Guardia de televisión: reseña a la segunda temporada de «Sweet Tooth» (2023)
Título original: Sweet Tooth. 2023. 8 episodios. EEUU. Dirección: Jim Mickle, Beth Schwartz, Toa Fraser, Robyn Grace. Guion: Jim Mickle, Beth Schwartz, Christina Ham (basándose en el cómic de Jeff Lemire). Reparto: Christian Convery, Nonso Anozie, Stefania Owen, Aliza Vellani, James Brolin, Naledi Murray, Adeel Akhtar,
Rubicón soporífero por momentos
Me resulta extraño escribir esta reseña por cuanto sé lo que voy a decir y que mis palabras pueden resultar del todo contradictorias y absurdas, pero allá voy.
En esta segunda temporada de Sweet Tooth somos testigos de un desarrollo de argumento que es brutal. Se nos empacha a base de datos y referencias que afectan a todos los personajes principales sin excepción. Por empezar con Gus, por fin sabremos la historia de su origen y la de sus padres, con todo pelo y señal. Igualmente, sabremos de dónde procede la pandemia y cómo se desata, así como vemos cómo Birdie lucha por encontrar una cura, en paralelo a la carrera del Dr. Singh, quien desarrollará un principio de vacuna bajo la amenazante y cautivadora efigie del general Abbot, tratando de salvar a su esposa. Las decisiones de Singh distarán de ser las correctas y más éticas en un mundo que desaparece arrastrado por el viento del olvido. También conocemos la vinculación entre Wendy y Oso, y a los niños del refugio de híbridos, en el zoo de Essex, lugar donde se desarrolla en exceso la trama de la mayoría de los episodios de esta segunda temporada.
Aún con todo este apabullante material y el magnífico drama familiar entre el general Abbot y su hermano pequeño, Johnny (el bien y el mal en dos gotas de agua para nada iguales). Aún con todo eso, esta temporada me ha parecido soporífera. Si la primera me la tragué como si no hubiera mañana, esta la he ido dejando “para luego”. Tanto es así que entre los episodios séptimo y el octavo (el de cierre), dejé pasar más de un mes y medio. Me parecía más distraído dedicar las noches a otros menesteres frente a la pantalla.
Me aburría. Si, quería saber qué iba a suceder, pero ni el ataque al cuartel de Abbot por parte del Ejército animal ni las pistas de Birdie restallaban en mi espalda de esclavo de la televisión. Nada había que me animara a seguir con la serie a un ritmo, digamos, regular. Apostaría a que todo se debe a la estaticidad ambiental, pues evoluciona a paso lento entre las paredes del zoo, perdiéndose ese pulso de correr hasta Colorado.
También está el propio capítulo octavo, el tan traído y esperado cierre de temporada, que me parece bastante mal escrito, sobre todo en su tercio final y con un detalle que, aunque he de confirmarlo, me parece que se cuela un error de guion nada despreciable.
Por supuesto, no considero que esta segunda temporada sea una pérdida de tiempo. Es más, tengo apuntada la tercera y última temporada para ver aquello a lo que se dará más espacio: el aspecto chamánico que apenas se ha dejado traslucir en la “colaboración” entre Gus y el Dr. Singh, y que deberá relacionarse a la fuerza con lo poco que he atisbado de la conclusión del cómic, al que le eché una visual rápida sin necesidad.
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