Guardia de cómic: reseña a «Balas perdidas. Vol. 1: La inocencia del nihilismo», de David Lapham

 

Título original: «Stray Bullets.
Innocence of Nihilism»
El Capitán Books, 1994, 1995 y 
2005
LA CÚPULA SL, Barcelona
Noviembre de 2005
Traducción: Francisco Pérez Navarro
ISBN: 85-7833-657-5
240 páginas
Una clásica puesta en escena (que nos puede recordar a Quentin Tarantino), para trasladar una tragicomedia que se hunde en el fango que alimenta las raíces de la violencia

Podría decir que fue un caso fortuito el que me fijara en el ejemplar. Tapas desvaídas, papel amarillento y un estilo de diapositiva. Más que nada, el título de la colección en sí mismo me pareciera atrayente, aunque el del volumen pueda echar para atrás con eso del Nihilismo (por fortuna, se remedia con la portada, la cual no deja indiferente a nadie).

David Lapham me es totalmente desconocido, a pesar de verse que es un tipo potente de la escena del cómic de los años 1990, con un premio Eisner en la guantera gracias a estas «Balas perdidas», un recopilatorio o compendio de historias de corte noir, de ladrones y asesinos en la decrépita Baltimore, mezclando el pestazo de la humanidad en toda su gloria. Pero «La inocencia del nihilismo» (donde se reúnen los nº 1 a 7 de la colección “Fuera de Serie-Balas Perdidas” de los años 1994, 1995 y 2005), en blanco y negro y con unas viñetas estructuradas de forma muy conservadora, sin el dinamismo de la acción desaforada que fue irrumpiendo poco a poco en nuestras retinas, es como tener un libreto firmado por Quentin Tarantino al más puro estilo narrativo de «Pulp Fiction», con una corte de personajes que se entrecruzan, quizá de pasada en la misma calle una tarde cualquiera de verano, pero cuyas acciones afectan al conjunto. Esto que digo no se aprecia con la primera historia, «La medida del amor», donde un trastornado “eliminador de cadáveres” protege, con la trastornadora diligencia de un enamorado, el cadáver de la última novia de Harry, un tipo de los bajos fondos que nunca veremos pero que se deja sentir con su aliento de amenaza constante y un cuchillo rápido que se hunde en las entrañas hasta la guarda. No se aprecia porque sucede pasada  una década de los hechos que se configuran como hilo conductor.

Con saltos temporales, hacia delante y hacia atrás, aunque siempre rondando el lustro comprendido entre 1977 y 1982, la protagonista es Virginia “Ginny” Applejack, una niña, luego preadolescente, que, a la salida del cine, tras ver por duodécima vez «La guerra de las galaxias», es testigo de un brutal doble asesinato. Este trauma condicionará en gran medida sus acciones posteriores, no siendo capaz de “olvidarlo” tal y como le insta Jill, su hermana mayor. Ginny es, además, una chica marginada en el colegio que, tras presenciar el crimen, comienza una deriva de reacción violenta para defenderse, dando lo mismo si es con el abusón de su clase (lo cual le hará ganar una cicatriz que le marca el rostro) o con su severa (y también celosa) madre, a quien saca de quicio y que es capaz de llegar al maltrato por meter en cintura a la pequeña. Los únicos amigos con los que cuenta Ginny son su padre, un camionero que pasa largas temporadas ausente, y los cuadernos donde escribe unas historias bastante particulares (siendo que una de ellas será incorporada al volumen por parte de Lapham).

Por medio no solo encontramos al “eliminador” del primer capítulo, de niño, cuya madre está relacionada con Spanish Scott, la mano armada de Harry, sino la propia ciudad de Baltimore en desintegración. La violencia y el prisma neblinoso del crimen darán paso a un episodio final muy duro, en el que no hay lugar para asesinos ni rateros con pistola, solamente para la burla del destino hacia Ginny; un drama difícil de digerir pues a mí me hizo revivir, como si fuera un calco ardiente, una experiencia familiar muy cercana. Sentía simpatía por Ginny hasta entonces, pero acabé reflejándome en ella, en su impotencia.

Es como si Lapham quisiera marcar que todo aquello que nos rodea es drama y que la violencia puede ser el refugio más fácil y sincero donde resguardarnos.

No le dieron el Eisner sin motivo.

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