Guardia de literatura: reseña a «Cujo», de Stephen King

 

RBA Coleccionables SL, Barcelona
2007
ISBN: 94-473-3478-3
416 páginas
Una novela brilla con luz propia y no por el hecho de que King se deshiciera de gran parte de los “habituales” en sus tramas

Éste es uno de los títulos que sobresalen de entre la bibliografía y biografía de Stephen King. La razón para ello puede considerarse como un tanto morbosa, pues, si tomamos al pie de la letra las declaraciones del autor, éste no guarda recuerdo alguno del proceso de preparación y redacción de la historia de lo colocado que iba tras la mesa de madera labrada en la que se parapetó durante años, un enorme mueble que no era otra cosa que el capricho de un hombre que había sido “atropellado” por la fama, el dinero y las adicciones; aunque sí guarda en la memoria la imagen que dio pie al proyecto y que responde a un encontronazo con un san bernardo con muy malas pulgas.

Debido a estas simples y hasta, quizá, exageradas notas, la novela brilla con luz propia y no por el hecho de que King se deshiciera de gran parte de los “habituales” en sus tramas, importando poco que la ambientase en la conocida localidad de Castle Rock. Aquí no nos saldrán al paso chicas amargadas dotadas de poderes psíquicos, obstinados vampiros a lo Bram Stoker o extraterrestres cabezones y con ojos almendrados de viles intencionesEl monstruo, como se preocupa King en dar a entender desde el primer párrafo, es muy simple y real; pavorosamente real. Tras hacer un esfuerzo retrospectivo con Frank Dodd, el policía psicópata a cuyo reino de terror dio fin John Smith («La zona muerta»), una especie de coco o sacamantecas para niños revoltosos, King nos enseña que la Muerte puede adoptar el rostro de un simpático titán canino cuyo comportamiento y mentalidad mutan hacia la oscuridad por la mordedura fortuita de un murciélago rabioso, contrayendo una enfermedad a la que se expone porque sus dueños no habían considerado necesario vacunarlo, ahorrándose, de paso, nueve dólares.

Es ahí donde comienza una serie de hechos inconexos que conducen a un único resultado, que no es otro que un reguero de cadáveres y a un suplicio interminable para Donna Trenton y Tad, su hijo de cuatro años, quedando aislados en medio de la nada, dentro de un coche averiado y del que no pueden salir si tienen la intención de seguir conservando la vida. Todo se conjuga en una broma macabra cósmica para que estos dos personajes terminen a merced del rabioso Cujo: ella y su marido, Vic, están distanciados porque él descubre, por intercesión de un amante despechado, el adulterio de Donna con el imbécil de primera categoría de Steve Kemp, debiendo poner tierra de por medio gracias a un viaje de negocios (necesario para ordenar sus sentimientos y un negocio de publicidad que hace aguas). Por otro lado tenemos a los Camber, a cuya finca lleva Donna su maltrecho Ford Pinto azul, que encuentra desierta pues la mujer e hijo del mecánico se han ido a visitar a la hermana de ésta y el marido ha planeado con todo lujo de detalles su plan de Rodríguez y, junto con el alcohólico de su vecino, su único amigo, disfrutar de los frutos maduros de la noche, entre copas y prostitutas. Es decir, que el vehículo de Donna decidirá reventar en una granja aislada, a treinta kilómetros de la ciudad y sin un vecino cercano o persona que tuviera que pasar por allí en días. Lo peor es que nadie los echará de menos a ella y a Tad en un par de días, los mismos que estarán en el campo de visión de un monstruo cada vez más histérico y asesino.

De la redacción de la novela se pueden extraer unos apuntes biográficos de King y elementos que utilizó y utilizaría en otros títulos. Aunque la idea se le formara por el choque con un perro bastante irritable, no menos es cierto que Cujo puede ser King tocando fondo en su infierno particular de drogas, tabaco y Listerine y, al igual que en «El Resplandor», observamos el pavor que experimenta el autor ante la posibilidad de que su familia se haga pedazos por su culpa; el perro rabioso puede ser King consumido por las adicciones y Donna ser la misma Tabitha, su esposa, ante un monstruo que quiere acabar con ella y a la que ha de hacer frente tarde o temprano (sus adicciones). En la narración se enfrentan los Trenton y los Camber, que pueden ser reflejos deformados entre sí, con una composición que se verá en «Cementerio de animales» o «Eso»; es más, «Cujo» posee ciertas notas que dirigen a la acción de las dos novelas que acabamos de referenciar, como es el impermeable amarillo de Tad Trenton, colgado de la puerta de su habitación, que nos trae a la memoria al pequeño Georgie Denbrough y aquel truculento capítulo primero en el que se presenta Pennywise, lo cual es una pista del destino del único hijo de Vic y Donna.

La opinión que me merece «Cujo» es la de confirmar, una vez más, que Stephen King es un genio literario en eso de describir emocional e íntimamente a sus personajes, desde los protagonistas hasta los meros extras. Y en trasladar a sus palabras parte de ese mundo terrible de la adicción que le ayudaría a explorar las más fangosas pesadillas, dando solo cabida a lo puramente paranormal con la capacidad cognitiva compartida de varios actores o con ese armario de la habitación de Tad donde parece habitar un monstruo y no únicamente en la mente del pequeño de los Trenton (vuelve aquí cierto elemento de la presentación de Pennywise en las alcantarillas de Derry).

Sin embargo, considero que no hacían falta tantas páginas para narrar esta historia y que King pierde el tiempo (el suyo y el nuestro), volviendo sobre sus pasos, haciendo hincapié en esto o aquello “otra vez”, mientras todo se conjuga y arremolina para que Donna y Tad queden en el centro del ojo de un huracán perfecto de casualidades. Si se le hubiera adelgazado a la novela cerca de cien páginas, ésta habría seguido siendo igual de válida.

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