Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de «El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro» (2022)
Título original: «Guillermo del Toro’s Cabinet of Curiosities». 2022. Ocho episodios de +/- 60 min. EEUU. Dirección: Guillermo del Toro (Creador), Ana Lily Amirpour, Panos Cosmatos, Catherine Hardwicke, Vincenzo Natali, Guillermo Navarro, David Prior, Keith Thomas, Jennifer Kent. Guión: Guillermo del Toro, Haley Z. Boston, Regina Corrado, Panos Cosmatos, David S. Goyer, Lee Patterson, Aaron Stewart-Ahn, Mika Watkins, Emily Carroll, Jennifer Kent, Vincenzo Natali. Historia original: Guillermo del Toro. Historia: H.P. Lovecraft, Henry Kuttner, Emily Carroll, Michael Shea. Reparto: F. Murray Abraham, Ben Barnes, Elpidia Carrillo, Crispin Glover, Demetrius Grosse, David Hewlett, Tim Blake Nelson, Luke Roberts, Sebastian Roché, Glynn Turman, Peter Weller, Essie Davis, Hannah Galway, Kim Horsman, Andrew Lincoln, Christie Trinh, Kate Micucci, Rupert Grint, Ismael Cruz Cordova, Martin Starr, Dan Stevens, DJ Qualls, Sofia Boutella, Nia Vardalos, Julian Richings
«El gabinete de curiosidades» despliega un arquetípico, rico y variado abanico de terror y fantasía que puede satisfacer los gustos de cada uno, aunque está claro que la sombra de Lovecraft resulta alargada en exceso y que no estaría mal un poco más de variedad en ese sentido
Con una presentación calcada a la de Alfred Hitchcock en «Alfred Hitchcock presenta», pero aspirando a una cota más cercana a la que señoreaba Chicho Ibañez Serrador en «Historias para no dormir» (aunque si pizca de humor negro), Guillermo del Toro nos regala ocho relatos adaptados a la pequeña pantalla; ocho relatos que, salvo un par de excepciones, o están firmados por Howard Phillips Lovecraft o están íntimamente inspirados en sus perturbadoras pesadillas. Ocho capítulos independientes que nos muestran distintos matices del terror y que, para mi sorpresa, no han recibido de la crítica especializada una puntuación muy alta, colándose expresiones y etiquetas que no logro comprender del todo como son “falta de corazón” y “morbosamente cutre”.
«El trastero 36» (dir.: Guillermo del Toro; guion: Regina Corrado, Guillermo del Toro; historia de Guillermo del Toro), centra su acción en un desagradable veterano de Vietnam que se dedica a comprar trasteros en subastas. Su forma de dirigirse a la gente y su ideología de supremacista blanco no le ayuda precisamente a caer simpático y a hacer amigos, y esto será un problema cuando se haga con un lote en concreto, el de un anciano que acaba de fallecer y que pagaba religiosamente el alquiler desde 1945. Un viejo loco que pasaba lista a sus pertenencias almacenadas todos los días, sin fallar uno solo, permaneciendo al otro lado de la reja una hora y media. Un arrendatario que era un nazi fugado al que gustaban los temas de demonología.
Es un relato del que, como en los más clásicos, se desprende una enseñanza de entre los tentáculos de la locura y el terror.
«Ratas de cementerio» (dir.: Vincenzo Natali; guion: Vincenzo Natali; historia de Henry Kuttner), es una ficción entre aquellas de la temporada que nos exigirá un buen estómago. No es que sea gore ni nada de eso, pero la temática y el desarrollo, con elementos vistos en algunas películas firmadas por del Toro, pueden conducir a que tomes la inamovible decisión de evitar los cementerios y de huir despavorido ante una rata correteando por la acera de enfrente, camino de su alcantarilla.
«La autopsia» (dir.: David Prior; guion: David S. Goyer; historia de Michael Shea), es para muchos el mejor episodio y para el que sí hay que tener aguante en ciertas escenas. Al menos han tenido el buen oficio de no mostrar lo más desagradable, como lo relacionado con los ojos. Con la imaginación ya nos vale a algunos.
Como en el primer relato reseñado, hay mucho de Lovecraft en la figura extraña y exógena que coprotagoniza la historia, aunque la historia original se la debemos a Michael Shea, uno de los grandes de la literatura de fantasía, horror y ciencia ficción norteamericana.
«La apariencia» (dir.: Ana Lily Amirpour; guion: Haley Z. Boston; historia de Emily Carroll), es un relato que rompe la línea general establecida pues no es de terror, aunque esté en posesión de suficientes ingredientes como para entrar por méritos propios en los cajones de este gabinete de curiosidades. Pivota en torno a la perniciosidad del culto a lo superficial, un fervor que condena a la protagonista a la locura en su interacción con una crema que está inexplicablemente viva y que es capaz de transformar un cuerpo humano.
«El modelo de Pickman» (dir.: Keith Thomas; guion: Lee Patterson; historia de Howard Phillips Lovecraft), es Lovecraft en estado puro. Retrata la vinculación opresiva de un hombre con un excompañero de clase en Bellas Artes cuyos óleos recrearán una realidad de pesadilla y que perturbarán al personaje principal hasta más allá de los límites de la razón. Éste querrá alejarse del tal Pickman, pero le resultará del todo imposible.
«Sueños en la casa de la bruja» (dir.: Catherine Hardwicke; guion: Mika Watkins; historia de Howard Phillips Lovecraft), es un relato que pone el foco de atención en un hombre traumatizado por la pronta muerte de su hermana melliza y con la que trata de contactar mediante el espiritismo. Alcanza su meta consumiendo una sustancia psicoactiva muy especial, pero dicho contacto, entrando en un bosque donde, a semejanza de un purgatorio, deambulan las almas ancladas aún al plano terrenal, provocará una alteración que servirá de puerta para el regreso al mundo de los vivos de una espantosa y cruel bruja ejecutada en el s. XVII.
Mi aplauso para el diseño de la bruja, mi gesto de contrariedad para el punto final del relato, que pasa del terror clásico a lo cómico a medio minuto de entrar los títulos de crédito.
«La visita» (dir.: Panos Cosmatos; guion: Panos Cosmatos, Aaron Stewart-Ahn), es un homenaje a Lovecraft (yo, al menos, veo una indiscutible relación con el relato «El extraño»), en el que un estrafalario multimillonario reúne en su mansión a una corta lista de individuos excelentes en sus campos de estudio y trabajo (literatura, parapsicología, música y ciencia). Resulta una narración harto chocante pues el 90% del metraje lo copa una larguísima escena en la que los personajes se ponen ciegos a porros y a rayas de coca, hasta que se les muestra “el objeto” y se desata el horror.
Aunque sea un episodio sublime en su realización y fotografía, con una estética magnífica, deja un regusto amargo de estructura ilógica.
«El murmullo» (dir.: Jennifer Kent; guion: Jennifer Kent; historia de Guillermo del Toro), es el típico cuento de casa embrujada. Un matrimonio de ornitólogos, golpeado por la reciente muerte de su hija, un bebé, viaja hasta una remota y aislada isla para estudiar el comportamiento de las bandadas de correlimos. Allí, en medio de la nada, tendrán para ellos solos un caserón que lleva décadas deshabitado donde Nancy, en su espiral por negarse a tratar con su marido el tema de la pérdida común, se irá separando de él y comenzará a ser testigo de fenómenos paranormales como psicofonías y apariciones espectrales, hasta la emotiva resolución.
Lo que llama la atención de todos estos capítulos es que siempre se ha huido de una ambientación y adaptación cercana a nuestro vigente s. XXI. El espíritu del terror más secular no cede su campo de juego, temeroso de que, como la luz eléctrica en su momento, nuestro mundo hipertecnológico espante las sombras. El arco temporal va desde el s. XIX hasta la década de 1990 y ahí se detiene. Me resulta un detalle la mar de curioso y, a la vez, un exagerado esfuerzo de realización. Yo, en particular, estoy de acuerdo en que nuestro tiempo carece de atractivo cinematográfico (y de otros), pero no lo digo por el falso espejismo de la brillante nostalgia, sino porque la tecnología nos consume la inspiración y la fantasía.
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