Guardia de cine: reseña a «Daimajin: La ira del dios diabólico» (1966)
Sin duda, la mejor cinta de la trilogía dedicada al dios diabólico
Esta segunda película en orden cronológico de estreno es, para mí, la mejor de todas las que componen esta trilogía. La historia es algo más compleja, hay más acción y efectos especiales que permiten una mayor fantasía y desarrollo, así como que la dirección busca cierto preciosismo ante la cámara, fijando el objetivo en detalles arquitectónicos, naturales y humanos.
Tetsuro Yoshida, guionista de toda la trilogía, no se despista mucho de la línea argumental central, pero aquí firma un libreto más interesante. Y, como era de esperar, toma como punta de lanza la ambición de un tiránico señor feudal que rompe la paz y comete sacrilegio contra el dios diabólico. Al contrario que en las otras dos cintas, aquí el atentado contra el ente divino es mayor, pues se destruye totalmente la estatua en su templo isleño a base de pólvora, se tira al agua su campana, y hay un mayor acento en cierta aura judeocristiana.
Como decía, otro señor feudal muy ambicioso codicia los fértiles territorios de dos de los clanes vecinos, los cuales convergen en las dos orillas de un lago rico en pesca. Aprovechando que ambos señores se han reunido y que han bajado la guardia, el malvado se lanza a la conquista y toma las dos ciudades al asalto, tomando rehenes y exigiendo la entrega del príncipe. Como los vencidos se encomiendan a su dios, que parece único, comienzan las tropelías contra el templo y demás cosas que ya sabemos para irritar a Daimajin y vuelva a la vida tras la entrega voluntaria de una inocente, para repartir zurras por todos lados, aunque en esta ocasión destroce el castillo de uno de sus fieles mientras diezma a los invasores.
Dado a que suceden más cosas y hay muchos cambios de ubicación y acción, así como Daimajin se manifiesta más allá que como una mole de piedra, se disfruta más por el espectador y dejará mayor huella que las otras dos entregas.
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