún empleado en sus conversaciones. Por lo tanto, acudir al diccionario será una tarea continua, engorrosa y frustrante.


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