Guardia de literatura: reseña a «Poshumanas y distópicas. Antología de escritoras españolas de ciencia ficción Vol. 1» (2019)
Edición de Teresa López- Pellisa y Lola Robles Eolas ediciones Primera edición: diciembre de 2019 ISBN Vol 1: 978-84-18079-19-1 325 páginas |
Recopilación de relatos con un prólogo abominable y con pocas estrellas brillando en un cielo muy negro
De nuevo una portada tiene toda la culpa, hechizándome de mala manera. Me picó la curiosidad y tuve que rascarme fuerte para saber de qué iba ese ejemplar que palpitaba en la estantería. Por supuesto, me atrajo aún más que fuera una antología de relatos de ciencia ficción y que, en concreto, fuera de autoras españolas del género de los s. XIX y XX (periodo que comprende este primer volumen en exclusiva). Oiga, la cosa tenía su interés, porque muchas de estas historias se han quedado impresas y olvidadas en hemerotecas muy celosas de sus secretos.
Me dije, “vale”, y me llevé el libro a casa aún sospechando que me podría terminar quemando los dedos por culpa del feminismo de bocazas y de salón tan en boga. Y sí, acabé quemándome con el prólogo, que corre a cargo de Teresa López-Pellisa, profesora en el Departamento de Filología Española, Moderna y Clásica de la Universidad de las Islas Baleares, quien anunciaba que ofrecía al lector un pequeño artículo histórico-literario sobre la autoría femenina entre 1800 y 2000, sin victimismos (así lo expresa), y lo que se decía que una recopilación de datos y referencias interesantes acabó siendo otro holocausto más de páginas emponzoñadas por las lágrimas, los porcentajes y los rijosos alegatos contra el heteropatriarcado. Es más un folleto malparido entre la Montero y la Pam en un día de festejo con whisky DYC sin rebajar que un estudio serio y objetivo.
López-Pellisa es una destacada figura dentro del tratamiento de la historia española de la ciencia ficción, con varias obras a sus espaldas, y quien debería ser capaz de no dejarse llevar. Pero quizá el problema sea que hasta hoy no había leído nada de ella: nos arrambla con sollozos y retales de ultraizquierdismo al manipular la realidad de las escritoras españolas (y de las mujeres en general), como si la invisibilización o ninguneo fuera un fenómeno puramente español y, más concretamente, franquista. Como si allende las fronteras y los tiempos todo fuese Jauja.
Pero lo más infumable del prólogo es cuando López-Pellisa se pone a mencionar porcentajes de participación femenina en concursos y antologías de ciencia ficción. Si no recuerdo mal, en un recopilación que se estuvo editando durante décadas, a volumen por año, se lamenta que entre unos trescientos relatos bien pasados, sólo el 18% (no voy a buscar el dato), estaban firmados por mujeres y que es algo en lo que “hay que trabajar”. No sé en qué hay que trabajar. ¿Vamos a obligar a las escritoras a que dediquen sus esfuerzos a la ciencia ficción? O mejor aún, ¿vamos a obligar a que las antologías se repartan en un 50% entre hombres y mujeres por Ley? ¿Acaso estamos pidiendo un sándwich de helado chocolate-vainilla?
Un montón de datos numéricos insertados sin haberse molestado en comprobar la razón de los mismos, pues igualdad supone concurrir idénticas condiciones, sin discriminaciones positivas ni negativas. ¿Acaso los relatos escritos por hombres eran malos y se publicaron a propio intento? ¿Debemos mover artificialmente los platillos aunque suponga una merma de calidad? Porque, veamos, imaginemos que hay que hacerlo y se acaban publicando relatos de mujeres que no cumplen los estándares. ¿Se estaría haciendo algún favor a las autoras? Para nada. ¿Acaso el gran número de hombres que han visto publicados sus relatos en dichas antologías se debe al machismo o a la misoginia de los responsables editoriales? Tampoco tiene porqué. ¿Se ha investigado para la ocasión? Parece que no.
Mucho ruido y ni rastro del nogal.
Al final, abandoné el prólogo como el que salta de un barco que se hunde y me lancé a leer los relatos, encabezados por una pequeña biografía de cada autora, lo cual se agradece.
El que abre la antología, firmado por mi querida Dña. Emilia Pardo Bazán, de título «La cabeza a componer», para empezar no lo considero de ciencia ficción. Me parece un tremendo patinazo y su inclusión únicamente obedece (sigue siendo mi opinión), a que Pardo Bazán ha sido adoptada de sopetón como la estrella más fulgurante del firmamento literario defendido por feministas sin que a la señora le hayan pedido permiso, aunque sea por sesión de espiritismo. Y no soy ningún entendido en la materia, pero se ve que este relato es un cuento/sátira donde Dña. Emilia se burla y “allana” el camino que ha de seguir aquel que quiera vivir feliz y sin problemas ni tribulaciones: extirparse la imaginación, la razón y la memoria. Es decir: convertirse en idiota integral, tal y como hace el “héroe” de su narración. La mención a varios médicos y cirujanos no tiene nada que ver con la ciencia ficción, y es más bien una confusión que nos llega desde los tiempos en los que Dña. Emilia seguía entre los vivos.
Como todo lo leído de Pardo Bazán, me pareció instructivo y entretenido, pero para mí, insisto, no es ciencia ficción.
El siguiente relato, «Cuento absurdo», pertenece a Ángeles Vicente y es una lectura rápida que entronca ya con la ciencia ficción y la distopía. En sus líneas se presenta a Guillermo Arides, un científico anarquista que ha creado una máquina capaz de exterminar a la humanidad. Y así lo hace, salvando a sus pocos acólitos, elegidos para crear una nueva y perfecta sociedad carente de los defectos y de los vicios de la extinta, cosa que no consigue.
Diría que Vicente se burla en parte del anarquismo por su forma violenta de pretender crear una nueva sociedad sin haber transformado antes al individuo en sí.
Seguimos con «Evocación del porvenir. Homenaje en España a la madre del año…», de Halma Angélico, donde se nos describe muy superficialmente un mundo futuro (diría que hacia mediados del s. XXI). Como si estuviéramos en una suerte de campos elíseos, donde la gente carece de nombre y se dirige entre sí por medio de números, asistimos a una ceremonia que celebra la maternidad, en la que la madre desconocida es ensalzada y se recuerda el doloroso pasado (s. XX), donde abundaban los infanticidios antes y después del alumbramiento, refiriéndose en el caso de las madres solteras.
Más de la mitad del texto es el discurso de un anciano, en el cual se intercalan descripciones entre paréntesis que más bien parecen apuntes para un libreto teatral, ámbito donde la autora destacó.
«Electroamor», de María Laffitte, es un relato en primera persona narrado por una mujer profundamente herida tras saber que Carlos, el hombre del que está enamorada, se casa con otra. Carlos, el tipo elegante que se fijó en la narradora no porque viera en ella una chica de la que enamorarse, sino todo lo contrario, ha deshecho su mundo, ya de por sí anodino y rutinario.
Para poder soportar el dolor, la protagonista se somete a un novedoso sistema de pauta farmacológica que no le sirve, debiendo recurrir el doctor que la trata a una máquina que penetre en lo más hondo de su ser.
Extraño como pocos, el relato entiendo que describe a una mujer con baja autoestima (sin necesidad del traumatismo emocional), que acaba enamorándose de cualquier hombre que le preste la más mínima atención, aunque sea únicamente por interés científico.
«El hijo de la ciencia», de Alicia Araujo, pone el foco sobre una mujer que perdió a un hijo de corta edad y que trabaja de limpiadora y asistente en un laboratorio secreto donde se está llevando un experimento genético: el desarrollo del feto de un niño con poderes inimaginables en un intento por dar el siguiente paso evolutivo. La mujer, debido a su tragedia, será guiada por su instinto maternal de protección hacia ese ser que puede ser tanto un auténtico peligro para la especie humana como un ser de luz.
Interesante visión sobre un experimento genético desde la óptica de alguien que no estaba llamado a otra que cosa que a representar un papel de figurante en cualquier otro relato.
«Herencia de sueños», de María Guéra y su hijo Arturo Mengotti, me parece una historia muy original. En ella, un ser humano de un futuro evolutivo en el que las personas se comunicarán telepáticamente y de una Tierra devastada por una humanidad que ha huido al espacio, volverá al planeta natal por mera nostalgia. Aterrizará a las afueras de una ciudad que es Madrid y se encontrará con una forma de vida muy curiosa: los retratados en los cuadros colgados de las paredes del museo de El Prado deambulan por pasillos y calles, dotados de una llama que no es otra que el recuerdo de los hombres y mujeres que desaparecieron entre las estrellas.
Aunque muy interesante y original, se me hizo un tanto largo.
«Gu ta gutarrak», de Magdalena Mouján Ontaño, se incluye en la antología por haber sido un relato censurado en su día en España, debiendo esperarse a 1979 para una publicación libre. La autora era argentina de ascendencia vasca, siendo “invitada” para la ocasión y su relato sumado al índice por la razón anterior, siendo lo más interesante es que se ha señalado en negrita las líneas que justificaron su prohibición, que no pasan de ser chistes conocidos entre vascos.
El relato en sí, muy bien escrito y divertido por el abuso de hipérboles a la vasca, es el relato en primera persona de un guipuzcoano que, tras recibir una enorme herencia por parte de un tío emigrado a América, se casa con su novia y, tras pasar el viaje de novios en Palomares en los días de la caída accidental en 1966 de las famosas bombas atómicas y el baño de rigor, vuelven al terruño genéticamente modificados. Dicho cambio se traduce en que todos sus hijos son superdotados, tanto es así que con menos de un año hablan perfectamente euskera y con 13 son licenciados en áreas científicas, rifándoselos la URSS y los EEUU. El problema es que el primogénito y, por añadidura, todos sus hermanos quieren crear una máquina del tiempo, algo que les niegan Washington y Moscú.
El afán de su prole es ideal para cumplir la voluntad del tío americano, que es la de que alguien de la familia descubra el origen de los vascos como pueblo. Así que, sin faltar el cura de rigor, todos se embarcan en un viaje al Pasado, retrasando cada vez más y más el reloj.
Es un relato tronchante. Aunque la autora siempre fue una defensora de la cultura vasca y el punto de partida de su texto quizá sea un tanto excesivo (la de que los vascos son una especie humana), su fino humor es digno de reseña.
«El jardín de alabastro», de Teresa Inglés, de forma muy acertada es comparado con «Solaris», de Stanislav Lem, novela de la que me parece que hasta se coge el apellido del autor para dar nombre al protagonista y narrador del relato.
Len es un aventurero y astronauta en el trazado de rutas por el hiperespacio. Un día, un científico amigo suyo le hace llegar la posibilidad dar y cartografiar un sistema solar descubierto por Orse, uno de los mayores astronautas y poetas de su tiempo, con una estrella roja y donde orbita un planeta en el que hay un jardín de alabastro. Un sistema que los instrumentos son incapaces de detectar.
Len y el científico llegan al punto exacto descrito por Orse, en medio de la nada, para descubrir una anomalía y, allí, el extraño jardín, dotado de un especial poder.
El relato se lee con gusto.
«La droga», de Roser Cardús, es un texto con un marcado sabor clásico. Tanto que uno lo lee y la imaginación vuela hasta una época que yo he marcado en pleno s. XIX.
Un afamado doctor en medicina solicita ser el nuevo médico de la prisión de Sant Guiu, un auténtico infierno en mitad del océano donde se ha juntado a lo más bajo de la sociedad y donde el motín está a la orden del día. Un lugar perfecto para probar una droga que anule los instintos de rebeldía, pero también el libre albedrío, algo que será todo un escándalo cuando se conozca.
Sabor clásico en todo, incluso en su distribución narrativa.
«La casa de Àngel» es un homenaje que la autora Rosa Fabregat hace a su amigo Joan Perucho y es un texto que me ha sabido un tanto agrio. Y no estoy hablando de que por momentos parezca que vaya a salir Carles Puigdemont dando un discurso independentista; es que no tiene mucha coherencia: una periodista que entrevista a una chica sobre la recuperación de un pueblo en el pirineo catalán, temas nacionalistas, astronomía, espiritismo y un supuesto extraterrestre, todo ello en una cacofonía donde cabe de todo y cada cosa tiene menos interés que la anterior. No merece la pena comentar nada más.
«La crisálida», de Blanca Mart, es el relato que más me ha gustado por su sabor pulp y su agilidad. No tiene resquicios por los que se pueda colar el tedio, tiene la longitud adecuada y plantea una historia interesante cuando el héroe de Mart, Al Braker (un habitual de sus relatos), se encuentra con una chica marciana y comete el error de “venderla” para ser cristalizada con consecuencias inesperadas. No cuento más, pues podría fastidiar a más de uno la lectura.
«Plis, plas», de Mayi Pelot, puede que sea uno de los relatos más soporíferos de la antología por su narrativa reiterativa. Salvando este detalle, no resulta difícil encontrarle un marco real en cuanto a la situación política que quiere describir en un mundo donde existe Neovaskia, un pueblo amenazado por dos potencias. Seguramente y me apostaría algo que los protagonistas son algo más que abertzales inofensivos, más bien etarras, siendo el mensaje final el de perpetuar la resistencia.
«La mujer de Lot», de Elia Barceló, narra unos instantes de debilidad extrema que sufre Julia, una de las mujeres que están colonizando Idella, una roca desértica y pobre donde los humanos viven en aislamiento con respecto a la Tierra y entre ellos. Julia ya tiene sesenta años, hace tres décadas que abandonó su planeta natal y se enfrenta, una vez más, a una casa vacía cuando su marido, Jan, ha de partir para el trabajo, del que no volverá en varios días. Julia, en contra de los dictados de los administradores del planeta y ante la soledad extrema de un hogar del que ya sólo queda rastro de sus cinco hijos en mudas fotografías custodiadas por el álbum familiar, evoca su juventud antes de subirse a una nave interestelar, a una vida en la Tierra de la que puede que solo queden los rescoldos de una guerra terminada. Julia se identifica con la mujer de Lot, hasta que toma una decisión.
«El error», de Rosa Montero, es corto y ágil. Muy apegado a su línea de Bruna Husky, Montero se centra en una chica, Alma, que de pronto desaparece del sistema cuando trata de entrar en el sector donde reside. Todo ello se debe a un error que no debería haber pasado, pero la cuestión será qué tipo de error ha sucedido.
«Mares que cambian», de Lola Robles, coeditora de esta antología, es excesivamente largo y vacío. Robles, como defensora de la teoría Queer y activista LGTBI, no hace más que deleitarse/recrearse en un planeta a donde los humanos viajan para hacerse el cambio de sexo quirúrgico y en el que habitan de forma natural cinco sexo-géneros. Mientras, trata de presentarnos a Martín, quien ha hecho la transición de mujer a hombre y que está enamorado de Gabrielle, una mujer que lidera una facción que trata de impedir que el capitalismo llegue a esa especie de paraíso galáctico. La historia que al final se narra, dejando de lado extirpaciones de ovarios y úteros e implantes de penes, habría cabido en dos caras.
Ya os adelanto que no voy a seguir con el segundo volumen, dedicado a relatos escritos y publicados en pleno s. XXI, aunque la más joven de las autoras ya tiene cuarenta y un años. No me interesa.
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