Guardia de cine: reseña a «Los tres días del cóndor»

Título original: «Three Days of the Condor». 1975. 117 min. EEUU. Acción, Espionaje, Thriller. Dirección: Sydney Pollack. Guión: Lorenzo Semple, Jr., David Rayfiel (basándose en la obra de James Grady). Reparto: Roberto Redford, Faye Dunaway, Cliff Robertson, Max von Sydow

Una historia inquietante de las que enganchan, con unos actores muy bien dirigidos por Pollack, quien no tiene reparos a la hora de abandonar los estudios y de echarse a las calles del corazón de Nueva York de mediados de la década de 1970

Aquellos fueron tiempos fecundos para el género del thriller político y conspiranoico. La matanza de My Lai, el escándalo del Watergate, la crisis del petróleo, los magnicidios de dudosa resolución, etc., alimentaron a cientos de escritores e inspiraron otras tantas producciones de cine. James Grady publicó en 1974 la tensa novela de espionaje «Los seis días del Cóndor» (rebajados a tres en su adaptación para hacer más trepidante la acción y medrar en el espectador la intolerable angustia que sufre el protagonista), en la que se introduce (o se renueva) la sospecha de la existencia de una CIA dentro de la CIA que opera de forma independiente y a la sombra de toda cobertura oficial; una de la que no se sabe (o debería saberse) nada. Una obra que pronto llamó la atención, tardando solo un año en ser trasladada a la Gran Pantalla en la que se considera la mejor película de Sydney Pollack y Robert Redford.

Los minutos iniciales nos presentan a Turner (Redford), un tipo cualquiera, simpático y dicharachero, que llega siempre tarde a su trabajo en una extraña asociación de Historia, una tapadera de la oficina de análisis de textos de la CIA. En el edificio donde radica, en su primer piso, hay una ingente cantidad de computadoras escupiendo datos que serán examinados por un personal que trata de desentrañar códigos secretos insertados en libros y periódicos de apariencia anodina. En un momento dado de la mañana, Turner va a buscar el almuerzo de sus compañeros tomando un atajo por el callejón al que se accede desde el edificio en vez de tomando la salida principal, y ese gesto de indisciplina ofensiva para los vejestorios con más galones de la unidad le salva de ser un nombre más en la lista de bajas que se redactará tras la matanza que perpetrarán unos desconocidos a golpe de subfusil con silenciador. Es entonces cuando Turner comienza una carrera de fondo por su vida en la que la desconfianza será su mejor baza, mientras tratan de darle caza y el protagonista descubre que todo se debe a un informe que él mismo redactó y remitió a la central de Langley, revelando una serie de datos superficiales en unas publicaciones en Venezuela y ciertos países de habla árabe

El único “soporte” exterior con el que contará Turner será la apocada Kate (Dunaway), una chica a la que el protagonista secuestra y que cae en una especie de síndrome de Estocolmo, ayudándolo a sobrevivir y a dar con “los ingredientes del pastel”, aunque la victoria que parece ganar Turner como Cóndor puede que se quede en papel mojado.

Como apunté al inicio, ésta es considerada como la mejor película del binomio Pollack-Redford, despuntando entre una serie de títulos coetáneos de temática realista y seria, como «Todos los hombres del presidente», y que apuntala ese miedo a los tejemanejes que se escapan del conocimiento general de la ciudadanía, hasta una conspiranoia cuyo máximo exponente será la inolvidable serie de televisión «Expediente X». Desde un punto de partida simple pero efectista, Pollack nos priva de un tercio de la respiración cuando Turner descubre los cadáveres de sus compañeros, asesinados por profesionales, y ha de huir mientras se enfrenta a una ciudad hostil y a su incapacidad para dar con la razón de su particular desventura. La trama es tensa y está bien llevada, eliminando todo añadido que confunda al espectador; éste comprende lo que sucede en todo momento, en cada paso, y lo que esto supone para Turner, sin desvelar el final hasta que éste llegue, el cual no dejará de apretar el globo de nuestra inquietud.

Lo que choca en la recepción de información por parte del espectador es la subtrama de Kate, su secuestro y cómo comparte sus secretos de soledad a medida que la cinta se desarrolla y el protagonista y ésta conectan hasta el punto de ebullición con un breve pero intenso romance de noviembre, mientras la presa se hace cazador. La elección de Faye Dunaway solo obedece a su aura de sex symbol de finales de los años 1960 y que arrastraba tras el estreno de «Bonnie and Clyde», pero para «Los tres días del Cóndor» su interpretación y huella no puede ser más dispar, encarnado a una mujer solitaria, débil, gris, aunque encantadora.

Entre medias se cuela Max von Sydow, quien encarna al glacial asesino a sueldo que no se cuestiona los encargos que recibe, siquiera cuando otro cliente le contrata para hacer un trabajo que contradice aquel que ya está prestando para otro si la remuneración es más sustanciosa. No se le exige gran cosa a nivel actoral, salvo la frialdad de un personaje con muy elevada educación.

Durante mucho tiempo estuve tras la pista de este film. Su título es de esos que salieron disparados del cubilete de dados durante algún cambio de canal o en un pasajero anuncio en la vetusta televisión pública, y os la recomiendo no porque la crítica especializada la haya consagrado durante los últimos cuarenta y cinco años, sino porque es una historia inquietante de las que enganchan, con unos actores muy bien dirigidos por Pollack, quien no tiene reparos a la hora de abandonar los estudios y de echarse a las calles del corazón de Nueva York de mediados de la década de 1970.

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