Guardia de literatura: reseña a «El simpatizante», de Viet Thanh Nguyen

Título original: The Sympathizer
SEIX BARRAL, Barcelona
Primera edición: abril de 2017
ISBN: 978-84-322-3223-7
475 páginas
Una confesión escrita desde la celda del desencanto político: El simpatizante no es solo una novela sobre la guerra, sino una demolición quirúrgica del mito de la revolución y de las lealtades impuestas

Un hombre con dos caras termina teniendo dos vidas y dos mentes. Así lo afirma el protagonista y narrador de esta historia escrita a mano como confesión, en algo más de trescientos folios, durante un año de reclusión en una celda de aislamiento en un campo de reeducación vietnamita.

De este hombre lo sabemos todo, excepto su nombre. Es un ser humano dividido: hijo de madre aldeana vietnamita y padre sacerdote católico francés, es un bastardo que desde niño ha experimentado el desprecio por su origen, incluso por parte de quienes, en apariencia, lo estimaban. Nacido en el Norte, huyó al Sur tras la fulminante derrota francesa en Dien Bien Phu (1954). Con sus dos mejores amigos formó un lazo de sangre inquebrantable: los “tres mosqueteros”. Man, comunista intelectual y su contacto principal, y Bon, anticomunista visceral desde que el Vietcong asesinó a su padre. El narrador acabará siendo capitán de la sección de Inteligencia de la Policía secreta de Saigón… y a la vez agente encubierto para Vietnam del Norte. Se verá obligado a unirse a los refugiados republicanos y vivir en California para espiarlos de cerca.

Desde el principio, la pregunta que nos inquieta es: ¿cómo acabó este narrador en un campo de reeducación, donde pretenden extirparle los males de Occidente —el alcohol, el sexo, la libertad de expresión—? Pero el autor nos va guiando, tirando de la manga a lo largo de una narración que abarca varios años, con episodios donde lo absurdo cotidiano supera lo meramente cómico. La novela es una mezcla de espionaje y crítica social narrada desde los ojos del Vietnam perdedor de una guerra larga y dolorosa, alentada por unos Estados Unidos que, al final, simplemente se cansaron.

Lo grotesco es moneda común en figuras como el General, el Congresista o el Cineasta: personajes que se niegan a aceptar la derrota y su propia arrogancia. En contraste, los jóvenes se lanzan hacia un futuro alienado en un país que no los digiere. Mientras tanto, los veteranos de guerra se marchitan en trabajos precarios, en condiciones laborales deleznables.

Es una visión de la emigración extrapolable a muchas otras culturas y contextos.

El simpatizante es, como poco, una obra distinta dentro de la literatura sobre la guerra de Vietnam. Arranca pocos días antes de la caída de Saigón (abril de 1975), y desde el inicio nos avisa: será una lectura exigente e incluso molesta. Más allá de la discutible decisión editorial de SEIX BARRAL de publicar en un formato incómodo, Viet Thanh Nguyen opta por párrafos larguísimos, a veces inabarcables. Algunos llegan a ocupar un folio entero por ambas caras, sin exagerar. Puede que esta sea una elección narrativa coherente: una confesión escrita desde el aislamiento, que arrastra al lector a la misma incomodidad que su autor. Pero ese recurso desluce parte del esfuerzo del autor, que además se demora en avanzar escenas que, eso sí, tienen una belleza plástica casi inigualable.

Es innegable que la obra es una pieza maestra en cuanto a verbo y descripción. La forma de detallar emociones y pensamientos es como una bomba nuclear de colores. Sin embargo, la mezcla de introspección extrema y prosa interminable puede llegar a agotar. En especial en el tramo final, cuando el comisario político lo somete a una tortura en la sala de interrogatorios: confieso que me salté algunos párrafos, por puro agobio, sin sentir que me hubiese perdido nada relevante.

A pesar de haber ganado el Premio Pulitzer de ficción en 2016, El simpatizante no lo tuvo fácil. Vagó sin suerte entre editoriales hasta que alguien detectó el potencial de esta radiografía demoledora de la sociedad vietnamita y su diáspora. Su autor, Viet Thanh Nguyen, fue un niño refugiado tras la caída de Saigón; creció en California y vivió en carne propia la dualidad de un pueblo partido por el colonialismo, la guerra y el antagonismo ideológico. Esa experiencia le permite satirizar ferozmente —y sin excepción— a todos los bandos.

El protagonista, convencido comunista, acabará por repudiar toda idea política. Como hombre de dos caras, alcanza su máxima escisión cuando el comisario político le transmite la “última lección” de su reeducación. La crítica a la imposición ideológica es constante, y Nguyen expresa con claridad su tesis: las revoluciones, tarde o temprano, devienen en regímenes. Vanguardias del cambio que se transforman en retaguardias del poder.

Coincido plenamente con él. El verdadero cambio consiste en que los poderosos cambian de rostro y de nombre, enarbolando eslóganes de “Libertad” e “Independencia”, mientras el pueblo llano sigue igual o peor. Las revoluciones fracasan cuando los ideales se convierten en dogma, y los lemas se vuelven trajes vacíos para ideas muertas.

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