Guardia de cómic: reseña a «Blacksad. Un lugar entre las sombras», de Juanjo Guarnido (guión) y Juan Díaz Canales (ilustración)
Título original: «Quelque part entre les ombres» NORMA EDITORIAL, Barcelona, 2001 Colección: Cómic europeo Serie: Blacksad ISBN: 978-84-8431-245-1 48 páginas |
John H. Blacksad es el personaje de cómic parido por un español con más proyección y éxito en su exportación, pero que tal afirmación, fiel a la realidad, no os lleve a equívoco, pues se publicó entre los pliegues cálidos y confortables del una editorial como la francesa Dargaud, cuyos representantes pusieron los francos y apostaron por esta curiosa mezcla entre Disney y el género Noir de detectives que resuelven crímenes pateándose los bajos fondos de la ciudad.
Haciendo extensiva la advertencia anterior, que no os trastoque el gesto la sola mención de Disney, pues no va más allá de la cooperación del dibujante con dicha compañía (haciendo un curioso homenaje a la productora, sobre todo cuando el protagonista felino se camela a una ratita) y de que los personajes son animales antropomórficos (cosa no exclusiva de Walt y amigos), cuyos rasgos salvajes nos permiten identificar sus impulsos y personalidades.
Una vez dicho esto, os resumiré el argumento, muy del estilo de aquellas películas de los años 1940, con el asesinato de Natalie Wilford, una joven y rutilante estrella del firmamento hollywoodiense, con la que Blacksad tuvo una relación sentimental que lo dejó destrozado por dentro. Entre las grietas de su dolor se filtrará la argamasa de la venganza por encontrar a aquel que acabó con la vida de una mujer que significó tanto, pero de la que llevaba mucho tiempo fuera de sus pensamientos.
El aviso del capitán Smirnof solo espoleará a Blacksad a buscar, mientras desempolva su historia de amor con la difunta. Las pistas lo conducen a sospechosos, a amantes tan desesperados como el propio Blacksad, aunque no todos con los redaños necesarios para empuñar un revólver y apretar el gatillo. Blacksad se pierde entre callejones y traba peligrosas alianzas que terminarán con encontronazos con matones o, peor, asesinos a sueldo. Sin embargo, y esa es la pega, la línea argumental de Juan Díaz Canales se cierra en banda, quizá por el exceso de páginas, siendo que el capitán Smirnov y sus chicos dan con la identidad del autor del crimen, alguien muy por encima de sus posibilidades y que escapa a la poca sombra que pueda proyectar una placa de policía, cediendo a Blacksad el “honor” de “hacer Justicia” al margen de una Ley prostituida. Total, que la corrupción sirve aquí para hacer que un pequeño punto de luz emerja y parpadee en medio de la mierda; un acto o gesto justiciero que no saldrá gratis en las conciencias de los ejecutores e involucrados.
El buen hacer de Díaz Canales es indiscutible, pero esta última relectura me ha sabido a bien poco, habiendo caído en el bache antes comentado, durante la sinopsis que acabáis de leer. Y es que el guión corre la misma suerte que el de la primera película de Indiana Jones: el personaje de Blacksad no aporta ni tuerce el hilo argumental, más allá de sus dos páginas finales. Se anuncia más bien como lo que termina siendo: un personaje que será recurrente en las librerías especializadas, con historias que detallarán aspectos culturales y sociales de la Norteamérica de posguerra.
Díaz Canales se permite escribir a gusto, a corazón abierto, a través de cartelas cargadas de amargura y triste sinceridad; es esa voz en off tan del género Noir, decapando a los personajes con un gran intelecto y un fondo literario muy extenso. Pero la prosa elevada se contrapone con la dureza de Blacksad, quien, aún con sus escrúpulos, sigue su camino recto sin importar las consecuencias, sobre todo con respecto a aquellos que se le interpongan.
Y todo esto se apuntala con el excelente trabajo de Juanjo Guarnido, con sus animales tan expresivos, que muestra su alma en formas y colores, mientras nos maravillamos con sus panorámicas y picados, como el del salón de Blacksad, con éste recostado en el sofá y un cadáver a su vera, o con viñetas cargadas de secundarios y extras, así como de detalles, como las que muestran el interior de una abarrotada comisaría en noche de redada o una efervescente calle principal a las puertas de la noche.
Antes dije colores y es un acierto que el homenaje al género Noir se quedara en la historia y no alcanzara a las viñetas en sí, con un virtuosismo en la paleta de colores y acuarelas encumbra a la obra a la categoría de obra de arte. Aunque esos mismos colores nos llevarán a confusión cuando Díaz Canales, en siguientes álbumes, trate el asunto de la segregación racial.
Solo revisitar Blacksad (y escribir esta reseña), me ha llenado de gozo. Lo he leído de un tirón, como quien devora pipas de girasol. Un relato adulto, un derechazo directo al estómago o a la mente, aunque buena parte de su motor esté compuesto por piezas que son puro cliché.
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