Guardia de cine: reseña a «Los archivos del Pentágono»

Título original: «The Post». 2017. 116 min. EEUU. Drama histórico, Basado en hechos reales. Dirección: Steven Spielgberg. Guión: Liz Hannah, Josh Singer. Reparto: Meryl Streep, Tom Hanks, Bruce Greenwood, Bob Odenkirk, Tracy Letts

El drama periodístico y social queda en un último plano, y lo que copa la narración es la cansina cantinela del “empoderamiento” femenino. La tensión es inexistente; el conflicto, también

Te encuentras por casualidad con el tráiler de este filme en Youtube, descubres quién se esconde tras las cámaras y, recuperado del doloroso fogonazo provocado por la lectura de la cabeza de cartel, compuesta por Meryl Streep y Tom Hanks, entonas un hondo “¡Wow!” Sí, emites, con los labios apretados de pin-up, una exclamación que te deja los pulmones secos. Una cinta que retrata ese año 1971, en el que se filtraron a la prensa los llamados “Papeles del Pentágono”, un macro informe del estado de la impopular guerra de Vietnam que dejaba meridiana la imposibilidad de los EEUU para vencer, así como la obcecación heredada de Administración en Administración desde mediados de la década de 1950 y que estallaría con el inestable Richard Nixon afincado en el poder. El Ejecutivo había manipulado al Pueblo, temeroso de un ridículo internacional al que solo ponía pobre remedio a base de más litros de sangre nueva en el frente. Era como si se repitieran los desastres sufridos por otras potencias con pies de barro, que caían de rodillas en territorios poblados por “salvajes” que iban ganando la partida pasito a pasito con poco más que palos y piedras. EEUU se jugaba mucho si la mentira salía a la luz, más que nada porque la nación podría reaccionar de forma poco meditada.

Pero esta película se queda en el intento. Es un balón pinchado que no bota y que se niega a rodar sobre el césped. El espectador solo puede sentirse impotente.

El principal escollo con el que nos encontramos como público español es que el título original es «The Post» y no «Pentagon Archives». El tema del dichoso informe de Robert McNamara no es más que una triste excusa; no es un thriller periodístico ni político. De lo que trata la película es un retazo suelto de la biografía de Katharine Graham, quien, tras el suicidio de su esposo, se tuvo que hacer cargo de las riendas del Washington Post y que, años después, se encontraría con el dilema natural de ejercer como dueña de un periódico en un momento de crisis de confianza y de defensa de la primera enmienda de la Constitución. El drama periodístico y social queda en un último plano, y lo que copa la narración es la cansina cantinela del “empoderamiento” femenino, como si el que la decisión de publicar los archivos secretos, tras el veto judicial impuesto al New York Times, fuese más peliagudo de tomar en una mujer que en un hombre.

La tensión es inexistente; el conflicto, también. No hay nada en todo el metraje que nos llegue y marque a conciencia, que nos muestre, a las claras, lo que sucedió en realidad. En ciertas escenas, tan solo parece una producción cinematográfica realizada para darle otro puntapié innecesario al trasero de Nixon.

Puede estar pululando por la escena el hálito de Steven Spielgberg, puede atraernos como la luz a la polilla el binomio Streep-Hanks, puede fascinarnos la historia de puro periodismo y cloaca del Estado, pero la receta ha creado un manjar de gusto marchito y pobremente emplatado.

Una lástima, pero es la verdad, según la entiendo yo.

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