Guardia de cine: reseña de «En la Luna» (2009)
Una lúcida y contenida reflexión sobre el valor de la vida y la deshumanización del trabajo
En un futuro indeterminado, existen explotaciones activas de extracción de helio-3 en la Luna. A cargo de una de ellas, cumpliendo un contrato de tres años con Lunar Industries, está Sam Bell, un hombre que vive solo en la base, con la única compañía de GERTY, un robot. Sam solo espera finalizar su contrato para regresar a la Tierra y reencontrarse con su esposa, Tess, y su hija, Eve. Una espera insoportable que se vuelve aún más tortuosa debido a una avería en el satélite de comunicaciones, que impide mantener videollamadas en directo y en tiempo real.
Apenas quedan dos semanas para el término del contrato laboral cuando Sam decide salir a recolectar los tanques de helio-3 de una de las cosechadoras. Durante el trayecto, sufre una alucinación y se estrella contra el vehículo. Tras el impacto, y sin recordar lo ocurrido, despierta en la camilla de la enfermería, asistido por GERTY (en ese momento, ya nos preguntamos cómo fue Sam rescatado, pues el robot no pudo haberlo hecho). Al recuperarse, Sam descubre a GERTY hablando en directo, y sin aparentes problemas de comunicación a larga distancia, con la dirección de la empresa.
Sospechando que GERTY no le está diciendo la verdad acerca de lo que ha escuchado, Sam provoca una avería “por impacto de meteoritos” y convence al robot de que le permita salir al exterior para inspeccionar la base. GERTY, debido a su configuración, no puede realizar dicha tarea, por lo que no tiene otra opción que autorizar el paseo lunar de Sam. Así, con un rover, Sam llega hasta el lugar del accidente y descubre un cuerpo dentro del vehículo: un clon de sí mismo.
Es una lástima que esta película sea más conocida por la identidad de su director que por el potente mensaje que transmite. Ser hijo del polifacético David Bowie conlleva consecuencias tanto positivas como negativas.
La cinta retrata las tribulaciones de un hombre que descubre ser una copia —una de muchas— de una persona que vive en la Tierra. Es un producto al servicio de la empresa para la que “trabaja” indefinidamente, ya que la promesa de regresar a casa con su familia es una farsa: como los replicantes de Blade Runner, tiene una vida preconfigurada de tres años, y la baliza que supuestamente lo enviaría de vuelta al planeta no es más que una incineradora.
Un hombre que se encuentra consigo mismo —con un clon despertado mientras aún está vivo— y con quien irá descubriendo la verdadera naturaleza de su origen y el propósito de su existencia: el mero lucro de una corporación sin escrúpulos.
Siendo Duncan Jones hijo de quien es, resulta lógico que haya escrito y dirigido una película introspectiva y minimalista de ciencia ficción (género al que continúa vinculado), permitiéndose incluso un homenaje a Starman. Una ópera prima que algunos consideran una mezcla entre Solaris y 2001: Una odisea del espacio, y que, a su vez, ha influido en títulos posteriores. Es innegable que el escritor Edward Ashton debió inspirarse en En la Luna para escribir su novela Mickey 7 —publicada en 2022—, ya que también aborda el aprovechamiento inmoral de la clonación para crear trabajadores esclavizados y desechables al servicio de una megaempresa espacial.
La propuesta de Jones para su primer largometraje es ambiciosa por lo que plantea al espectador, no por un despliegue ostentoso de medios: una narración de ciencia ficción que nos confina en una base lunar, con solo dos personajes interpretados por un mismo actor y un robot cuya expresividad se limita a los emoticonos de su pantalla y a la voz de Kevin Spacey. La buena ciencia ficción, como demuestra esta película, nunca ha necesitado de un exceso de efectos especiales.
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