Guardia de cómic: reseña a «Alicia en el País de las Maravillas»
Una interesantísima adaptación de un clásico de la Literatura al manga, cuya falla encontramos al otro lado del espejo, sin una correcta coordinación de escenas
¿Quién no ha querido cruzar puertas vedadas e, incluso, atravesar un espejo y adentrarse en mundos extraños, rebosantes de criaturas surgidas de una fértil imaginación? Lo hacemos con solo narrar y hacer crecer una historia desde la nada más absoluta. Y algo similar le tuvo que suceder a Charles Lutwidge Dodgson en 1862, durante una tarde de paseo por el río Támesis, acompañando al reverendo Robinson Duckworth y a las hermanas Liddell (entre las que se encontraba una tal Alicia). Dodgson se vio empujado a entretener a las tres niñas y, de pronto, un conejo apurado surgió de entre los árboles, así como un sombrerero condenado a estar tomando el té continuamente por un problema temporal, una duquesa con enorme cabeza, una reina que imparte Justicia a hachazos que nunca llegan a seccionar cuellos y una corte de animales con la capacidad del habla. Dodgson hizo las delicias de las niñas, sintiéndose animado a trasladar aquellas aventuras al papel, culminando el proyecto en 1865 con la publicación de «Alicia en el País de las Maravillas». El libro encandiló a los jóvenes por su desbordante fantasía de nuevos mundos y a adultos por la inclusión de críticas sociales y políticas junto a divertidos juegos matemáticos. Tras este sonado éxito llegaría la edición de «Alicia a través del espejo».
Mi contacto con la obra de Lewis Carroll, el seudónimo que adoptó Dodgson para su faceta literaria, es superficial y por contacto leve con el poso que ha dejado en la cultura popular. No he llegado a visionar entera la adaptación de la Disney aunque no ha sido por falta de ganas, como tampoco he leído uno solo de sus libros, hasta que me topé con este «The complete Alice in Wonderlan», edición integral que reúne los cuatro números publicados entre Noviembre de 2009 y Marzo de 2010 en EEUU, con el precioso dibujo de la nipobrasileña Erica Awano, siguiendo las directrices de Leah Moore (la hija de Alan Moore) y John Reppion al guión.
Tras la lectura de este título me siento en tierra de nadie, en una zanja por donde se cruzan halagos y críticas, sin saber si sufriría de lo mismo si hubiera ido directo a la fuente original firmada por Carroll. Por un lado, me ha encantado y divertido ese País de las Maravillas, con sus extravagantes criaturas representando absurdas escenas, pero, por el otro, me ha costado mucho llegar a terminar la obra. Considero que el no haber compartido el espacio temporal del autor y el carecer de un conocimiento previo y más profundo de su mundo, me han hecho perder incontables matices y elementos que me harían comprender mejor tan particulares ensoñaciones. Sin duda es un texto más críptico de lo que se pretende, alejado de la superficialidad del puro entretenimiento. Es necesario un tamiz para distinguir aquello que traspasa la red de lo que no, sobre todo durante la segunda aventura, cuando Alicia cruza al otro lado del espejo del salón de su casa, con esa perentoria necesidad de alcanzar el fin del camino, la última fila de casillas blancas y negras del tablero de ajedrez, momento en el que la protagonista pasará de ser un simple peón a reina. Un camino cuajado de encuentros y saltos de escena que es donde se encuentra la falla del plan Moore-Reppion-Awano, pues el cambio es abrupto, vertiginoso y, en demasiadas ocasiones, sin preparación o aviso, haciéndose creer al lector que las páginas se han quedado pegadas durante el proceso de imprenta. Esa es mi pega junto a lo costoso que resulta la lectura, pero tenemos el dulce regalo de recorrer unas viñetas colmadas de bonitos dibujos, con un color sublime, y sin fondos planos o vacíos, donde se encuentra lo tangible y lo material. En ese aspecto, es una delicia.
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