Guardia de cine: reseña a «La venganza de los sith»

Título original: «Star Wars: Episode III Revenge Of The Sith». 2005. 135 min. EEUU. Acción, Ciencia ficción. Dirección: George Lucas. Guión: George Lucas. Reparto: Hayden Christensen, Ewan McGregor, Natalie Portman, Ian McDiarmid, Samuel L. Jackson, Christopher Lee, Temuera Morrison, Anthoy Daniels, Kenny Baker, Frank Oz

Cierre a la trilogía de entresiglos, donde se revela todo el plan de Darth Sidious, encajando sus fases finales con matemática precisión, aunque en la cinta todo son carreras y prisas, quedando huérfana de metraje

Quizá un poco harto de “no acertar” (y eso que en aquella nadie pensaba en ni temía a las rijosas Redes Sociales por ser inexistentes), George Lucas tomó el toro por los cuernos y volvió a hacerse dueño y señor del guión y la dirección para cerrar esta trilogía de paso de siglo. Un Episodio III con el que muchos críticos con el nuevo rumbo entonaron un barrito digno de época de celo al “comprender”, al fin, la historia que se gestó desde la primera línea de presentación de «La amenaza fantasma», que no solo narra los primeros años de Anakin Skywalker y cómo terminó convirtiéndose en el malvado Darth Vader, sino en cómo la República galáctica cayó y dio paso al Imperio, con Palpatine-Darth Sidious como gobernante supremo.

Lo “comprende” incluso el menos pintado.

Los avatares narrados en «La venganza de los sith» se centran en los últimos movimientos de una guerra larga que solo ha sembrado el terror y el dolor a lo largo de la galaxia, así como en la creciente desconfianza entre los adalides del bando autoproclamado como bueno. Tras cada batalla que parece acercar al conflicto a su fin, los protagonistas se van haciendo más conscientes de que algo perturbador se revuelve con más intensidad en las sombras, pivotando dos ejes sobre el joven Anakin Skywalker, manipulado por el canciller Palpatine y ninguneado por el Consejo jedi, así como desvelado por las terribles pesadillas que sufre anticipando la muerte de Padmé Amidala durante el parto del hijo que espera. Una tragedia que lo inunda todo, sobre todo cuando Skywalker reniega de todo su pasado por salvar a lo que más ama, entregándose al lado oscuro para obtener el conocimiento necesario para burlar a la muerte, cuando, en realidad, es él mismo quien, con sus decisiones, causa esa pérdida que trata de evitar a toda costa.

Si Anakin durante la redada en el hogar de Palpatine se hubiera mantenido firme, si Mace Windu, horas antes, hubiera tratado de aliviar la humillación constante a la que es sometido el joven caballero, apartado y no siendo merecedor de confianza alguna, todo habría sido muy diferente. Incluso la última pieza del plan de Palpatine, que se fue cumpliendo con lentitud, pero con buen letra, provocando una tensión bélica y poniendo en peligro a su gobernante para ganar apoyos para ganar la cancillería y, luego, provocando una guerra abierta con la que ser nombrado dictador, termina eliminando a sus adversarios directos de forma legítima (aún con sus mentiras), con los votos a favor de los senadores. No: Palpatine no comete un golpe de estado, un revés directo e incierto, sino que, al igual que hace con la mente de Anakin, va extendiéndose por las cúpulas de poder gracias a la propia corrupción, dejadez y debilidad del sistema democrático galáctico. Es emperador por proclamación del Pueblo, tras una agotadora guerra, ante el deseo desesperado de alcanzar la Paz, importando poco el método y hasta el precio. Un plan maestro en el que todos han sido marionetas en un espectáculo en el que el telón cae con estrépito pues, para algo es la única película de la saga que no es para todos los públicos.

Las escenas se van sucediendo con mucha rapidez y sin un fondo muy cargado. ¿Padmé está embarazada y nadie se pregunta quién es el padre a pesar de que cierto jedi pasa las noches en su cama? Vale. ¿El conde Dooku muere en sospechosas circunstancias? Pues vale. ¿Qué aniquilan a la orden jedi? Pues nada, los supervivientes nos vamos de turismo por la galaxia y nos encontramos un huequecito y esperamos veinte años, a ver qué pasa. Todo muy seguido, sin pretensión de detenerse en escena alguna, corriendo en la espiral descendente hacia el lado oscuro, siendo los más pringados de todo los jedi, que han tenido al lord oscuro del sith delante de sus narices durante más de una década y ni se han enterado de la fiesta, casi a la misma altura de los líderes separatistas, quienes confiaban en que su terrible aliado no se desharía de ellos a la más mínima oportunidad (obviamente desconocían que Sidious era Palpatine y que necesitaría borrar y reescribir la Historia de la galaxia a su interés y  cuantos menos testigos hubiese mejor).

Se observan muchos guiños a «El retorno del jedi» (al comienzo, cuando Anakin se enfrenta a Dooku), así como a «El Imperio contraataca» con la lucha a muerte entre expadawan y maestro entre los fuegos de Mustafar, y mucho más, pero Lucas demuestra, una vez más, que no es un buen director para actores de carne y hueso y me remito a la falta de intensidad que logra sacar de sus personajes, sobre todo de los malvados, siendo que Ian McDiarmid está horrible, sobre todo con esa contada variedad de gestos que es capaz de llevar a su rostro y que, más que miedo, inspira risa.

El argumento es bueno y da un cierre perfecto a esta “primera” historia circular en la biografía de Anakin Skywalker/Darth Vader, aunque cuesta hacerse a la idea de que un ser tan poderoso consintiera estar subyugado a Palpatine durante tantos años, aunque contemple la posibilidad tras confesar a Luke su verdadera ascendencia (puede que la mentira, la manipulación final de Palpatine, de hacerle creer que Padmé murió por su propia mano en un arrebato de ira, puede ser la respuesta, pero no es muy convincente).

Me ha gustado, pero no deja de ser una película un tanto insulsa, necesitada de más metraje.

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