Guardia de televisión: reseña a la serie «Historias del Bucle» (2020)
Quisieron transmitir el impacto de la quietud y atmósfera pictórica de Stålenhag; no obstante, la pantalla de televisión, por muy pequeña que sea, no deja de ser un medio dinámico.
Conozco la obra de Simon Stålenhag desde hace bastantes años. Prueba fehaciente de ello es que su página web está entre lo más antiguo de la lista de favoritos de mi navegador de Internet de referencia. La conozco desde los tiempos en los que trabajaba e iba subiendo imágenes de la serie The Electric State (2017), cuyos derechos televisivos adquirió Netflix y que ha cristalizado en un proyecto dirigido por los hermanos Anthony y Joe Russo y protagonizado por la insufrible Millie Bobby Brown. Un producto que, si es fiel a su avance promocional, podría resultar descafeinado en comparación con el impacto visual y emocional de los cuadros de Stålenhag. Sin embargo, tendrá el lado positivo de que la chiquillería y no tan chiquillería fanática de Stranger Things (por eso de que está implicada la Brown), podrá descubrir a este genial autor sueco y su singular arte gráfico narrativo.
La serie sobre la que orbita esta reseña es de 2020 y está disponible en Amazon Prime. Tan solo consta de una temporada (parecía que la intención era renovar la serie, pero ya sabemos cómo va este negocio). Con solo seis capítulos le sobra para capturar el aura que Stålenhag imprime en sus obras.
Historias del Bucle, en origen (2014), se ambienta en un pueblo sueco de nombre Mälaröarna. Siendo esta adaptación televisiva puramente estadounidense, es natural un cambio de ubicación geográfica. Aquí, los paisajes suecos son reemplazados por escenarios norteamericanos. También se ajusta el tiempo: si la obra pictórica transcurre en una década de 1980 alternativa, en la serie se opta por un incierto Rubicón entre los años 1970 y los 1980. Un pasado distinto al que conocimos, muy desarrollado tecnológicamente hablando, pero decrépito (una de las características de la obra de Stålenhag es introducir gigantescos derrelictos y tecnología retrofuturista en proceso de oxidación y asimilación por la Naturaleza).
La narrativa nos sitúa en un pueblo que vive y ha crecido gracias al Bucle, una instalación subterránea donde se llevan a cabo experimentos que desafían las leyes de la Física, desbloqueando y explorando el Universo. El corazón del Bucle es el Eclipse, una misteriosa esfera que ayuda a desarrollar una tecnología asombrosa. Sin embargo, restos de esa misma tecnología aparecen desechados (o se materializa de forma espontánea), en los bosques, campos y ríos. Robots, esferas, aparatos (en la obra original, incluso dinosaurios y otras bestias)… todos procedentes del Bucle y que afectan a un reducido grupo de personajes interconectados por distintos vínculos. Estos dispositivos convierten a los personajes en protagonistas de relatos individuales con un suave bouquet de ciencia ficción a lo Ray Bradbury. Así, se darán cita objetos que permiten viajes en el Tiempo y entre dimensiones, migraciones de mentes entre cuerpos, dispositivos que permiten saber cuántos años le restan a uno de vida, interrupciones en el flujo del Tiempo… Escenarios imposibles que sirven para explorar historias humanas centradas en temas como la familia, el amor, la amistad, la traición, el desapego, la soledad, la pérdida, etc.
Todo muy bien, pero el formato se ve lastrado por su exagerada parsimonia. Aunque los dos primeros episodios se ven de un tirón, cruzar el ecuador de la temporada puede ser todo un desafío. La serie mejora hacia el final, pero no lo suficiente ni a tiempo. Entiendo que los responsables del proyecto al que se apuntaron Jonathan Pryce y Jodie Foster, quisieran transmitir el impacto de la quietud y atmósfera pictórica de Stålenhag; no obstante, la pantalla de televisión, por muy pequeña que sea, no deja de ser un medio dinámico.
En resumen, para disfrutar de este producto televisivo es esencial tener el gusto y la afición por los relatos cortos de ciencia ficción caracterizados por un ritmo lento, relajado e introspectivo.
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