Guardia de literatura: reseña a la novela «Sopa de miso», de Ryu Murakami

Título original: «In The Miso Soup»
EDITORIAL SEIX BARRAL SA, Barcelona
Primera edición: Septiembre de 2005
traducción del inglés: Javier Martínez de Pisón
ISBN: 84-322-9659-7
222 páginas
La trama oscura y criminal no es más que una excusa que emplea Ryu Murakami para observar con microscopio una muestra representativa de sociedad, entre los más bajos instintos. Mientras perfecciona la narración, Murakami se hace la pregunta de si uno es capaz de acallar ese mal y superarlo

Una búsqueda anodina y casual por Google me arrastró hasta la clasificación de las diez novelas japonesas mejor consideradas o más importantes de entre las publicadas durante las últimas décadas. No sé: tenía ganas de leer algo de allá una vez más. Sin que me motivara sorpresa alguna, varios títulos pertenecían al siempre incomprensible Haruki Murakami, ese escritor de quienes muchos, como quien no quiere la cosa, llevan pegados sus librazos al corazón como el Superpop o los dejan a la vista en la mesita de la terraza donde toman un piscolabis para mostrar (que no demostrar) al mundo que leen (otro tanto sucede con las obras de Gabriel García Márquez).

El empacho visual de Murakami en tan corta clasificación me produjo vértigo y pesadez de estómago. Hasta tal punto que apenas me restaron fuerzas para reparar en otro autor de idéntico apellido: Ryu Murakami, cuya trayectoria literaria es bien distinta y que aporta a la lista tan solo dos títulos. Por llevar la sana contraria, me dije que ése debía ser el escritor al que debía dedicar mis próximas horas de lectura. Me pudo el morbo y escogí «Sopa de miso», que se anuncia como “el thriller más impactante desde «El silencio de los corderos»”, y cuya trama se desarrolla en Kabuki-cho, el barrio del placer de Tokio (¡qué se le va a hacer!).

«Sopa de miso» está narrada en primera persona y relata dos días de auténtica pesadilla en la vida de Kenji, el protagonista, un guía ilegal para turistas extranjeros que los adentra en callejuelas donde solo se vende ese sexo tan japonés. Es un trabajo muy particular que le permite, a sus veinte años, analizar y despreciar el Japón de sus días (segunda mitad de la década de 1990), con su enfermiza soledad rayana en la zombificación, el materialismo más imprudente y las relaciones humanas más superfluas

Restan escasas horas para el Año Nuevo y Kenji tiene que lidiar con Frank, un turista americano que dice ser hombre de negocios. Desde el primer encuentro van saltando las alarmas en la cabeza de Kenji, pues resulta harto fácil coger a Frank en una mentira, pero no se enfrenta a él para no perder las decenas de miles de yens que gana al día y porque cae en una paranoia sin fundamento: Frank paga en un pub con billetes manchados de lo que parece ser sangre (que la mente de Kenji da por hecho que proceden de una adolescente que se prostituía para poder comprarse bolsos de marca y cuyo cuerpo, salvajemente mutilado, fue hallado el día anterior en un contenedor de basura), y porque parece que conoce a la perfección ciertas calles de aquel laberinto de neón.

Kenji teme a Frank. Le coge un pavor horroroso. Nada en él lo tranquiliza: es un hombre contradictorio, de piel fría como la de un reptil y con decenas de cicatrices cruzándole los antebrazos; su rostro es extrañísimo, como si hubiera sido reconstruido a base de injertos, y es capaz de hipnotizar a cualquiera que tenga al alcance para que haga Dios sabe qué. Kenji reconoce en Frank al asesino de la joven prostituta, como también al del vagabundo que aparecerá muerto tras una noche en un campo de entrenamiento para bateadores. Es un psicópata que la Policía se verá incapaz de atrapar, con quien Kenji pasará una pesadilla lúcida en la que la muerte será una terrible verdad a la que enfrentarse. Kenji está a merced de Frank y lo sabe; tanto que estando enfrente a una comisaría de Policía, Kenji no se atreverá a denunciarlo y pedir ayuda a gritos.

La premisa es potente, sin embargo, esta novela es más bien un estudio social y psicológico con la que pincharemos en hueso aquellos que solo busquemos puro entretenimiento. La descripción del terror propio que atenaza a Kenji ante cada una de las pocas situaciones límites a las que Murakami lo enfrenta es agotadora; siempre estará dándole vueltas a los mismos conceptos en un análisis del Japón a través de los profesionales y habituales de Kabuki-cho. Puede que alguien más dado a la brutalidad literaria hasta le parezca una novela con una única escena de violencia, como la que se representa en el club de omiai donde Kenji toma plena conciencia de lo que es Frank, pero sin entender sus motivaciones. Es un momento bastante desagradable, la cima de una colina tras una largo y sinuoso camino de ascensión, que será punto de inflexión y dará la inercia necesaria para que Frank se confiese a un Kenji que tiembla de frío y de miedo, por sí y por Jun, su novia adolescente por la que Frank siente un inusitado interés.

La trama oscura y criminal no es más que una excusa que emplea Ryu Murakami para observar con microscopio una muestra representativa de sociedad, entre los más bajos instintos. Mientras perfecciona la narración, Murakami se hace la pregunta de si uno es capaz de acallar ese mal y superarlo.

La novela es corta y está bastante bien escrita. Se adentra en la psique del protagonista y del asesino, así como en Kabuki-cho, pero me esperaba otra cosa.

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