Guardia de cine: reseña a «Capricornio Uno» (1978)

Título original: Capricorn One. 1978. 123 min. EEUU. Dirección: Peter Hyams. Guión: Peter Hyams. Reparto: Elliot Gould, James Brolin, Brenda Vaccaro, Sam Waterson, O. J. Simpson, Hal Holbrook, Karen Black, Telly Savallas, David Huddleston, David Doyle

¿Hasta dónde se nos podría manipular por medio de la tecnología?

En 1969 comenzó a circular la teoría de la conspiración que niega la llegada del ser humano a la Luna. Mitad exceso de aburrimiento y escepticismo, mitad campaña de desprestigio y desinformación, la idea de que todas las imágenes del alunizaje fueron un montaje cinematográfica nació casi al mismo tiempo. El polifacético Peter Hyams la debió escuchar en algún bareto y se quedó con la mosca tras la oreja; tanto es así que escribió un guión que no conseguiría vender por una razón muy simple: Hyams realizó la ronda por los despachos de las productoras en un momento en el que el pueblo llano estadounidense no recelaba del Gobierno federal y no concebía que alguna fuerza en la sombra pretendiera engañarlo. Ya sea por ingenuidad o por una visión exagerada de una supuesta honestidad política americana, ésta confianza se hizo añicos con el escándalo del Watergate. Aquellos micrófonos en ese hotel y la caída en desgracia del presidente Richard Nixon volvieron las tornas e Hyams pudo convencer a “los perros del dinero” y dirigir su primer gran éxito comercial en el cine, cuyo argumento no pone en duda los logros tecnológicos de la NASA ni el éxito de la misión del Apolo XI, sino que incide en la posibilidad de, sirviéndose de la tecnología del cine y de la televisión, hacer pasar una falsedad por verdad.

Hyams nos sitúa en un futuro inmediato a la fecha de filmación, en el que la NASA está en el apogeo de un programa de vuelos espaciales tripulados a Marte, siendo la primera misión la de Capricornio Uno. No hay visiones imaginativas sobre el porvenir, pues el mismo Wernher von Braun vaticinó que, si la carrera espacial seguía al mismo ritmo, la NASA sería capaz de poner astronautas en el planeta rojo hacia 1985.

Pues bien, todo está dispuesto para dar otro paso de gigante en la conquista del sistema solar, sin embargo, el público en general está aburrido de cohetes y de contribuir con parte de su sueldo a los desorbitados presupuestos que devora la Agencia. El apoyo popular y político a la carrera espacial está bajo mínimos (una realidad que se mascaba entonces), por lo que el proyecto Capricornio pende de un fino y quebradizo hilo: hay que asegurar el éxito rotundo de la misión sea como sea y superar todas las complicaciones, pero se presenta una insalvable: el sistema de soporte vital es defectuoso por haberse abaratado los costes. Por ahorrar unos dólares, los programas de simulación conceden a la tripulación una esperanza de vida de tres semanas tras el despegue. Pero el lanzamiento programado no se puede cancelar. Sería un desastre y la NASA sería el hazmerreír del mundo entero. 

Mediante una estratagema descabellada, el director de la misión, el Dr. James Kelloway, orquesta una farsa televisada en un plató que le sirve de Marte y emplea grabaciones de las pruebas para colarlas como comunicaciones con el control de Tierra; todo ello mientras el ingenio espacial vuela automatizado hasta Marte, lo orbita y regresa a casa. Una farsa de la que los tripulantes han de participar bajo coacción y que convierte a un amigo, el Dr. Kelloway, en un peligroso villano cuyo objetivo es salvar el programa Capricornio sin importar el precio y la integridad física de inocentes.

Sin embargo, una trama tan compleja es imposible de sostener sin que algo se filtre por sus grietas. Así pues, un operador del control de Tierra se da cuenta que algo raro sucede con las transmisiones: llegan demasiado rápido para proceder del espacio. Esto llega a los oídos de uno de sus amigos, Robert Caulfield, un desastrado periodista con muy pocos apoyos en el periódico y la profesión. Cuando el operador desaparece sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido, el periodista se desespera por dar con una verdad que le espera a cada esquina, con un revólver en la mano.

Capricornio Uno es una cinta entretenida y un buen thriller que abordó en su momento un tema que apenas había superado las paredes de las casas de los más desconfiados del país: la manipulación de las masas gracias a las imágenes, sirviéndole de base de la teoría de la conspiración contra la misión Apolo XI. Curiosamente, la producción contó con la colaboración activa de la NASA porque no se ponía en tela de juicio el alunizaje de 1969 ni la capacidad técnica para alcanzar otros astros pues, aquellos que hemos leído algo de esto, sabemos de sobra que el cohete Saturno V tenía una potencia desmesurada para un punto de misión tan cercano como la Luna, siendo su diseño más apropiado para un viaje más largo.

A destacar el buen hacer de Hyams con los diálogos, muy de la vieja escuela: mordaces y ácidos, a la par que ágiles. Sobresalen los dedicados al editor jefe Walter Loughlin, la mujer periodista Judy Drinkwater o el irascible piloto Albain, interpretado Telly Savalas. En el mismo orden, los actores no tuvieron la suerte de contar con líneas cortas y fáciles de aprender, pues algunos personajes tienen escenas en las que se tiran más de un minuto hablando sin que nadie les de la réplica; así tenemos al Dr. Kelloway dirigiéndose a la tripulación de Capricornio Uno tras haber sido apeada en secreto del cohete y llevada hasta una base militar abandonada, allí donde se llevará a cabo toda la farsa, o el agónico chiste que se cuenta a sí mismo uno de los tripulantes mientras asciende una pared vertical, tratando de huir de sus perseguidores para acabar directo en sus brazos.

Dotada de escenas de acción y carga dramática, la pega a la cinta está en su escena final, con esa cámara lenta y con la falta de valor a la hora de escribir un desenlace que incluya las repercusiones sociales y políticas de la ficción planteada.


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