Guardia de cómic: reseña a «El gourmet solitario», de Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi
Título original: «Kodoko no gurume» ASTIBERRI, Bilbao. Quinta edición: marzo de 2017 Traducción: Alberto Sakai ISBN: 978-81-92769-68-1 196 páginas |
La excelente labor de Taniguchi, gracias a este guión de Masayuki, apenas sirve como “pantalla” a través de la que espiamos a un tipo comiendo como si no hubiera mañana y punto final, tras una presentación detallista del entorno físico.
Jiro Taniguchi era uno de esos contados mangaka que consiguieron rasgar el velo hacia Occidente gracias a un estilo delicado, realista y veraz. No se empeñó en epopeyas futuristas o excesos kitsch, sino en trasladar a las viñetas todo detalle de la arquitectura salvaje, urbana e íntima, importando poco si lo hacía para una historia costumbrista o para adaptar un clásico de la Literatura universal, como hiciera con algún que otro relato de Jack London.
La calidad gráfica de Taniguchi y su capacidad para hacernos “leer” a través de imágenes en blanco y negro hace imperdonable que desmerezcamos tomarnos el tiempo necesario para introducirnos en sus tomos, como si fuéramos una Alicia con miles de caras y orígenes diferentes.
Sin embargo, me veo cargado por mi natural animadversión contra la tendencia blasfema de nuestra actual sociedad de idolatrar a cocineros de ojillos brillantes, jurados sádicos y mezquinos participantes de concursos culinarios televisivos, dispuestos a humillar y a ser humillados, más si cabe en un país en el que cada día comemos peor. No soporto el dolor de intestinos que me causa ver a esos necios y narizotas, autoproclamados genios de un supuesto y efímero arte, culmen de la decadencia; a esos fantasiosos, narcisistas y repelentes que convencen y se convencen de ser imprescindibles por el hecho “confeccionar” platos de risa a precios desorbitados, de esos que cuestan más pronunciar que apurarlos de un solo bocado con el auxilio de una cuchara sopera. Son poco menos que payasos sin gracia, dictadores estúpidos e infames perseguidores de estrellitas.
Todo lo que apeste a “morro fino” me repatea y disto mucho de ser alguien que se vanaglorie de estar comentando la jugada del programa de masterpinche de turno en las Redes Sociales o deteniéndome como un huracán ante el kiosko para preguntar, con babeante desesperación y calzoncillos humedecidos, si ha llegado el último número de tal o cual revista gastronómica.
Por esto mismo me frené ante la posibilidad de leer «El gourmet solitario». Me escaldaba la idea, pero Taniguchi es Taniguchi, así que me puse a ello sin necesidad de que nadie me levantara la venda, pues sé que en Japón se come bastante más que sushi y ramen (como aquí se come más que la maldita paella). Y esta obra es, con diferencia y aún con el guión de Masayuki Kusumi, la que menos me ha gustado de las firmadas por este mangaka pues la narración es circular y repetitiva a lo largo de diecinueve capítulos en los que apenas se da fondo a nada. «El gourmet solitario» es como un globo: aire encerrado dentro de una bonita cobertura de colores.
El protagonista y narrador, Goro Inokashira, es un tipo anodino y gris del que nada sabremos en casi doscientas páginas, salvo que es comerciante y tuvo alguna que otra relación sentimental traumática en el pasado. Con este planteamiento, Kusumi habría acertado colocando a un personaje central distinto para cada capítulo, pues Goro termina siendo un hombre anónimo con el que ni se simpatiza. Carece de vida y solo se entrega a la simple rutina diaria de trabajar y comer; una rutina desquiciante en el que ni sus descubrimientos culinarios significan gran cosa. Siempre sale tarde de una reunión o se le ha echado encima la hora de comer por la razón que sea, y termina peregrinando en busca de un restaurante. Elige al azar o tira de experiencias pasadas, y siempre pide mal y acaba probando platos con los mismos ingredientes. Para rematar, su observación del entorno es superficial y, como si fuera el mayor esfuerzo de todos, solo deja translucir una leve depresión ante el rápido y brutal cambio físico que sufren los lugares que frecuentaba durante su juventud y que revisita años después, lo mismo que al no formar parte de áreas monumentales o protegidas son víctimas de las necesidades o las modas del momento, como todo inmueble en Japón.
Y Goro devora cuanto le ponen por delante, incluso el menú de un hospital.
Se echa en falta, con urgencia, un análisis y retrato a 360º. Masayuki podría haber obligado a su protagonista a observar y desentrañar las historias que se acumulan en cada esquina, bajo cada mesa, en el interior de cada cocina. Y habrá quien, tras leer algunas reseñas a este «El gourmet solitario» me acusará de mentir, pero no, amigos, no miento ni estoy equivocado, pues no he advertido esos “bocados cotidianos” por ninguna parte salvo en forma de destellos fugaces. Por ejemplo, en un restaurante no le pueden ofrecer un plato estrella porque la mujer del regente, que era quien se encargaba de cocinarlo, está enferma, y es entonces cuando me habría encantado saber más acerca de ese matrimonio de humilde origen dedicado a la hostelería desde hace años; y una cosa es que Goro sea un comensal solitario, pero la excelente labor de Taniguchi, gracias a este guión de Masayuki, apenas sirve como “pantalla” a través de la que espiamos a un tipo comiendo como si no hubiera mañana y punto final, tras una presentación detallista del entorno físico.
El de Masayuki es un guión desnutrido, soso. Intragable en muchos pasajes.
Me he sentido defraudado, sensación que fue en aumento a medida que dejaba atrás tantos capítulos de corta y ridícula duración, entre onomatopeyas y exclamaciones casi eructadas por Goro, en un eterno día de la marmota acompañando a un personaje sin juego a través de un desarrollo que choca de frente con la rica y variada gastronomía que muestra.
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