Guardia de cine: reseña a «Porco Rosso»
Título original: «Kurenai no buta». 1992. 94 min. Japón. Dirección: Hayao Miyazaki. Guión; Haya Miyazaki. Studio Ghibli
Muchos en su día (incluso ahora), defienden que «Porco Rosso» no relata una historia concreta, tan solo unos chispazos, entre escenas altamente cómicas y de acción, sobre un amor tímido y tranquilo, la madurez en distintas etapas vitales y el antibelicismo tan propio de Miyazaki en un contorno tan bullicioso y atractivo como el Adriático de los años del fascismo italiano. Y es verdad
En una muy personal clasificación de las distintas producciones del Estudio Ghibli que nos son más conocidas a los occidentales, a unos puestos por detrás de «El viaje de Chihiro» y «La princesa Mononoke», se encuentra el filme «Porco Rosso»; un título con el que tomé conciencia plena, con todos los datos, de la existencia de Hayao Miyazaki, aún cuando de niño fui un gran entusiasta de la serie «Meitantei Holmes» (la cual sigo disfrutando cada vez que tengo la oportunidad de visionarla, aún a mis treinta y nueve años).
Tanto «Porco Rosso» como «Meitantei Holmes» son idénticas en el plano cómico, pero la primera tiene una lectura más adulta, siendo una de las películas más incomprendidas del Estudio particularmente por el final que le dieron sus realizadores.
Marco Fagot, alias Porco Rosso, es un piloto de combate italiano y veterano de la primera guerra mundial, que emplea sus habilidades y aparato en la lucha, a cambio de un precio, contra los piratas que asolan los cielos del mar Adriático durante la década de 1930 (en concreto, a los patanes del clan de Mama Aiuto). Hasta aquí, salvo por las licencias históricas que se permite Miyazaki, nada del otro mundo, pero damos con el detalle de que Fagot es un cerdo físicamente hablando por culpa de una maldición cuyo origen no se explica abiertamente en la cinta, pero que no es otra que la decisión del personaje de apartarse de la bestialidad de sus congéneres humanos. Porco por su aspecto y Rosso por el color brillante de su precioso Savoia, da título a un filme de aventuras, pero no es el protagonista absoluto, más bien el hilo conductor a través del cual los demás personajes evolucionarán, a la par que el mismo Marco. Si damos comienzo a nuestra disertación por el nombre de Marco Fagot, diremos que éste ha renegado del género humano (como ya hemos dicho en este mismo párrafo), pero también de todo aquello que pueda hacerle feliz, sufriendo una particular penitencia al sentirse incapaz de entregarse al amor sincero que Gina le profesa, una mujer que no ve en él rastro animalesco, sino al hombre que conoció décadas atrás y cuyo rostro fue tachado de una fotografía tomada a comienzos de los años 1910. Marco tiene que encontrar el resorte que le incite a tomar la decisión de cambiar y ver las cosas de diferente manera; acabará obteniendo su premio al visitar el taller de Piccolo en Milán para reparar su destrozado hidroavión tras el último encuentro con el piloto norteamericano Ronald Curtiss (homenaje satírico a Ronald Reagan). En un hangar que se cae a pedazos y entre motores y el fuerte olor a combustible de aviones, Porco conocerá a Fío, una de las jóvenes nietas de Piccolo, una entusiasta de la aviación con profundos conocimientos de ingeniería aeronáutica quien modernizará y mejorará las prestaciones del aparato de Fagot.
Para el caso de Fío, que su vida se cruzase con la de Porco le permitirá alcanzar una correcta madurez, aun cuando sigue siendo en la práctica una niña. Gana confianza en sí misma al granjearse el respecto del veterano aviador, viéndose capaz de alcanzar metas más altas. Fío será, a la postre, quien consiga unir a Porco y a Gina, esa mujer que siempre le estuvo esperando en el jardín de su isla (el hidro de Fagot se ve en la última escena, amarrado junto a otros aparatos y embarcaciones, lo cual no significa nada); pero, por desgracia, todo esto se percibe o alcanza a través de elucubraciones del espectador que comparte con otros sus opiniones e impresiones, pues no lo extraeremos directamente de la cinta, a pesar de que se echara mano de la narración en off.
Muchos en su día (incluso ahora), defienden que «Porco Rosso» no relata una historia concreta, tan solo unos chispazos, entre escenas altamente cómicas y de acción, sobre un amor tímido y tranquilo, la madurez en distintas etapas vitales y el antibelicismo tan propio de Miyazaki en un contorno tan bullicioso y atractivo como el Adriático de los años del fascismo italiano. Y es verdad: aunque la he visto en varias ocasiones y siempre me ha divertido mucho, es una película poco redonda. Se nos arroja a unas sombras al estilo de «Mi vecino Totoro», donde no nos queda muy claro si las niñas siguen con vida (búsquese por ahí la teoría de que Totoro es un shinigami (dios de la Muerte)). La duda de si Porco Rosso sigue viviendo en soledad, con su aspecto de cerdo, penetra en los espectadores; el que recupere su rostro humano (o algo similar, pues no lo vemos) tras liarse a puñetazos con Curtiss, o ese punto rojo fugaz cuando Fío regresa a la isla en un jet, pasados los años, no tienen porqué aclararnos nada.
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