Guardia de cine: reseña a «Molly's Game»
Título original: «Molly’s Game». 2017. 141 min. EEUU. Biopic, Basado en hechos reales. Dirección: Aaron Sorkin. Guión: Aaron Sorkin (basándose en la autobiografía de Molly Bloom). Reparto: Jessica Chastain, Idris Elba, Kevin Costner, Michael Cera, Samantha Isler
La adaptación a la Gran Pantalla de la autobiografía de Molly Bloom, una esquiadora olímpica que acabó convirtiéndose en la organizadora de partidas de póquer más exclusivas y decadentes de los Estados Unidos, toma el pulso al espectador, sorprendido al comprobar con qué rapidez transcurre su metraje
El apasionamiento en los diálogos y una narrativa prácticamente idéntica a la empleada en «Barry Seal», con retazos sueltos de un presente al que vamos enlazando mayores tramos de pasado, apoyados en un lenguaje directo, es lo más destacable de una película muy bien dotada a nivel interpretativo. Jessica Chastain brilla, una vez más; resulta estúpido reiterarse, pues solo la he visto flojear en una ocasión que no merece la pena ser tenida en cuenta («La casa de la esperanza»). Y Chastain cuenta con una réplica a la altura con Idris Elba, un actor de fuerte presencia y carácter, que se desenvuelve, de forma formidable, durante la reunión informal con la Fiscalía.
El guión es una delicia y más con esta talla actoral.
El personaje real de Molly Bloom es dibujado siguiendo su obra más o menos a rajatabla: una persona sobresaliente en varios campos, pero destrozada por dentro. Vive traumatizada por culpa del fracaso matrimonial de sus padres, por la presión intolerable que se le exigía como deportista de élite, por su perpetua mala suerte. Lo que anhela Bloom, una y otra vez, es poder recomponerse y hacerse más y más fuerte. Aunque el póquer llegara a su vida por un casual, mientras trabajaba de secretaria para un auténtico imbécil (prueba palpable de su estrellada trayectoria personal y profesional), Bloom encontró en las timbas la posibilidad de labrarse una posición de dominio, pero no se daba cuenta de que estaba subiendo una torre, hasta su punto más alto, y ahí arriba quería quedarse, sin saber que sus pies apenas se sustentaban sobre unos centímetros de metal que crujía y se curvaba peligrosamente ante el peso de su cuerpo y la caricia del viento de la codicia, la depravación y la traición. Bloom pagaba y fue pagada con la misma moneda, incluso recibió visitas de extraños y violentos cobradores de intereses, que la reducirían, de nuevo, a una mansa y apaleada bestia, pero que terminará asomándose a la luz en cuanto sus heridas quedaron curadas y las secuelas ocultas bajo una buena capa de maquillaje.
Las biografías de aquellos individuos que rebasan los límites de lo legal y la ética nos resultan siempre exóticas y atractivas, incluso divertidas. Acceden a un mundo en el que el dinero no es una preocupación, aunque todo sea una farsa absurda; aunque todo sea tremendamente perjudicial para la integridad física, psíquica y moral. Pero ésta es una historia acerca de una persona con conciencia en una escena cerrada en la que esa virtud ha sido felizmente erradicada; en la que los jugadores son perros de presa y caníbales. Lo que les pasara a ellos, a Molly Bloom no le importaba gran cosa cuando es capturada por el FBI, pero sí las consecuencias que depararían sus secretos de partida a aquellos terceros inocentes, vinculados a los participantes de las timbas por relaciones de familia, laborales, políticas…
La cinta da punto final con una frase de Winston Churchill, que resume a la perfección la idea que tiene Molly Bloom de su vida, de su capacidad para tocar fondo y volver a levantarse, por muchos y fuertes que sean los palos que reciba: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.
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