Guardia de televisión: reseña a «Los caballeros del Zodiaco. Saga de Asgard»

Título original: «Seinto Seiya». 1986. Primera temporada. Japón. Anime. Capítulos de 24 minutos. Sheuisha, Toei Animation

Argumento es exclusivo de la serie de anime que no es otra cosa que una reiteración de personajes, situaciones y combates ya vistos durante la saga del Santuario.

Sofocadas las llamas de la Batalla del Santuario, enterrados los cuerpos de los caídos y repuestos los supervivientes, la Tierra vive un instante, un suspiro, de paz que se creía duradero, casi eterno, pero, en realidad, se disfrutaba de una tregua. Un mal semejante al que atenazaba la mente de Saga, el caballero de Géminis, se revuelve en el Norte de Europa. En el reino de Asgard, la princesa Hilda de Polaris, sacerdotisa suprema de Odín, quien ora cada día para mantener intactos los hielos perpetuos y el equilibrio del planeta, es atacada por una fuerza sobrehumana que la hace presa del maléfico anillo de los nibelungos. Su habitual bondad y espíritu de sacrificio quedan relegados por la ambición y el desastre; empujada por los deseos que transmite el anillo, Hilda convoca a los siete guerreros divinos de Asgard y declara la guerra al santuario de Atenea para, así, conquistar el mundo y ganar una tierra más cálida y acogedora para su pueblo.

La primera noticia cierta del peligro llega a oídos de la diosa y sus defensores de bronce cuando Aldebarán de Tauro es abatido por un misterioso y terrible adversario que se presenta como guerrero divino, provisto de un poder igual al de los caballeros de oro, debiendo Saori Kido y los suyos partir sin demora hacia las tierras del Norte para poner fin a la locura inducida de Hilda.

Este argumento es exclusivo de la serie de anime, pues en el manga se pasa directamente a la saga de Poseidón, cosa que deberían haber respetado los productores, pero había que sacar todo el rédito al producto, c’est la vie. Deberían habérselo ahorrado pues todo el atractivo de Asgard no es maquillaje suficiente para tapar las imperfecciones de un guión que no es otra cosa que una reiteración de personajes, situaciones y combates ya vistos durante la saga del Santuario. ¿Acaso Siegfried no ataca a Siren de Sorrento con una técnica calcada a la que empleó Shiryu contra Shura de Capricornio, siendo el primero y el último leales y fervorosos defensores de sus respectivas señoras? ¿Acaso Alberich de Megrez no es un calco de Deathmask de Cáncer? Pero lo bochornoso es cuando Shun se enfrenta a Mime de Benetnasch y a los hermanos Syd y Bud (harpa y el gemelo), repitiéndose la estructura de principio a fin en varios capítulos consecutivos.

De nuevo tenemos escaleras sin fin, caídas por precipicios insondables y a unas Shina y Marin que están para recibir, como escudos humanos providenciales, los golpes que salvarán de una muerte segura a sus vapuleados protegidos. Otro tanto sucede con Ikki, que aparece para salvar el partido a su hermano pequeño y a los demás.

Así mismo, vuelve a recitarse la prédica valorando la amistad y la fraternidad para ablandar el corazón de los enemigos, pues los caballeros del zodiaco son puros. Igualmente se recupera el dolor por la pérdida de vidas inocentes y las de aquellos valerosos guerreros que lucharon por una causa injusta sin saberlo, solo guiados por su ciega lealtad en medio de una tormenta de locura. Aunque, más que recuperar, es el propio leitmotiv de los protagonistas.

Eso sí, aunque se los pinta tan poderosos como los caballeros de oro, Seiya y los demás superan sus retos divinos con más holgura (y comprobando la duración total de todos los capítulos, diríase que, más bien, es una OVA troceada). Su experiencia previa los ha preparado, pero, lo dicho, como mucho cambiamos de escenario y de personajes secundarios, olvidándonos al fin de los caballeros de acero, que sobraban desde el minuto uno. También cambiamos de armaduras de bronce, que pasan a ser más fieles al manga, solo ganando con el cambio la del Fénix. 

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