Guardia de televisión: reseña a «Los caballeros del Zodiaco: la saga de Poseidón»

Una saga original del Manga que, en este caso, sobra tras la de Asgard

Sin tiempo para que Atenea y sus defensores se tomaran un merecido kit-kat tras devolver la cordura a la princesa Hilda de Polaris, nuestros héroes y, de paso, toda la Humanidad, volverán a estar en peligro de muerte al desvelarse la identidad del causante de todos los males: Julián Solo, la reencarnación del dios griego Poseidónquien pretende, entre sus planes a hacer cumplir, “limpiar” la superficie de la Tierra y dominar el planeta sin oposición. Para ello, tras verse truncados sus esfuerzos en Asgard, nada mejor que comenzar con el secuestro de Saori, de quien el joven heredero está no enamorado, pero sí obsesionado, confundiendo el amor con otros sentimientos que se tornan aborrecibles en cuanto llega a saber que la diosa no le corresponde ni comparte sus ansias destructoras. La inamovible postura de Atenea, contraria a Poseidón, llevará a su aparente frágil figura a quedar encerrada en el interior del pilar central del Santuario submarino, donde se sacrificará soportando el agua que el emperador de los mares tenía reservada para arrasar a la Humanidad.

La brusquedad del inicio del drama será continuada por el propio devenir de la saga, con una estructura harto conocida pero acelerada. El planeta de nuevo tiembla ante los enemigos de Atenea, y Seiya y los suyos se lanzan directos por las entradas secretas al mundo submarino de Poseidón, donde Tetis la sirena pronto les informará (qué manía tienen estos esbirros de allanar el camino a los buenos y darles a saber cómo vencer), que los caballeros del Zodiaco tendrán que derribar los pilares que sostienen los siete mares para poder hacer mella en el central y salvar a Saori.

Seiya y los demás mostrarán aquí una cualidad de sus armaduras que no se desveló en Asgard: pueden convertirse en oro durante unos instantes y son, por suerte para sus titulares, más resistentes de lo que cabía esperar en ellas para así enfrentarse a los temibles generales de Poseidón, los guardianes de cada pilar, cuyas identidades darán alguna que otra sorpresa, como en el caso de adversario de Hyoga, quien fue su compañero de instrucción bajo la tutela del caballero de Cristal, de cuya existencia nada sabíamos (una subtrama no muy distinta a la de Shiryu y Okko) y quien le guarda al caballero del Cisne un rencor mayúsculo (cómo se cura Hyoga de la autolesión en el ojo izquierdo sigue, como en otras tantas milagrosas e inmediatas sanaciones de heridas mortales de todo tipo y en cualquier parte del cuerpo,  siendo un misterio (incluso las de ser alcanzados a pecho descubierto por la flecha de oro de Sagitario)).

Tenía especial interés en visionar esta Saga pues, en su día, nunca llegue tan lejos con la serie de televisión, pero si quitamos los atractivos diseños de las armaduras de Poseidón y sus generales, ni siquiera la presencia en el reino submarino del hermano gemelo de Saga, el caballero de oro de Géminis, provoca sorpresa, al igual que el Fénix vaya por libre, en plan malote, o que Seiya aún no se haya caído del burro y vea el sacrificado amor que le profesa Sheena. Lo que sí, y era algo sobre lo que me preguntaba desde hacía mucho, es que por fin los caballeros de oro intervienen, aún desde la lejanía, cumpliendo su deber de permanecer y defender el Santuario terrestre, casi a título de apoyo moral (al igual que el resto de caballeros de bronce que quedaron en la Fundación Kido). La intervención de los espíritus de los difuntos caballeros Aioros de Sagitario y Camus de Acuario, así como del viejo maestro de los Cinco picos, al ceder en uso su poderosa armadura de Libra para destruir los pilares, será capital.

Respecto a Poseidón y su reencarnación no queda clara esa bicefalia, con un hombre dotado de un poderoso cosmos que se sabe y se reconoce como dios pero que, en realidad, solo es custodio, en su interior, del espíritu de un ser supremo que permanece dormido hasta los últimos instantes. No parece que quede resuelto.

Y los DVD llegaron a su fin. Ha sido un largo camino de combates singulares (aunque con un desarrollo de escasa originalidad), en los que la bondad y la fraternidad se imponen sobre el absurdo y egoísta anhelo de destrucción y dominación, y que me ha gustado recorrer hasta agotarlo.

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