Guardia de cine: reseña a «Mazinger Z: Infinity»

Título original. Año 2017. 95 min. Japón. Acción, Anime, Ciencia-ficción, Mechas. Dirección: Junji Shimizu. Guión: Takahiro Ozawa. Productora: Toei Animation

Película entretenida para quien guste de mechas y peleas espectaculares, de la que se extraen cuatro notas que animan a la humanidad a no estancarse, a seguir adelante, hacia el futuro, tanto en lo común como en lo más íntimo y personal de cada uno

Pocos habrá que no les suene eso de “¡puños fuera!”, gritado a pleno pulmón por el conductor de un armatoste humanoide llamado Mazinger Z (Mazinga Zetoh si lo hacemos en japonés); aún cuando no hayan visionado un solo capítulo de la setentera producción para televisión y que, como todo lo japonés que se emitía en España en tiempos previos a la normalización del otakutismo, fue ferozmente censurado por psicólogos y, a la postre, por consejos escolares de padres ante la violencia desplegada.

Yo soy uno de esos que conoce a Mazinger de oídas. Otro de tantos no puede hacerse el sordo (por mucho que lo intente) y termina escuchando a nostálgicos que hablan de estas cosas. Nunca llegué (o recuerdo haber) visto un solo capítulo, como tampoco de Comando G, Ulises XXXI y otras tantas producciones que forman parte del acervo cultural y lúdico de aquella generación. Aún así, no me pareció esto impedimento alguno para coger de la estantería este título y disfrutar, a su manera, de un vetusto formato presentado con las galas de la más actual tecnología de animación.

La trama nos lleva a diez años después de la última batalla contra las fuerzas del doctor Infierno, en una central de Texas. Ahora la humanidad vive en paz y Mazinger es un objeto de museo, sin embargo, las nuevas obras para el instituto de energía fotónica dan en las raíces del monte Fuji con un nuevo robot alienígena, pero muchísimo más grande y poderoso que el que dio nombre a la serie: el Infinity, el cual terminará atrayendo de nuevo al malvado Infierno con su horda de máquinas creadas por la mente perturbada de algún juguetero con demasiado tiempo libre y muchas piezas que unir sin ton ni son (con esa destrucción de poblaciones que tanto demuestra el terror tecnológico heredado tras la siembra en Nagasaki e Hiroshima, etc.).

Pero antes de todo esto, Koji Kabuto, piloto del Mazinger Z y ahora científico a tiempo completo, descubre en el interior del robot una máquina muy humana a la que nombra como Lisa y que es la llave de activación del Infinity, un engendro mecánico que puede salvar o destruir nuestro plano existencial de universo.

Con la irrupción en escena de Infierno, quien rápidamente se hace con el monte Fuji, comienzan a relacionarse una serie de cuestiones nada baladí. El malvado ofrece la paz a la humanidad a cambio de someterse, algo que tendrán que decidir sus líderes y la población; aquí es donde se subraya que nunca llegamos a un acuerdo común, entre los que eligen una y otra opción, no digamos entre los que se niegan a tomar partido.

Otra cuestión muy importante en la cinta es su firme ecologismo para la protección de nuestro planeta. En una escena parece un anuncio de “el día de la Tierra”, apagando las luces y todo.

En la misma onda, se defiende la investigación científica en beneficio de la humanidad por muchos que sean los riesgos, pues el beneficio puede ser inmenso. Mirar y caminar hacia adelante sin miedo; nunca retroceder a la seguridad y el conformismo.

El último mensaje es uno bastante explotado en un mundo donde no suele haber segundas oportunidades: vive tu vida y haz lo posible para que merezca la pena.

Salvo por las notas típicamente japonesas que resultan un poco rijosas, como tetas y culos, y que la intervención de la animación por ordenador con los Mazinger parece más bien una interrupción, es una película entretenida, pero bastante desnuda si no llega a ser por los cuatro puntos cardinales de moraleja expuestos. Incluso creo que ha sido demasiado para mis retinas.

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