Guardia de cine: reseña de «Adiós, amigo» (1968)

Título original: Adieu l’ami. 1968. 115 min. Francia, Italia. Dirección: Jean Herman. Guion: Jean Herman y Jean-Baptiste Rossi, basándose en la novela de éste último. Reparto: Alain Delon, Charles Bronson, Olga Georges-Picot, Brigitte Fossey, Michel Barcet, Bernard Fresson. Música: François de Roubaix

Una película en la que se dan la mano la intriga, la traición, el tedio, lo que parece un anuncio encubierto de los Citroën DS y un compañerismo que trasciende la hostilidad mutua cuando las circunstancias lo exigen

Como otros tantos de su tiempo, Charles Bronson viajó al Viejo Continente para trabajar en diversas películas de dispar calidad. Adiós, amigo es una de ellas, una cinta que me era completamente desconocida. Ni siquiera sospechaba que Bronson hubiera llegado a compartir cartel con Alain Delon en una película de suspense, robos y lealtades ambiguas.

La narración de Adiós, amigo comienza en el puerto de Marsella, donde arriban las tropas francesas derrotadas en la guerra de Argelia. Del barco descienden dos hombres que se conocen, pero no se soportan, aunque el Destino, caprichoso como los dioses en las obras de Plauto, guste de hacerlos inseparables. Uno es Dino Barran, un brusco y taciturno teniente sanitario; el otro es Franz Propp, un cínico e irritante estadounidense alistado en la Legión Extranjera que, tras la derrota de Francia en el norte africano, pretende cerrar un grupo de mercenarios que quieran ganarse la vida matando en el Congo. A Propp le falta un médico, y ese mismo podría ser Barran.

Sin embargo, Barran quiere desembarazarse de todo su pasado militar y abrazar la vida civil como sea y cualquier pretexto le es igualmente válido. Así, no duda en dejarse convencer por una atractiva chica que le sale al paso durante el desembarco; una chica que se llama Isabelle Moreau y que busca al oficial Mozart, el mejor amigo de Barran, caído en Argelia. La propuesta es demasiado extraña y absurda, aún así, Barran acepta: conseguir el trabajo de médico visitador en una empresa de diseño textil de nombre SINTECO y, aprovechando los días de vacaciones navideñas, abrir la caja fuerte que está la habitación contigua a la consulta médica y devolver unos bonos que la chica había robado. Parece —y es— una imbecilidad, especialmente porque solo tienen tres de los siete números de la combinación, y más aún sabiendo que en la caja se custodian doscientos millones de francos.

Propp, quien se gana el dinero organizando peculiares juegos nocturnos, sospecha que Barran está involucrado en algo jugoso, así que decide hacerle una visita en SINTECO justo cuando el otro se dispone a probar suerte con la caja fuerte. Ambos quedan encerrados en el edificio y entonces da comienzo su lucha, tanto psicológica como física. Lo más sorprendente es que la historia dará un vuelco inesperado, y el tema de la caja en sí pasará a un segundo plano.

La película presenta un carácter experimental en ciertas escenas y en el montaje. Jean Herman, su director, en la que fue su segunda obra larga, juega con los planos y el grafismo, tanto en el escenario como en los personajes principales y figurantes. Un buen ejemplo de lo que quiero decir lo tenemos cuando un grupo de personas, todas con gafas de sol, leen las últimas noticas de robo en SINTECO por parte Barran, mientras él mismo se encuentra entre ellos, a cara descubierta. También destacan esos rostros estampados en las paredes del pasillo de SINTECO, mirando fijamente sin ver nada; o la insólita escena de la ruleta organizada por Propp, en la que se sortea una “muñeca”.

La cinta termina siendo chocante. En ella se dan la mano la intriga, la traición, el tedio, lo que parece un anuncio encubierto de los Citroën DS y un compañerismo que trasciende la hostilidad mutua cuando las circunstancias lo exigen. Esto último aporta cierta profundidad a unos personajes que, de otros modo, serían simples clichés: hombres rudos acostumbrados a dar órdenes con un exceso enfermizo de chulería; mujeres que se dejan mangonear y maltratar, cayendo enamoradas a los pies de estos hombres; mujeres fatales o no tanto; policías de gabardina beige y mala leche pendiendo del labio… Sin embargo, el giro que da con lo de la caja fuerte está bien logrado, pues llega como un puñetazo directo al estómago tras tanto esfuerzo.

La película puede gustar o disgustar. Todo depende de los ojos que la miren.


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